Por Jesús Delgado Guerrero
Todas las actas de defunción, todos los funerales anticipados e historias con sus entusiastas finales parecen revivir a Karl Marx antes que sepultarlo. Dado por muerto una y otra vez, la esquelas son más anuncios de su vigente vitalidad que parte del deseado obituario.
Por eso causó mucha agitación el respaldo presidencial a la Secretaría de Educación Púbica (SEP) para que los profesores lean a Karl Marx, Vladimir Ilich Ulianov (Lenin) y Mijail Bakunin, igual a Platón y a Aristóteles, como parte de su formación.
Esto debe verse como una situación normal: el adoctrinamiento en las aulas no sólo de alumnos, sino también de mentores, siempre será un tema que genere algo más que ronchas, situación que por cierto no es exclusiva de nuestro país (en Estados Unidos, por ejemplo, es legendario el forcejeo entre “creacionistas”, partidarios del “diseño inteligente de Dios”, particularmente en el denominado “Cinturón Bíblico”, y los que, más abiertos, abordan la teoría de la evolución de Darwin).
Muchas mentes conservadoras, tanto en plano político como en el económico, incluso en el religioso, además de acusar de rojillos comunistas a los lectores de Marx y otros, han mostrado terror a este y los otros personajes. En el caso de Marx, razón no les falta.
Brevemente y a manera de guisa: ¿quién no tendría pesadillas ante la poderosa prosa que narra a detalle el “inframundo capitalista”, generador del “infierno social” (William Roberts, dixit) del proletariado, donde sin piedad alguna los cadáveres de obreros son exprimidos hasta los huesos? (Todavía no se había inventado la “flexibilidad laboral” ni el outsourcing, pero Marx se encargó de evidenciar sus antecedentes).
También, son sin duda tormentosos infiernillos, no del Siglo XIX, sino del actual, los argumentos sobre el robo de tierras a “gran escala” y, particularmente, la acumulación originaria (la explotación del trabajador) seguida de “una potencia nueva, el crédito” (usurero agandalle financiero a costa de los contribuyentes, que “prestan con una mano y cobran con la otra”), para incrementar la propiedad de los medios de producción y la acumulación, que son las “palancas de la concentración”, de control y sometimiento del poder público, al decir de Marx (y de los hechos palmarios de nuestro tiempo -representados por el “1 por ciento”- y detallados por contemporáneos como Thomas Piketty o Branco Milanovic).
Pasando someramente lista a Lenin, es un exorcismo actual contra los demonios conservadores afirmar que, en el plano económico, en el proceso que facilita pasar del capitalismo al imperialismo lo fundamental es “la sustitución de la libre competencia capitalista por los monopolios capitalistas”, porque “el monopolio es todo lo contrario a la libre competencia”, ya que desplaza a la pequeña producción o la aniquila. ¿Dónde no se ha visto esto, además de México?)
Con Mijaíl Bakunin nadie se salva: ni gobernantes ni capitalistas (tampoco Marx). Aquí hay que destruirlo todo (de ser posible, hasta con morboso placer) para que reine el espíritu de la comuna en fraterno anarquismo (he aquí parte de la Utopia de Tomás Moro, santo patrón de los políticos).
Es verdad que en muchos textos de esos personajes el lector podría sentirse como en la oscura y tenebrosa Caverna de Platón (un totalitario de corte fascista-comunista, según Karl Popper, igual o peor que Marx, Lenin y otros), con algunos pasajes densos y hasta espesos en los cuales en vez de luz, quizás sienta que, como el atribulado Estudiante Törless con las lecturas de Kant (de Robert Musil,) una mano vieja y velluda le retuerce el cerebro. Por suerte, hay algunas vías para enfrentarlos:
1.- Abordarlos como si se tratara de algún reciente informe de la organización no gubernamental Oxfam, con la exposición de todas las miserias neoliberales (precarización laboral, agandalles financieros, monopolios, concentración de la riqueza, además de evasión y elusión de impuestos, todo con datos actuales).
2.- Entrarle como parte de la encíclica “Fratelli Tutti”, del Papa Francisco, con su “revolucionario” llamado a “una nueva economía más atenta a los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera especulativa y de la riqueza ficticia”, luego de asegurar que “El mercado solo no resuelve todo, aunque otra vez nos quieran hacer creer este dogma de fe neoliberal” que, afirma el Papa, no es otra cosa que “un pensamiento pobre, repetitivo, que propone siempre las mismas recetas frente a cualquier desafío que se presente. El neoliberalismo se reproduce a sí mismo sin más, acudiendo al mágico “derrame” o “goteo” como único camino para resolver los problemas sociales”.
3.- O de plano hacer de cuenta que se están leyendo novelas de Honoré de Balzac o hasta de Carlos Fuentes, algunas de la cuales tratan de miserias humanas, despojos y crímenes de sectas políticas en connivencia con las sectas económicas (que las hay en todos los bandos, ya socialistas, capitalistas, supuestos demócratas o religiosos).
Por lo demás, Marx no es tan espeso como lo presenta el pomposo y ramplón intelectualismo pues el alemán tienen pinceladas de sarcasmo en sus macabras reseñas, muy filosos, dándose tiempo de mofas deliciosas contra el individualismo y sus “robinsonadas” (el alusión al Robinson Crusoe, de Daniel Defoe, estampa del “Titán” innovador y esforzado, caudillo de falsos meritócratas y adictos del credo neoliberal”). También se pueden leer alegorías de El Quijote, de Cervantes y, obvio, de Shakespeare, para fundamentar sus argumentos (todo esto sólo en El Capital).
