Por Jesús Delgado Guerrero
Todos los superhéroes, con traje o sin él, con máscara o sin ella, “son completamente reaccionarios”, esto es, carecen de proyectos propios. A lo mucho llegan a constituirse en parásitos de los supervillanos que, muy al estilo de Bakunin, están complacidos con imaginar cómo van a generar la próxima destrucción o el próximo caos, lo cual inevitablemente siempre tiene implicaciones políticas conservadoras.
Estas son parte de las conclusiones a las que llegó David Rolfe Graeber, un antropólogo y activistas anarquista estadounidense, a propósito de la saga de Batman, de Christopher Nolan. (“Batman y el problema del poder constituyente”, en: “La utopía de las normas”).
Este doctor, investigador en antropología económica y docente, fallecido en septiembre del 2020, publicó el citado ensayo como una crítica al cineasta por lo que consideró “una larga pieza propagandística contra Occupy” (contra Wall Street, después de la crisis con los créditos Subprime del 2008 en Estados Unidos), en especial la tercera entrega “El Caballero oscuro: la leyenda renace”.
Para él, la película no fue hostil ni ofensiva contra Occupy, “pero sí fue francamente mala”, y lo fue justo por la propaganda contra movimientos anti-capitalistas y sus tradicionales y constantes estafas financieras (signo de Wall Street desde que Marx -Groucho, el comediante, claro- fue timado con las acciones de Goldman Sachs, las cuales nunca dieron saltos como canguro, tal como se lo prometieron, sino que lo llevaron a la ruina en ese histórico crac de 1929, según sus memorias).
Pero del ensayo de Graeber, y a despecho de los seguidores del famoso “encapotado”, se desprende que todos los superhéroes son víctimas de “una vida compleja interior (trasfondo familiar, ambivalencia moral, cris morales, ansiedad, dudas con respecto a sí mismos…”, y reciben un “alma” que los obliga a elegir alguna orientación política “explícita”.
Y ejemplifica que eso sucedió incluso no con personajes de cómics, sino con el mismísimo James Bond, -“antítesisprenatural de las malvadas mentes criminales- que en un momento ·se encontraba salvando comunidades indígenas, en Bolivia, de las garras de malvadas multinacionales privatizadoras del agua”.
“También Spiderman giró a la izquierda, de la misma manera en que Batman giró a la derecha”, aseguró Graeber, quien fue a los orígenes históricos: Peter Parker “es un chico inteligente de la clase trabajadora de Queens al que de repente le inyectaron algo raro en las venas”, y “Batman, el millonario playboy, es hijo del complejo industrial militarista”, filántropo y al mismo tiempo creador de bombas letales.
Al “Tu buen vecino, el Hombre Araña”, la autoridad le recuerda que “no es justiciero”, sino un anarquista, y por eso sólo puede ser apoyado por la clase trabajadora en momentos peligrosamente épicos (como sucedió con los operadores de grúas de Manhattan en la batalla contra el Lagarto), mientras que Bruce Wayne incluso tiene de aliado ni más ni menos que al invencible comisionado Gordon, fiel representante de la autoridad no corrupta, según la óptica del superhéroe.
En medio de gánsters, aspirantes a dictadores, policías y matones, “con líneas siempre borrosas entre ellos”, dice Graeber, Batman resulta, al final, un defensor del orden legal y político que, “sin importar lo defectuoso que esté, hay que defender…”.
El ensayista recuerda entonces la férrea defensa de Bruce Wayne contra las intenciones de su mentor Ra´s al Ghul (quien lo inició en la Liga de las Sombras en un monasterio de Bután) para eliminar a Ghotam de toda corrupción, decidido a restaurar el equilibrio de la naturaleza humana mediante ¡el exterminio de casi toda ella!
El texto da para mucho más, pero en la parte final Graeber se pregunta: “¿Hay algún mensaje que, se suponga, podemos extraer de todo esto?”, y responde: “Si lo hubiera, sería algo así como: “Sí, es cierto que el sistema está corrupto, pero es lo único que tenemos y en cualquier caso se puede confiar en las figuras de autoridad si primero han sido castigadas y han soportado terribles sufrimientos…Cierto, hay injusticia y sus víctimas merecen nuestra compasión, pero siempre dentro de límites razonables. La caridad es mucho mejor que enfrentarse a problemas estructurales. En esa dirección todo es locura ”
De eso trata justo el conservadurismo: dejar intactas las estructuras o, como el célebre “gatopardo” de Lampedusa, “cambiar todo… para que todo siga igual”.
Por eso en el colofón, el tono de esperanza de Batman (luego de no impedir la muerte de su ex maestro) suaviza la violencia y trata de cubrir toda la ola de crímenes y corruptelas. El superhéroe se contenta únicamente, como personaje de las canciones sociológico-salseras de Rubén Blades, en seguir la vida “repartiendo “bofeta´´”… hasta que en el cierre de la saga “finge su muerte”, luego de salvar a la ciudad de una bomba que su empresa fabricó y, por supuesto, de “rescatar” a la bolsa de valores (al sistema financiero y toda la corrupción, a buen resguardo).
(Advertencia sólo por no dejar: nada o poco de lo anterior tiene que ver con el mundo de la ficción).