«Para las formas de gobierno dejad que los locos compitan / el que mejor se administra es el mejor».” Alexander Pope
Por Javier Ortiz de Montellano
El origen del Estado Moderno está ligado a la necesidad de establecer una autoridad administrativa centralizada y burocráticamente efectiva mediante una organización política común, bajo el mando de la figura de órganos de gobierno propios, para garantizar la estabilidad y el bienestar de una población en un territorio soberano e independiente políticamente de otras comunidades.
De acuerdo con los autores de La Cuarta Revolución, la carrera global para reinventar el Estado”, John Micklethwait y Adrian Wooldridge, publicado en 2014, a la era moderna han correspondido tres períodos políticos indispensables para tres modos de gobernar:
- La política de los siglos XVI y XVII, que enfatizaba el poder soberano (en lo económico, correspondería al Mercantilismo: sistema económico en el cual los metales preciosos constituyen la riqueza esencial de los Estados (el Mercantilismo se desarrolló en los siglos XVI y XVII como consecuencia de los descubrimientos de minas de oro y plata en América),
- La política de los siglos XVIII y XIX, que se centraba en la libertad individual y, en lo económico se caracterizaba por el impulso a las ideas sobre la poco regulación y el libre mercado de Adam Smith (la “Mano Invisible”) y el libre comercio internacional (especialización por “Ventaja Comparativa”, teorizada por David Ricardo),
- La política del siglo XX que, después de la Gran Depresión mundial de los años treinta hizo hincapié en el bienestar social, con mayor intervención del Gobierno (Teoría de Keynes y en la práctica destacadamente por el Presidente Franklin Roosevelt en Estados Unidos), hasta que desde 1980 se empezó a restaurar el capitalismo de libre mercado, mezclado con ideas conservadoras (anti-Keynes principalmente derivadas de Friederich Hayek y en lo económico por el Monetarismo de Milton Friedman).
La primera revolución industrial cambió el mundo con la invención de la máquina a vapor, la segunda con la electricidad, la tercera con la electrónica y la informática.
Hoy, en el siglo 21, tras la crisis financiera-económica de la Gran Recesión de 2008-2009, se hace evidente que -según los autores-estamos en medio de una “Cuarta Revolución”, apremiados por la necesidad de reinventar la política a la luz de las nuevas tecnologías y las nuevas presiones políticas ante los excesos de la globalización que han llevado a una descentralización económica que las crisis mundiales de todo tipo han vuelto motivo de controversia (crisis de la pandemia, drogas, narco-terrorismo, ambiental y cambio climático, social, jurídica y judicial, económica, inflacionaria, demográfica y de migración, política, cultural, educativa, tecnológica, etc).
Ahora, la Cuarta Revolución en esta serie de ciclos de Estatismo y Anti-estatismo se está llevando a cabo en la era digital y está cambiando radicalmente la forma en que trabajamos, vivimos y nos relacionamos. Esta nueva era es impulsada por la convergencia de tecnologías como la inteligencia artificial, la robótica, la nanotecnología, la biotecnología y la internet de las cosas.
Sin embargo, estos avances y la descentralización de la producción en busca de la mayor eficiencia y menores costos, han acarreado consecuencias negativas como el aumento de la desigualdad y la concentración de poder en manos de unos pocos países y grandes empresas transnacionales, lo que ha llevado a una mayor polarización política (no hay politización sin polarización) y desigualdad económica en todo el mundo, causando descontento e indignación, cuando no franca oposición a los resultados del modelo excesivamente globalizador.
Este fenómeno que ya los autores de este libro muy pertinente que desde 2014 ofrecía una visión de cómo la tecnología estaba transformando el mundo en el que vivimos, tanto en los beneficios como en los desafíos de lo que denominaron Cuarta Revolución.
El libro destaca cómo la cuarta revolución industrial está transformando la economía global, la política, la educación y la sociedad en general. Los autores discuten cómo la tecnología está cambiando el panorama económico y creando nuevos trabajos y oportunidades de inversión. Sin embargo, también reconocen que esta transformación plantea desafíos significativos, como el aumento de la desigualdad económica y la posibilidad de que la tecnología reemplace a los trabajadores humanos en una escala sin precedentes.
Uno de los temas centrales del libro es la creciente brecha entre los “ganadores” y los “perdedores” de la cuarta revolución industrial. Los autores destacan que los trabajadores de bajos ingresos y aquellos con habilidades limitadas se verán especialmente afectados por los cambios en el mercado laboral. Los trabajos que solían ser seguros y bien remunerados, como la fabricación y el transporte, están en peligro de desaparecer debido a la automatización y la inteligencia artificial.
Los autores también analizan el impacto de la tecnología en la política y la democracia. Discuten cómo la tecnología ha transformado la forma en que las personas se relacionan entre sí y con el mundo que los rodea. En particular, el libro destaca el papel de las redes sociales en la polarización política y la manipulación de la opinión pública. Los autores argumentan que la democracia enfrenta nuevos desafíos debido a la propagación de información falsa y las campañas de desinformación en línea.