Por supuesto, todo de Marx y el resto no puede ser tragado como se si se tratara de una religión (que ese fue y es el problema del marxismo: aceptarlo como un nuevo credo al que no hay que refutar, como ha sucedido con la teología neoliberal, muy a la Ayn Rand, donde hasta las trompetas del juicio final para los contrarios ya han sonado, anticipando edénicos paraísos, previos cuentos de hadas).
Al respecto, no sobra decir que hay una larga lista de afamados pensadores que se han encargado de estudiar los grandes méritos y las grandes miserias de la obra de Marx: Leszek Kolakowski, Erick Howsbawm, Josep A. Schumpeter, Karl E. Popper, Isaiah Berlin, Raymond Aron, Hannah Arendt, John Kennet Galbraith y muchos otros tratando desde distintas posiciones al Marx multifacético: al economista, al sociólogo, al historiador, al filósofo, al humanista, al político, al periodista y, desde luego, al profeta, a ese Marx como “opio de los intelectuales”. (¿A cuál Marx van a leer los profesores para orientar su criterio pedagógico?).
En otros tiempos, no hace muchas décadas, algunas obras de Marx y los otros personajes eran lecturas obligadas desde la preparatoria y luego en la universidad (públicas, claro).
Empero, como una profecía autocumplida, se fue configurando la nueva Liga de Los Proscritos -antecedente de la Liga de Los Justos, que mutó luego en Liga Comunista”- y varios de ellos han terminado casi “expulsados” de las aulas, incluso del debate, como Darwin en Estados Unidos.
Han sido tratados casi, casi, en la clandestinidad, como si fueran auténticos diablos, aunque es sabido que Marx se casó por la iglesia (con Jenny von Westphalen, el 19 de junio de 1843 en la iglesia protestante de San Pablo en Kreuznach, actualmente Bad Kreuznach, Alemania). Y este hecho viene a cuanto porque mereció la atención del extinto y bien recordado teólogo Hans Küng para refutar a Marx y su deformada -por sus fanáticos seguidores-, “antireligiosidad (“la religión es el opio del pueblo”), asegurando categóricamente que se le puede criticar de cualquier modo en diversos ámbitos, pero “no se le puede ignorar” (“¿Existe Dios?”, Editorial Trotta, p. 292).
Al final, este es el quid del asunto. Es hasta un error intentar enviar a Marx y al resto a polvorientos archivos de la desmemoria pues nada ejerce más fascinación que lo “clandestino”, lo oculto, lo prohibido (la iglesia Católica ni siquiera lo incluyó en su “Index librorum prohibitorum”, simplemente lo prohibió “ipso facto”, aunque en su momento el Papa León XIII, en su encíclica “Quod apostolici muneris”, arremetió “contra la peste del socialismo”, el cual debe ser “arrancado de raíz” porque va contra el derecho de propiedad, contra las leyes, contra la autoridad, contra el matrimonio, contra la desigualdad y contra todo que signifique subordinación).
Porque se han demonizado, con justa razón, las ideas dictatoriales marxistas, sus fallidas profecías (iguales o peores que las capitalistas o neoliberales, tanto en el sentido de exterminio de sus adversarios ideológicos como de prometer bajar el cielo a la tierra), entre otras.
Pero se han omitido intencionalmente los irrefutables alcances de sus teorías sociales, económicas y financieras, igual en el caso de Lenin, la cuales fueron desarrolladas en épocas tan lejanas pero de elocuente presencia en las nuestras mediante los hechos incontestables.
Por eso y por otras cosas a Marx no se le puede ignorar, porque incluso sirve de ejemplo de cómo ciertos propósitos nobles (un trato humano y la libertad del trabajador mediante el rompimiento de sus cadenas explotadoras y expoliadoras) han sido utilizados como coartada de las peores ambiciones totalitarias (la ex URSS -hoy Rusia-, Cuba, China, etc., antes y hoy).
Por no dejar: no fueron Marx, Lenin y compañía, sino los doctores escolásticos (siguiendo a Aristóteles), cristianos, islamitas y representantes de otras religiones, los primeros en condenar la propiedad privada, considerando además el lucro y el préstamo con interés como actividades perniciosas y hasta pecaminosas.
(Para evitar acusaciones de “plagio”, es menester decir que, ya como acto de contrición o de honestidad intelectual, lo anterior lo resaltó en sus memorias un neoliberal a toda prueba como Alan Greenspan, ex titular de la “Fed” de Estados Unidos y fan confeso de la filosofía del “egoísmo” de Ayn Rand y el “Atlas” que supuestamente sostiene al mundo -La era de la Turbulencias, Ediciones B, pie de nota, p.161-).
Todo esto, y más, obviamente se ha intentado expulsar de las aulas y hasta en algunas cátedras. Pero es de esperarse que, realizadas las lecturas, los mentores orienten su empeño de enseñanza al noble papel de acceso al conocimiento, difusión de ideas y a la comprensión, antes que al ejercicio, enmascarado de labor pedagógica, de un vulgar adoctrinamiento teologal, con sus extremos y sus respectivos infiernos.