Por Jesús Delgado Guerrero
No se trata de la primera comedia sexenal alegre, como supondría tal título, si bien hay motivos de sobra para esbozar cuando menos una sonrisa frente al giro político que se va a dar el próximo año: una mujer encabezará el Poder Ejecutivo. Esto hay que decirlo en voz alta: parte vital del destino del país estará en las manos de una mujer en los próximos seis años.
País de machos, misógino cual más, con épocas emblemáticas en las que se proclamaba la paz con pistola al cinto y con una espesa memoria de atrocidades, se inscribirá en la reducida lista de naciones que han tenido a una mujer en el cargo más alto del poder público.
¿Una mujer en lo alto del poder en una nación donde la mujer todavía dedica más tiempo a los trabajos domésticos y los cuidados; donde la brecha salarial con sus pares es más que una grosería, donde los asesinatos por razones de género y dolosos en su contra se han vuelto parte del paisaje cotidiano; donde la violencia en todas sus formas muestra desde la deshumanización hasta las más inaceptables abyecciones humanas; donde la desigualdad y la pobreza la colocan como principal referente? ¿Ese país tendrá una Señora Presidenta? Pues si. Y se dice muy pronto.
En suma, muy bien por esto pues, como sugería Rosario Castellanos, el ascenso femenino de los últimos años ha estado más fundado en el reconocimiento a la capacidad y a la dignidad del ser humano, que en falsos heroísmo o simuladas abnegaciones.
Sin embargo, como en una comedia de enredos, el final del principio ha sido trazado con algunas complicaciones, y hasta cierto punto con pinceladas ingeniosas, con la inconformidades de rigor: de antemano se sabía que sólo dos mujeres habrían de competir realmente por el máximo cargo del país. Lo ingenioso estuvo en que hubo muchos convocados, sí, para por lo menos no dar más carne para que se remarque la existencia de una democracia de fachada.
Más allá de esto, desde ya es un hecho destacado por el cual hay que congratularse. La recepción de tal acontecimiento ha dado pie a cualquier clase de interpretaciones y se está viendo, de entrada, que por muy femenino que sea el asunto, por muy rosa que parezca, no está exento de toda clase de canalladas y gandalleces de los simpatizantes de los bandos contendientes (incluidas voces femeninas).
Parafraseando a una clásica (Olimpya de Gouges), la mujer capacitada para subir a la guillotina (pública), por supuesto que también lo está para para subir a la tribuna (pública) y al poder público.
Sobre lo primero, acaso habrá ingenuos que piensen que lo que viene va a ser una contienda con ramos de rosas como espada pues se olvida que se trata de una disputa por el poder donde, además, estarán dos visiones de país aparentemente contrapuestas.
Y respecto de lo segundo, es claro desde hace mucho que la incursión de la mujer en la vida pública ha estado limitada por una cultura fálica que indebidamente se impuso, aquí y en buena parte del mundo. Esto hay que remarcarlo: esa cultura que no reconoce dignidad alguna tendrá que irse arrancando desde lo profundo, y es un buen inicio que una mujer ocupe la más alta responsabilidad del país.
Ya habrá tiempo para detenerse en las propuestas de las candidatas, pero desde ahora se puede decir que no serán diferentes de las que se han visto en los últimos años. Todo recaerá, al final, en estilos y la narrativa de la que se hagan acompañar.