Por Javier Ortiz de Montellano
Al capitalismo siempre le ha acompañado una cultura emocional crecientemente compleja y conflictiva que ha culminado en el acentuado individualismo de la globalización neoliberal.
Ese excesivo individualismo entró en crisis desde el Crac de las Bolsas en 2008 y la Gran Recesión Mundial de 2009. En vez de lograr una ”democracia de las emociones” que aboliera los conflictos de clase como pensaba el sociólogo Giddens en el año 2000, el individualismo neoliberal condujo a la falta de ética que ha arrojado a las sociedades capitalistas a la corrupción, la vida dañada y el malestar emocional, como prueba la expansión de trastornos relacionados con el estado de ánimo.
Se intensificó desde entonces la bipolaridad como expresión del malestar psíquico de la era post neoliberal actual, del mismo modo que la ansiedad fue la enfermedad mental característica de la posguerra, y la depresión caracterizó a la fase de excesivo individualismo desde los años ochenta del siglo 20 con el inicio del neoliberalismo originalmente anglosajón (Thatcher y Reagan).
El equivalente subjetivo del capitalismo neoliberal global del siglo 21 parece ser la “desregulación destructiva del estado de ánimo”, una categoría que se introdujo en el DSM-5 —la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico, editado por la American Psychiatric Association (2013)—, según señala Cesar Rendueles, destacado filósofo y sociólogo español, en su ensayo “La gobernanza emocional en el capitalismo avanzado. Entre el nihilismo emotivista y el neocomunitarismo adaptativo” (Revista de Estudios Sociales 62 | Octubre 2017, Comunidades emocionales y cambio social, págs. 82- 88).
Cada año las tecnologías de la información son capaces de almacenar, transferir y analizar más hechos, utilizando enormes bases de datos para guiar la toma de decisiones individuales en el mercado global. La bipolaridad o polarización parece un trastorno adaptativo a esta hipertrofia comunicativa de las redes sociales por internet.
El carrusel emocional se retroalimenta con la sobreabundancia de canales comunicativos personales, destacadamente el celular. Como señala Leader: “Si el síntoma capital de la manía se definió en otra época como el intento compulsivo de conectar con otros seres humanos, actualmente eso es casi una obligación: si no estás en Facebook o en Twitter, algo debe de andar mal en ti. Lo que en otro tiempo eran signos clínicos de psicosis maniaco-depresivas, se han convertido ahora en el objetivo de las terapias y del aprendizaje para alcanzar el éxito” (Leader, Darian. 2015. Estrictamente bipolar. México: Sexto Piso).
Tras la grave crisis mundial de 2008-2009, se dieron algunas adaptaciones ante las evidentes fallas del neoliberalismo global. El objetivo era preservar algunos elementos del sistema neoliberal desactivando, en cambio, sus aspectos más autodestructivos.
Con la pandemia se intensificaron, para bien y para mal, las tendencias de adaptación del sistema económico-tecnológico (principalmente, vía Internet, de analógico a lo digital). En lo psicológico-social la pandemia covidiana de 2020 a la fecha ha intensificado la epidemia de cotidiana bipolaridad que venía caracterizando la etapa de la crecientemente polarizada relación del capitalismo con las exageradas emociones, casi patológicas manías de los individuos-consumidores.
Sin embargo, frente al polo individualizador por la pandemia emerge un polo “neocomunitario”, que hunde sus raíces en la crítica a los resultados propiciados por el desmesurado individualismo neoliberal. Desde esta nueva perspectiva, la restauración de la participación de los gobiernos en la sociedad, preservando la mejor parte de la economía de mercado, ha requerido tomar en consideración a personas que deben ser entendidas no meramente como consumidores individuales supuestamente racionales, sino como individuos socializados, insertos en una comunidad, que toman decisiones en base a decisiones colectivas, cuyas elecciones vienen dadas por un complejo emocional, con sesgos, hábitos y relaciones interpersonales.
Frente al énfasis neoliberal en la competición este “neocomunitarismo postneoliberal postpandémico” busca establecer la sostenibilidad del sistema al proporcionar las bases para administrar el creciente malestar colectivo heredado del modelo neoliberal.
Después de la crisis de 2008-2009 se reconoció que la elección individual del consumidor y el deseo egoísta no sólo pueden fallar, sino que pueden ser peligrosamente perjudiciales por lo que los gobiernos tienen que intervenir para lidiar con los consecuentes problemas de salud, depresión y mantener el estado de derecho. Además, muchos líderes políticos ya no reconocen el mecanismo de precios del mercado como el principal mecanismo de coordinación social.
Definitivamente estamos pasando por un período de crisis económica, que es también un período de crisis de regulaciones y políticas, que invitan a formular nuevas narrativas e inventar soluciones.
Para constituir un cierto progreso estas nuevas soluciones necesitan abatir la urgente crisis del momento. En ese sentido, el neocomunitarianismo puede o no tener éxito como un medio para enfrentar las amenazas y aliviar las fallas más graves de los gobiernos neoliberales.
En suma, la política se ha movido algo más allá del cuadrante cerebral del neoliberalismo, sin que su dominación haya desaparecido del todo. Los mercados siguen siendo centrales en una emergente sociedad un poco más ʻneocomunitariaʼ, pero con variaciones que siguen sus propios caracteres culturales e historia económica y social.
