Por Jesús Delgado Guerrero
El presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, acompañado de congresistas demócratas y republicanos, firmó el pasado lunes un paquete de infraestructura por un monto de 1.2 billones de dólares.
Se trata de una ley que prevé al menos 550.000 millones de dólares para inversiones federales durante los próximos cinco años, entre carreteras, puentes, transporte público, ferrocarril, aeropuertos, puertos y vías navegables, según los reportes.
Ese documento estableció también una inversión de 65.000 millones de dólares para mejorar la infraestructura de banda ancha, y varios miles de millones de dólares más para mejorar los sistemas de agua y red eléctrica.
Además, se informó que 7.500 millones de dólares se canalizarán para la construcción de una red nacional de cargadores de vehículos eléctricos.
Se trata, sin duda, de un plan muy ambicioso, “un paso monumental para reconstruirnos mejor como nación”, según las palabras del mandatario estadounidense, y los operadores anticipan que dentro de unos tres meses se comenzarán a ver las acciones.
Muy bien por los vecinos del norte.
Y en todo esto ¿qué pitos tocamos los de este lado? Pues bien, para los profetas del Apocalipsis sin causa no debió ser una gran noticia, porque los migrantes mexicanos -sí, los desterrados gracias a las oportunidades canceladas en su país- van a tener un papel relevante.
Trabajadores de la construcción mexicanos, con documentos o sin ellos y que significan alrededor del 20 por ciento de los casi 13 millones que hay en Estados Unidos, tendrán oportunidades de empleo. Igual el 4.3 por ciento que se dedica al transporte, electricidad, gas y agua; lo mismo sucederá con el 9.5 que desempeña actividades comerciales, el 12.5 por ciento a la manufactura, el 14.1 por ciento a la hostelería y esparcimiento,, el 0.5 por ciento a la información, el 2.9 por ciento al sector financiero, etc.
¿Más remesas, ya sin estímulos económicos, elevando el listón cada vez más? No hay que descartarlo.
Para desesperación de los “inversionistas”, mientras éstos sacan sus dólares del país para buscar mejores rentas pretextando “desconfianza”, todo parece indicar que los migrantes harán lo contrario.
Como dato, hay que mencionar que el año pasado, durante la emergencia sanitaria provocada por el Covid-19, los cinco principales países que captaron la mayor cantidad de remesas fueron: India (83 mil millones de dólares), China -sí, a la que se considera ya como la primera potencia económica en el mundo pero igual tiene millones de pobres, como Estados Unidos-, recibió 60 mil millones de dólares.
En tercer lugar quedó México, con (43 mil millones de dólares), Filipinas (35 mil millones) y Egipto (30 mil millones).
Según estudiosos del tema, el año pasado los tres principales países de origen de los flujos de remesas en dólares fueron Estados Unidos (68 mil millones), Emiratos Árabes Unidos (43 mil millones) y Arabia Saudí (35 mil millones).
Desde ahora, investigadores del tema migratorio están advirtiendo que si bien los migrantes van a tener oportunidades de empleo y van a ayudar a sus familias en México, en Estados Unidos también hace mucho aire en materia de incidencia delictiva, y uno de los blancos preferidos son justo los migrantes, a los cuales además se les paga menos salario o se les amaga con “denunciarlos” en caso de que su estancia en ese país no sea legal.
Todo un tema para las autoridades del servicio exterior, que deberán procurar las mejores condiciones para los migrantes.
Oposición sin ideas
Al ver el apoyo, así sea a regañadientes, de demócratas y republicanos al Plan de Biden, no fue posible evitar las comparaciones entre lo sucedido allá y los regateos políticos de la oposición (PRI-PAN-PRD) al presupuesto del gobierno federal.
Y peor por las evidentes contrariedades y falta de ideas de los opositores: los que antes urgían por la necesidad de un aeropuerto moderno, ahora ven en la construcción de uno, las extravagancias de un hombre.
Los que clamaban por apresurar transportes modernos como el Tren México-Toluca, ven ocurrencias en el Tren Maya o la conectividad del Tren Suburbano con el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles.
Más: los que apresuraron leyes, con todo y sobornos, para la participación de la iniciativa privada en la industria petrolera, ven un disparatado capricho la construcción de la refinería Dos Bocas.
Son los mismos que gritan por el establecimiento de políticas para favorecer “energías limpias” al tiempo de apoyar la inversión en las “energías sucias”.
En suma, ¿como hacer creíble una narrativa que durante tres años se ha pasado defendiendo lo que precisamente ha llevado al país al extremos vergonzantes, como la concentración de la riqueza y la miseria de millones, el no pago de impuestos de unos pocos -el “1 por ciento”- y la carga para el resto, además del agandalle de los bienes nacionales por parte de 30 familias y la monopolización del compadrazgo?
Es lamentable y hasta riesgoso que el país no tenga una oposición reflexiva y con ideas. Casi 40 años de recetar lo mismo la convirtió en una adicta ideológica, sin el mínimo de autocrítica. Quizás ni ella misma se lo cree, pero ahí sigue, exhibiendo sus carencias.