Por Jesús Delgado Guerrero
Desde todos los órganos de fonación locales, y algunos extranjeros, se difundió con desbordado entusiasmo que “la sociedad ha despertado”, que el “ciudadano común”, de a pie, incluso con huaraches y hasta en muletas, salió de su somnolencia para, sin pantunflas y sin más armas que su verbo, asumirse como un decidido “soldado de la democracia”. (Ojalá esto realmente fuera así, con todo y el tono cursi-heroico de algunas reseñas y “análisis”).
Con el escepticismo activo que le fue característico, un pensador de la talla de Carlos Castillo Peraza advirtió en su momento del sinnúmero de trampas que se esconden detrás de conceptos tan “abstractos y poco precisos” como “ciudadanización” y “sociedad civil”.
“¿Qué es más “sociedad civil”, el club Atlante o la obra de los salesianos para formar jóvenes artesanos?”, preguntó con filosofo sarcasmo el bien recordado filosofo yucateco, acusado, por cierto, de “comunista” y “gente peligrosa” por sus adversarios al interior del PAN, además de “especialista en Marx”, esto conforme a la feliz descripción de Luis Héctor Álvarez (“Medio Siglo, andanzas de un político a favor de la democracia”, Plaza&Janes).
Con la aguda visión de quien escudriña hasta “las moscas en la pared”: Castillo Peraza siguió: ¿Por qué se le otorga la concesión de la marca a un tipo de políticos que no responden ante nadie y se reúnen a comer en San Ángel, y no a las cooperativas cuyos miembros tienen que responder de sus actos y trabajan todos los días? (Disiento, Plaza&Janes, 2000).
(Paréntesis obligado: esa pregunta tuvo destinatarios: algunos miembros del “Grupo San Ángel” que, enfundados en el traje de “ciudadanos” o miembros de la “sociedad civil”, a la primera se lo quitaron y dieron el salto al poder político o se ajustaron al nuevo traje, entre ellos Vicente Fox Quesada, Elba Esther Gordillo y Santiago Creel Miranda (sí, justo parte del elenco de la “nueva ciudadanía” o “sociedad civil” que convocó y/o marchó el pasado domingo).
En tales condiciones, “¿Qué o quiénes deben o no ostentar el título de “sociedad civil” o de “ciudadanización”?, preguntó Castillo Peraza, y realizó algunas aproximaciones, pero lo dejó para estudio y definición de los sociólogos, dejando en claro su respeto por “las diversas formas de agrupación que hay y que no tienen finalidad política o partidista específica”. Pero “con una condición: que sean grupos sociales y no la cachucha oportunista de algún partido que se disfraza debajo de ésta, ni cementerio en el que esperan la resurrección decenas de partidos políticos fallecidos o batallones de políticos ineptos”.
Castillo Peraza, quien luego renunció al PAN, sugirió entonces: “lo que debe promoverse es la auténtica sociedad que asume formas variadas y diferentes. No esa “sociedad civil” que sólo es “sociedad de los políticos muertos”.
“Es inadmisible que se bauticen de “sociedad civil” los políticos fracasados y, con tan redentora etiqueta, hagan política encapuchados”, remarcó en su texto el filósofo peninsular.
Al margen de estas líneas, tan actuales como lapidarias, en el caso de la marcha-mitin del domingo pasado debe añadirse con mínimo sentido común (que es el menos común de los sentidos, según el vate yucateco y según se desprende de la narrativa propagandística que cree idiotas a todos), que la chaqueta de “ciudadanía” o “sociedad civil” no ocultó a los “encapuchados” ni a los promoventes (que, ciertamente, son “ciudadanos” por constitucional derecho), menos los intereses partidistas y económicos que comparten.
¿Por qué tratar de presentar un movimiento con intereses claros, tanto políticos y económicos, como si se tratara, casi, casi, de la “resurrección del alma cívica nacional”, un “Civic Spirit Reloaded”, si es que alguna vez tal cosa se ha dado?
Resulta una grosera obviedad: es la nueva “ciudadanía” de los “políticos muertos” (con su infaltable cuota empresarial, más a la vista esta vez que en anteriores lances) y las ideas neoliberales no tan difuntas pero que cargan con un gran desprestigio de corrupción y agandalles (Fobaproas con sus rescates bancarios, fraudes con privatizaciones por compadrazgo o connivencia; la evasión y elusión de impuestos… y una larga cola difícil de esconder).
Por eso la “cachucha”. Porque el PRI no se va presentar con su camaleónica caradura de siempre; el PAN, que no hace muchos años podía presumir de “formar ciudadanos y cuadros de opinión”, abandonó lo primero y carece de los segundos, además de estar acosado por sus fantasmas, rehén de impresentables dirigentes, grupillos y caciques. Parafraseando a Castillo Peraza, AN es un trineo extraviado, “sin perros de adelante y sin perros de atrás…”
Mientras, el PRD deambula entre el mundo de los vivos y los muertos, más zombi que nunca, con grupos de supuesta izquierda más abiertos que nunca a las relaciones incestuosas con el PRI neoliberal.
Capaces de erosionar cualquier espacio público y privado, sumidos en el desprestigio político y empresarial, ahora recurren a la “ciudadanización” como escudo de su vieja y reciente historia, buscando exorcizar a sus diablos (en menoscabo del no partidismo y de aquellos que no profesan los dogmas del Ogro Salvaje -neoliberalismo-).
Sólo quedar ver si tales maromas alcanzarán para sostenerse en el 2024 porque, es cosa de recordar, con su último pretendido “candidato ciudadano” -que trabajó para gobiernos del PAN y del PRI- inició el camino al atolladero en el cual se hallan.