Por Jesús Delgado Guerrero
El presidente Andrés Manuel López Obrador ofreció un mensaje con motivo de su quinto informe de gobierno. Aunque la cuenta regresiva de su gobierno se inició hace meses cuando dio el “banderazo” para poner en marcha la sucesión con las mal llamadas “corcholatas”, a partir de su reporte el reloj comenzó el conteo “oficial” pa´trás de fin de sexenio, si se atienden los “usos y costumbres” del poder político en México que, en los hechos, poco han cambiado a pesar de toda la parafernalia democrática con la que se le ha maquillado.
Y es justo en esa cultura política que tiene entre sus premisas que “hay que cambiar para conservar”, según el refranero reyesheroliano (tan revolucionario como conservador), donde también “transformar” ha significado, en temas de gran importancia, agitar las cosas para mantenerlas igual.
Al respecto, dos temas de gran relevancia, cruciales para realmente transformar al país y su actual paisaje de extremos: modificar en forma sustancial todo el andamiaje jurídico-fiscal para evitar desproporciones en la distribución de la riqueza (el agandalle del “1 por ciento” de los más ricos, amén de la elusión y evasión de impuestos).
A su llegada al poder, logrado al tercer intento, el presidente López Obrador contó no sólo con un gran respaldo popular (más de 30 millones de votos), sino con la mayoría suficiente en el Congreso de la Unión para llevar a cabo reformas encaminadas a lograr cerrar brechas mediante una mejor recaudación, cobrando impuestos a quienes menos pagan (el “1 por ciento mencionado”, conformado por no más de 30 familias).
Se pueden hacer especulaciones de cualquier tipo, pero el hecho concreto es que no lo hizo. Se limitó a eliminar una facultad discrecional del Poder Ejecutivo mediante la cual se condonaban impuestos a los grandes contribuyentes.
Bien por eso, porque ciertamente eso era “ofensivo”, como dijo el mandatario en su momento. Pero con todo y la eliminación citada sigue siendo una grosería el sistema fiscal en beneficio de ese grupo de privilegiados, apoyados además por un Poder Judicial lo bastante neoliberal para contener cobros de impuestos, haciendo efectivo el cuento de hadas de que menos pagos por parte del “1 por ciento”, más generación de empleos y más riqueza para todos (ajá).
Había, pues, mucho qué hacer en materia fiscal, aunque el Presidente optó por etiquetar a quienes exigen que los ricos paguen más impuestos: “son de la izquierda radical”, afirmó. Y con eso escurrió el bulto.
En esa forma, Andrés Manuel López Obrador pasará a la historia como un conservador fiscal. (Desde el inicio de su administración ofreció señales en ese sentido: entre sus asesores figuró uno de los principales evasores de impuestos de este país, beneficiario directo, por cierto, del dinero de compadrazgos, con recursos de procedencia más que sospechosa.).
Sí: hay una mejor redistribución del ingreso mediante programas sociales, hay menos pobres (cinco millones, según Coneval), la economía está creciendo, el peso está intratable frente al dólar, etc., etc., etc., pero el suelo sigue estando muy disparejo. La desigualdad no se ha combatido, mientras el gobierno lleva a cabo maromas para que el espacio fiscal, esto es, el gasto público, no se reduzca todavía más.
Otro tema también crucial, el combate a la corrupción y a la impunidad. No hay que soslayar los casos en que integrantes de su equipo al final resultaron hasta con un certificado de “buenas personas” (como sucedió con Ignacio Ovalle en Segalmex, para no ir muy lejos), pero otros capítulos en realidad han dejado muy mal parado al gobierno de la “Cuarta Transformación” (cualquier cosa que esto signifique).
Dos de ellos, los más toscoa, el de la “sobornada reforma energética” (votada incluso por “flamantes” morenistas) y el salpicadero de corrupción de Odebrech, donde no hay “peces gordos ni flacos” con sentencias ni reparación de daños, mientras que en otros países que igualmente se vieron involucrados en escándalos corruptos con esa firma, hasta presidentes y ex ministros han pisado la cárcel.
Si no fuera porque todo ha sido público, se diría que esto ha sido una mala representación del México político que se conserva así mismo, uno de sus más insultantes rostros. Y al paso que va ese asunto, la sociedad va a tener que terminar ofreciéndole disculpas a la delincuencia que, como ha sucedido en otros casos, los involucrados se han dado el cínico lujo hasta de demandar “por difamación y daño moral”.
Olvídese del histórico atraco que constituyó el Fobaproa -hoy IPAB- y que por años el propio López Obrador estuvo denunciando, llevándolo incluso a un libro. Para decirlo rápido, esto, en palabras del Presidente, seguirá siendo “un expediente abierto” y sólo se cerrará cuando los impuestos ciudadanos terminen por pagarlo pasado medio siglo. Adiós años de denuncias y compromisos para investigar y sancionar a los estafadores.
Odebrech ha sido un tema para que la “Cuarta Transformación” se cuelgue una medalla, en serio, de combate a la corrupción y a la impunidad, pero ya sea por ineficacia o por otra inconfesable situación, o todo junto, el caso se ha vendo enredando y nomás no hay culpables ni sentencias.
De modo que en el tema fiscal simplemente el mandatario dio pases laterales y dejó lo realmente trascendente para los radicales de izquierda (si es que los hay, más allá de los círculos académicos , y si es que alguna vez llegan el poder). Y en materia de corrupción se ha repetido lo más deformado de la ya de por sí deformada consigna juarista: a los amigos justicia y gracia, y a los enemigos ¡ni ley a secas! (sólo acuerdos, y muy malos), aunque para esto le queda tiempo para actuar, dependiendo de lo que se logre con el caso Odebrech, para que no quede otro “expediente abierto”.
En otro asunto y sólo por no dejar: en el Estado de México hubo informe de gobierno (bueno, es un decir…) y, por supuesto, se manipularon u omitieron cifras tanto de pobreza como de incidencia delictiva, entre ellos homicidios dolosos y feminicidios, así como de crecimiento de la deuda pública y de obras inconclusas (hospitales), además de empleo.
Para no hacer esto más largo (igual a las más de 717 páginas del farragoso recuento final, más dos del directorio), lo único que se puede decir del documento es que cualquier mexiquense o mexicano desearía vivir en la “envidiable” entidad de la que habló el gobernador Alfredo del Mazo… siempre y cuando fuera real, claro.