Cada país busca un nuevo y específico equilibrio en esta nueva fase del capitalismo, en el bloque o área en que tiene influencia dentro de la globalización en pausa si no retroceso, debido a la pandemia y los efectos nocivos que sobre la economía mundial están teniendo los intentos de salir del laberinto epidémico.
Y de eso dependerá el nuevo régimen que resulte o no, en el caso mexicano, transformado o no, de qué tanto y qué tan bien o no, se logre la adecuación del régimen de la Cuarta Transformación a la nueva fase del capitalismo senil, aunque todavía resistente.
Hasta ahora el capitalismo ha demostrado la capacidad de sobreponerse a momentos críticos y adaptarse luego de experimentar alguna situación inusual e inesperada, como lo fue la pandemia y, más recientemente, la guerra de Rusia con Ucrania.
Lo que se empieza a denominar como neocomunitarismo evidentemente no es un movimiento ideológicamente duro en el sentido en que alguna vez lo fue el neoliberalismo. El neocomunitarismo descrito aquí consiste en un conjunto emergente de acciones gubernamentales y nuevas técnicas políticas, que ante la crisis surgen como propuesta diferente al proponer un distanciamiento o alejamiento político del proyecto neoliberal o neoconservador.
Pero concretamente del neoliberalismo podemos decir lo que señalaba el escritor Faulkner : El pasado no está muerto. Ni siquiera es pasado”. Las crisis recientes han obligado en Estados Unidos al regreso de un “keynesianismo” recargado, un gasto público extraordinario para abatir los efectos de las crisis, gasto que ese país puede permitirse por la posición privilegiada heredada desde 1943, que aún mantiene su dólar en el sistema monetario internacional y es el único país que tiene la “máquina de hacer dólares”, aunque ahora sólo requiere un clic digital a través del sistema bancario.
Gracias a ello puede emitir dólares -y lo sigue haciendo-con sólo su aprobación legislativa, como lo hace ahora para subsanar los daños y faltantes del neoliberalismo en la economía estadounidense. Sobre todo en la envejecida e insuficiente infraestructura física del país y en las fallas en las cadenas industriales globales que provocan interrupciones en su escasa producción nacional. Especialmente de productos avanzados como los superconductores (“chips”), esenciales para mantenerse en la punta de las tecnologías avanzadas en diversos campos importantes.
El Congreso de Estados Unidos le aprobó al Presidente Biden un aumento en su presupuesto de 1.2 billones de dólares para infraestructura, principalmente para transporte pero también para impulsar el Internet de alta velocidad y la producción de chips en el propio Estados Unidos, que sólo produce 12% internamente del total que consume y que importa de China y otros países a los que ha subrogado su producción.
Es lo que llaman un nuevo keynesianismo, con énfasis en lo militar (como lo hizo Reagan) y pendiente de lograr el respaldo del Congreso para un segundo paquete mucho más grande de 3.5 billones de dólares que financiaría nuevos programas familiares, de salud y educación (gasto social a lo Roosevelt), entre otras prioridades de la agenda de Gobierno, aunque no es fácil que los representantes republicanos lo aprueben, en especial si ganan las elecciones intermedias del próximo noviembre.
Esta necesidad de cambio en las políticas públicas proviene de los estragos de las pasadas crisis, la de la Gran Recesión de 2008-2009, la pandemia desde 2020 (y que aún sigue) y los derivados del intento de salir del estancamiento postpandémico y ahora con el agregado de ayudar monetaria y militarmente a enfrentar la amenaza rusa en Ucrania.
Concretamente, dadas las diferentes condiciones en México, el neoliberalismo heredado sigue resistiendo aunque el enfoque “postneoliberal neocomunitarista” tiene insertados agentes neoliberales dispersos en el Movimiento de Regeneración Nacional hecho gobierno. Éste Gobierno ha seguido una ruta singular, propugnando por un mayor gasto social y subsidios (principalmente a energéticos), pero se ha rehusado a contraer una mayor deuda pública o aumentar impuestos y, en cambio, ha enfatizado la “franciscana” austeridad en el gasto del gobierno y la recaudación fiscal más efectiva. Además, ha militarizado la seguridad pública mediante la creación de la Guardia Nacional (aunque eliminó los guardias del Estado Mayor Presidencial) y utilizado en algunos proyectos económicos.
Como resultado : una nueva mezcla de la antigua “Economía Mixta” como se bautizaba a la economía mexicana antes de que irrumpiera el neoliberalismo en 1989 (con Salinas).
En fin, ya habrá tiempo para evaluar detenidamente y lo más amplia y objetiva-mente posible la controversial gestión de la denominada Cuarta Transformación, que es no sólo económica (asoma la inflación y acecha la recesión mundial), sino política (se destapa la sucesión presidencial), y social (se incrementan las exigencias y se agudizan los conflictos) y hasta psicológica (“la desregulación destructiva del ánimo” conocida como Polarización, no cesa), pero por hoy el espacio se nos acaba, pero el sexenio todavía no termina y la vida espectacular continúa…