Por Jesús Delgado Guerrero
En México, como en el mundo, quizás no haya un tema que genere mayor urticaria que el pago de impuestos por parte de los propietarios de megafortunas. Mucho peor es hablar de que se aumenten o establezcan nuevos tributos a los megaricos; es casi como si se tratara de la peste.
En el centro está la desigualdad, con el crecimiento desbordado del 1 por ciento de las fortunas y la también creciente miseria de miles de millones de personas.
Ante ello fue muy significativo el silencio mediático en torno a los informes de la organización no gubernamental Oxfam, sustentando el crecimiento desbocado de las fortunas y su no aportación a las arcas públicas de las naciones, así como sus propuestas para fijar nuevos tributos a los súper ricos..
Un tema que tiene que estar en el centro del debate público fue, y es, simplemente ignorado, y no sólo por parte de los grandes corporaciones mediáticas y medios supuestamente especializados, sino hasta de publicaciones de presunta “izquierda”.
¿Cómo un asunto que ha venido explotando en la cara a los países y a sus gobiernos puede pasar en esa forma?
Si esto no tiene justificación ni en los gobiernos neoliberales (menos en los mal llamados de “izquierda”, que en realidad son tan conservadores como aquellos), cómo concebir que los espacios supuestamente creados para informar, generar debate y análisis simplemente apliquen el clásico “ni los veo ni los oigo”, como si ignorar los problemas fuera la receta para remediarlos.
Bien decía el activista Malcom X: Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido. Eso ha venido sucediendo.
El mismo informe de Oxfam lo explica: “Como cabía esperar, no todos los súper ricos son partidarios de pagar más impuestos. Además, tienen la influencia necesaria para proteger sus intereses; lo hacen tanto de manera directa, presionando informalmente a los decisores políticos y a través de donaciones y acciones de lobby, como de forma indirecta, a través del control y la propiedad de los medios de comunicación”.
En el caso de nuestro país el documento de esa organización es tajante: “Un elevado porcentaje de los medios de comunicación en México son propiedad del hombre más rico del país, Carlos Slim”, y remite a un estudio denominado “¿Quién posee los medios de comunicación del mundo? Concentración y propiedad de los medios en todo el mundo”, difundido en el 2016 (Oxford Academic), donde se da santo y seña de la situación a nivel mundial.
El capítulo 22 da cuenta del fenómeno en nuestro país (“Propiedad y concentración de los medios de comunicación en México”, con la autoría de Juan Enrique Huerta Wong, Rodrigo Gómez García, Eli Noam y Paul Mutter).
“México tiene uno de los mercados audiovisuales y de telecomunicaciones más concentrados del mundo, y es poco probable que esto cambie en el futuro cercano, a pesar de los esfuerzos gubernamentales y la creación de un nuevo sistema regulatorio. El sector de las telecomunicaciones está dominado por Carlos Slim, posiblemente el hombre más rico del mundo. La transmisión es controlada por Televisa. Y el sector de los periódicos está sustancialmente liderado por OEM. Si bien las nuevas tecnologías, como las plataformas multicanal, han introducido cierta competitividad en el mercado, los indicadores de concentración se han estabilizado o aumentado desde 2000”.
Eso dice parte del estudio, que aborda, con nombres y apellidos, la concentración mediática de unas cuantas familias.
Por eso y siguiendo a Malcolm X, en vez de colocar el pago de impuestos a los súper-ricos en la agenda del debate, en casi todos los medios convencionales se hace apología de la riqueza, de su poder concentrador, aparentando una denuncia, claro (al final, el quid del asunto, o se tocó de manera testimonial o de plano se ignoró).
Ese espeso silenció vino a desnudar no sólo ideologías en apariencia contrarias, el maquillaje de códigos de ética, sino también falsos discursos contra la desigualdad y hasta pomposos derechos ciudadanos a la información.
Sería mucho pedir algún ejercicio de autocrítica por parte del conservadurismo, partidario del no pago de impuestos hasta con rebajas, pero ¿dónde están los defensores de la democracia?, ¿dónde los paladines de la igualdad?, ¿dónde las agrupaciones de la supuesta sociedad civil defendiendo libertades y derechos? Nada. Apenas se mencionan nombres de súper ricos y nadie tose.
Es cierto que hablar de voces y medios de comunicación independientes y agrupaciones civiles “ciudadanas” es un despropósito, pero al menos los problemas reales, esos que afectan a millones de seres humanos, tendrían que ameritar debates y soluciones reales (es imposible conformarse con tanta ficción y con tanta simulación, aunque quizás sea estrategia: que el mismo silencio se encargue de crear el escándalo suficiente para dejar atrás toda apariencia).