Por Jesús Delgado Guerrero
De un lado los satanizan, los pintan como los peores diablos capaces de perpetrar toda clase de crímenes y tropelías. Son fantasmas que merodean las fronteras y amenazan la paz pública, la economía y a la sociedad. Son, de paso, elemento de campañas electorales antimexicanas, casi fascistas y racistas, amén de despliegues militares y proyectos de muros fronterizos, ambos con muchos millones de dólares de por medio.
Del otro lado, son los héroes nacionales que envían grandes cantidades de remesas para sus familias, sostén por el cual muchos mexicanos no han cruzado la línea de la pobreza y han podido enfrentar las complicadas situaciones económicas (con o sin pandemia Covid-19, dicho sea de paso) pero agudizadas por este fenómeno.
Son los verdaderos “atlas” de la economía y finanzas nacionales, esos de los que hablaba la filósofa Ayn Rand en sus novelas, apologías del egoísmo recalcitrante con su himno al “Yo” como eje de todas las cosas, excluyente de familias y sociedades, todo lo contrario de la solidaridad migrante.
Pues bien, a la vista la apología de lo inmoral que por un lado sabe que necesita de la mano de obra de nuestros migrantes, muchos de ellos calificados, sobre todo en la construcción y los servicios, pero que prefiere optar por la ilegalidad porque así se les paga menos; en esas condiciones tiene la oportunidad de explotarlos más, con pocas o nulas garantías, y en cualquier momento tiene la facilidad de despedirlos con la amenaza de deportación u otra.
En estos casos, para los empresarios del vecino país, y para el propio gobierno, no hay mejor trabajador que el migrante porque su mano de obra es barata, no goza de ninguna garantía y, sobre todo, es abundante y suple cualquier exigencia de los posibles empleados domésticos.
¿Para qué molestarse en incómodos debates y eventuales legislaciones si hasta el crimen organizado, y las autoridades migratorias y policiacas, claro, se benefician del coyotaje, del cruce clandestino, muchas veces trágico, como sucedió recientemente en Texas?
Del otro lado, el discurso oficial que atribuye la justificada aureola heroica a los migrantes por la cantidad de remesas que envían y que, hay que decirlo, han impedido no sólo que miles de familias no tengan más problemas económicos, sino que de alguna manera han servido para evitar tragedias financieras nacionales debido a la fuga de capitales golondrinos, motivo de alarma en otros años pero cuyo efecto hoy es amortiguado en cierta medida con esos envíos.
Pero con esos discursos, que incluso tratan de responsabilizar al vecino por no regular el concurso de los trabajadores migrantes en los Estados Unidos, se busca escurrir el bulto de la responsabilidad propia: qué se está haciendo para frenar esa ola de migrantes.
Es cierto que pese a la pandemia Covid-19 se han generado empleos y hasta el poder adquisitivo, tan deteriorado por décadas, se ha venido recuperando gradualmente aunque no ha sido suficiente.
Pero los migrantes son verdaderos desterrados de su país, sin oportunidades que alcancen y las que hay están muy mal pagadas; además, están los desplazamientos forzados por esa situación y por la inseguridad.
Lamentablemente los reclamos al gobierno estadounidense son una pantalla que, por más que se quiera, no esconde las fallas tanto del gobierno como de los que, en teoría, deberían generar empleos y pagar bien, pero que prefieren ganar hasta 200 millones de pesos diarios, como el caso del magnate Carlos Slim, mientras los trabajadores de una de sus firmas han estado amenazando con irse a huelga (Telmex), justo por la pésimas condiciones laborales.
Véanse las últimas cifras de mexicanos repatriados (donde por cierto el Estado de México está en el top ten de las entidades con la mayor cantidad de ellos cada año), incluyendo menores de edad, y aunque parezca que no hace falta, es necesario preguntarse por qué se van y en la respuesta procurar los remedios.
De modo que una cosa es exportar mano de obra porque los vecinos la requieren, tanto por escasez local como por lo calificada de la misma, y otra muy distinta que sea consecuencia del “excedente de mano de obra” (terminajo cínicamente encubridor del neoliberalismo), y porque lo único que se les puede ofrecer son condiciones laborales casi de esclavitud, con salarios miserables, además de inseguridad.
Hay mucha inmoralidad tanto de un lado como de otro, y es necesario comenzar a modificar los discursos si lo que se busca es que en realidad haya cambios sustanciales frente a la actual situación.
En suma, no son los diablos que ve el capitalismo estadounidense. Y detrás de esto sin duda hay héroes, conforme a la postura oficial, pero hay que verlos también como lo que son: hombres y mujeres, seres humanos, producto de diversos fenómenos indeseados y deleznables, comenzando por las narrativas inmorales.