***Por Jesús Delgado Guerrero
Cualquier estudiante de economía o ciencias políticas medianamente enterado tiene información, al menos, de que si hay una economía proteccionista en el mundo, esa es la de Estados Unidos.
Es tan vieja como la escuela mercantilista del Siglo XV con sus postulados de nacionalismo, proteccionismo y la intervención del estado-nación para proteger el comercio y ajustar sus políticas a favor de ello, impulsando y fortaleciendo monopolios mediante toda clase de privilegios.
“Es mejor vender que comprar”, decían sus representantes, todo encaminado a conseguir la unificación política y el poderío nacional, según el economista y político sueco Eli Filip Hecksher.
Ese proteccionismo es igual de “moderno” que Robert Malthus y su condón demográfico, Friedrich List y Alexander Hamilton (uno de los padres fundadores de Estados Unidos), o como la premisas económicas del filósofo neoyorquino Simón Nelson Patten (1852-1922), defensor de la protección industrial nacional y la intervención estatal (un entusiasta de la economía del optimismo); es tan “nuevo” como las ideas del alemán Gustav Schmoller (1838-1917) quien, por cierto, desde finales del Siglo XIX vió que tarifas y aranceles son “armas internacionales” que beneficiarían a un país si las utilizaba con cierta habilidad”, arsenal que a menudo utiliza el vecino país, incluso contra sus socios.
Pero a punta de propaganda se ha hecho creer que Estados Unidos es el campeón del libre comercio.
Eso por un lado. Por otro, cualquier observador o ambientalista medianamente informado sabe que uno de los principales países generadores de contaminación es justamente Estados Unidos, y lo hace mediante el uso cada vez mayor, en volúmenes gigantescos, de energías no renovables ni “verdes”, como su propaganda quiere hacer creer.
Canadá, otro socio comercial de nuestro país, no se queda atrás ni en proteccionismo ni como agente contaminante.
Para dar una idea: según Thomas Porcher, economista y profesor francés, “los Estados Unidos han añadido cuatro millones de petróleo (principalmente de esquisto), al mercado mundial” (“Tratado de Economía Herética, para poner fin al discurso dominante”, FCE)”; pero los gobernantes, defensores de petroleras, refieren que están invirtiendo en energías renovables.
Por su lado, “Canadá ha desarrollado los aceites de arenas bituminosas (el petróleo más contaminante del mundo)”, asegura en ese trabajo el investigador, y sostiene que, junto con Estados Unidos y otros países, el socio comercial de México utiliza más carbón (así, la hoja de arce en la bandera resulta otra pantalla de supuesto apego a la naturaleza).
Ante todo esto, no pueden resultar más burdos entonces los amagos de Estados Unidos y Canadá contra México para levantar un panel de controversias en el marco del Tratado (T-MEC), por políticas energéticas de nuestro país que supuestamente no respetan inversiones extranjeras y, con abierto cinismo, demandan incluso que sea coherente con el cambio climático porque está frenando y desincentivando inversiones de proveedores de energía limpia y de las empresas que presuntamente buscan comprar energía limpia y confiable”.
Todo lo anterior difundido profusamente por los órganos de fonación extranjeros y domésticos (medios y prensa aparentemente especializada incluida, totalmente conservadores) de los supuestos paladines del libre comercio (ajá) y de las energías limpias (más ajá) que, en realidad, son partidarios de que prevalezca la explotación, y con ello las millonarias ganancias, de las energías convecionalmente sucías y contaminantes de las empresas que protegen o representan.
Dicen los estudiosos que la intimidación y el proteccionismo comparten denominadores comunes, entre ellos el uso de la fuerza en forma directa o mediante la ley (confeccionada al gusto muchas veces), pero se llega a extremos tan toscos, con escasa imaginación ya para darle sustento a esa narrativa hipócrita, que nadie se traga esos cuentos (salvo las voluntades muy adictas a la teología del falso libre mercado y a mendaces movimientos ambientalistas, o abiertamente beneficiarias de algún modo).
Quizás por eso, ante las extravagantes embestidas de sus adversarios y las sutiles amenazas, el presidente Andrés Manuel López Obrador recurrió a su paisano, Francisco José Hernández Mandujano, el célebre “Chico Che”, y a ritmo del champurrado de cumbia, merengue y rock and roll, les espetó en el rostro el burlesco estribillo: ¡Uy qué miedo, mira como estoy temblando!
(Un narrativa así de bufonesca, con maquillaje legal, la verdad es que apenas merece una respuesta semejante, que ya es mucho incluso, y va con el debido respeto para el extinto artista).