Además, los autores exploran cómo la tecnología está cambiando la educación y cómo las nuevas tecnologías pueden mejorar la forma en que los estudiantes aprenden. Discuten cómo la tecnología puede ser utilizada para personalizar la educación y proporcionar a los estudiantes una experiencia de aprendizaje más atractiva y efectiva.
Hoy en 2023, definitivamente sentimos que estamos en medio de esa “Cuarta Revolución” en la historia del Estado-nación, pues esta vez el modelo occidental de globalización, basado en el libre mercado y el comercio internacional sin cortapisas, está en duda, pragmática, no ideológicamente. Desde la caída o el abandono gradual y relativo del “Socialismo real” a fines del siglo pasado no se cuestionan tanto las ideologías como los resultados en la práctica.
Recientemente se cumplieron 30 años de la frase emitida por el líder Deng Xiaoping en 1992 para justificar el Gran Viraje relativo de China hacia el Capitalismo en la década de los Setenta del siglo pasado, “No importa el color del gato, lo importante es que cace ratones”.
Al mismo tiempo Francis Fukuyama publicaba su publicitado libro “El fin de la Historia y el último hombre (The End of History and the Last Man).
Fukuyama exponía una polémica tesis: la Historia como lucha de ideologías, ha terminado, con un mundo final basado en una democracia liberal que se ha impuesto tras el fin de la Guerra Fría. Como parte de un ensayo anterior de 1989, «¿El fin de la historia?» Fukuyama explicaba ese triunfo como efecto de la caída del comunismo. Así, lo interpretaba como el fin de la historia y fin de las guerras (lo que resultó falso) y de las revoluciones sangrientas ( posiblemente, si no se consideran los golpes de Estado, “blandos, judiciales o Lawfare” o “duros militarmente ”).
Además, Fukuyama argumentaba que, a medida que la democracia liberal se extendía por todo el mundo, se produciría un aumento de la prosperidad y una reducción de la violencia y la pobreza, lo cual no ha resultado así. El problema no ha sido la eficiente polarización de los gatos contra los ratones de cualquier color, sino que en la Globalización han brotado todas las enormes Ratas de todos colores de las sucias alcantarillas donde lo único que se lava es el dinero.
La teoría fue objeto de numerosas críticas desde un principio y hoy es claro que la democracia liberal está lejos de ser perfecta y que hay problemas graves en su funcionamiento, especialmente para abordar la creciente desigualdad económica y esto ha llevado a la polarización política y social. Otros críticos señalan que la democracia liberal es vulnerable a la manipulación por parte de poderosos intereses económicos y que esto socava su capacidad para servir a los intereses de la mayoría de la población.
Además, algunos críticos argumentaban que la democracia liberal no sería capaz de hacer frente a desafíos globales como el cambio climático o una pandemia, ya que estos problemas requieren una acción concertada y coordinada a nivel mundial (probablemente han demostrado recientemente ser más efectivas contra la pandemia que contra el cambio climático).
La democracia liberal puede ser el sistema político más eficaz y justo que se haya creado, pero todavía tiene defectos y retos que deben abordarse para asegurar que pueda seguir siendo el sistema político dominante en el mundo, sobre todo ante la rivalidad de China, Rusia y otros países o bloques semi-autárquicos, es decir, que intentan bastarse con sus propios recursos, lo cual a estas alturas, como acostumbran decir los cubanos en la Habana, “no es cosa fácil”.
Por otra parte, Fukuyama también aborda el concepto del “último hombre”, que se refiere a un ser humano que ha alcanzado todos sus deseos y no tiene más necesidades ni aspiraciones, lo cual resultaba y todavía resulta más que utópico, absurdo. A final de cuentas, fake news.
Ante los enormes desafíos que enfrenta el mundo, hoy se pasa por una relativa reversión de los efectos que la globalización ha provocado. Esta “Revolución” significa, en el fondo, reacomodos geopolíticos en las naciones y los bloques existentes. Ya desde antes de la pandemia del Covid-19 se daban, por ejemplo, modificaciones en el importante tratado comercial en el bloque de naciones cooperantes del T-MEC (México, Estados Unidos y Canadá); la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea (el Brexit), que se aferra a su desmantelada Mancomunidad de Naciones como sustituto de su desmoronado Imperio; el regreso de la agresividad rusa al invadir Georgia en 2008 y Crimea en 2014, precursora de la “Operación Militar Especial” rusa contra Ucrania, que pone en aprietos a la OTAN y especialmente a la Unión Europea.
La salida de Estados Unidos de Irak y Afganistán, el aparente retiro de su participación en el conflicto bélico del Medio Oriente y el actual intento ruso de restaurar sus zonas de influencia en Ucrania son otros ejemplos de reacomodos geopolíticos en busca de un nuevo diseño de los Estados o los bloques económicos o políticos realmente existentes, pero en graves problemas que los amenazan con el estancamiento o hasta la disolución.
¿Cómo será el Futuro?
Esperemos que los “reacomodos” geopolíticos en curso no hagan realidad la advertencia de Einstein, quien dijo: “
“No sé cómo se peleará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta Guerra Mundial se peleará con palos y piedras”.
Suponiendo que no sea así, en el futuro probablemente podamos especular sobre los Futuros posibles y si se puede Reinventar el Estado, aunque “no es cosa fácil”…