Por Jesús Delgado Guerrero
Durante casi un mes, la titular del Órgano Superior de Fiscalización del Estado de México (OSFEM), Miroslava Carrillo Martínez, se colocó en medio de un ventarrón después de presentar el informe de resultados de la Cuenta Pública del 2020 y del Programa Anual de Auditoría. ¿La razón? De un lado los que exigieron colgar en la plaza pública a más supuestos “asaltantes” del presupuesto público; del otro, los que demandaron justamente descolgar a unos y no llevar al patíbulo a otros.
En estos como en otros lances, tratar de salir indemne siempre será ocioso. Desde tiempos bíblicos se sabe, por ejemplo, que no hay ser más vituperado y odiado que el recaudador de impuestos (sólo San Mateo alcanzó la purificación y la glorificación correspondiente, y por eso hoy es el santo patrono de titulares de Hacienda, secretarios de finanzas y tesoreros, así como de funcionarios de aduanas, contables y hasta de banqueros, aunque en nuestro país éstos festejan su día el 12 de diciembre y no por la Vírgen de Guadalupe, sino porque en un día como ese de 1998 se votó a favor del fraudulento rescate bancario -Fobaproba, ahora IPAB-, que todavía seguimos pagando).
En suma, son actividades poco estimadas (y las alarmas deben encenderse siempre en una administración o corporación cuando alguien refiera de ellos que “son buenos amigos, muy buenas personas”, porque no hay mejor indicador de que las cosas marchan de plano graves que eso). E igual sucede con auditores y fiscalizadores (incluso cuando son afines al gobierno, cuantimás cuando no lo son).
El hecho es que, según se pudo advertir por el griterío y los reclamos de uno y otro bandos, el trabajo del OSFEM y su titular, si no el mejor, sí se está desarrollado en un espacio que está dejando atrás episodios de verdadero oscurantismo en materia de transparencia, rendición de cuentas y, claro, fiscalización, que es una de las tareas fundamentales del Poder Legislativo (grave sería que los involucrados dijeran que Miroslava Carrillo “es buena onda… pero que digo buena onda, es casi de la casa, una de nuestras parientes…”.
Recuérdense esos espesos “chorizos” (y con esto no me refiero a uno de los ingredientes de los exclusivos chilaquiles del lamentablemente desaparecido “Imperial”, en el centro de Toluca) redactados con ostentosa jerga financiera y contable, acompañados de pretenciosas fórmulas matemáticas, “aclaraciones” entre paréntesis, abundantes “pies de notas” y citas a lo bestia, los cuales coronaron siempre estos documentos (al menos desde que el OSFEM fue creado, allá a principios de este siglo -en el 2004-, sustituyendo a la Contaduría General de Glosa que, para efectos prácticos y políticos, era justamente amarrar al perro con longaniza).
Con esos reportes sucedía al legislador como al Estudiante Törless (de Robert Musil) con sus lecturas filosóficas de Kant: la mano vieja y huesuda del disciplinado profesor alemán revolvía el cerebro y lo retorcía con un tornillo, aunque en teoría (y esto nada más en teoría) el representante popular debe saber algo de estos y otros chunches, al menos en calidad de aficionado.
Y es que desde que los tecnicismos neoliberales convirtieron a los respetables barrenderos en “ingenieros ecológicos” y los honorables operadores de taxis fueron elevados a “técnicos en navegación terrestre”, los informes de resultados se inundaron de una monserga literaria misteriosa y hasta inquietante que daba cuenta de todo, menos de resultados.
Como diría zumbonamente el bien recordado Jesús Reyes Heroles, esos reportes eran “profusos, confusos y mamones”, y por tanto efectivos para los fines evidentes pero inconfesables: no dejar ni polvo debajo de la alfombra ante los trastupijes.
Por el contrario, lo que se ha podido observar en los dos últimos reportes de resultados del OSFEM es, para decirlo pronto, rigor sin chorizo. Y por las reacciones en la galería, es obvio que no gustó que en ese ente se hayan puesto gabardina y gorra, y lupa en ristre revisaran cantidad de expedientes para dar forma a un documento contundente y sustentado.
Resalta el visible concurso de profesionistas en finanzas, contabilidad, economía, actuaría, derecho y, vaya, hasta de diseño gráfico, (muy creativo, por cierto), esto quizás para tratar de evitar la fatiga entre los eventuales lectores. (Nada que ver con farragosas y planas exposiciones, de infeliz memoria).
Sin duda los actuales son documentos todavía muy técnicos, y extensos, de no fácil acceso para la gente de a pie, y esa sería quizás la tarea que tendría que hacer el ente fiscalizador para informar a más ciudadanos y llegar en forma menos intimidante.
Por el momento, los reclamos de los bandos, incluidas las insidias partidarias y hasta “posturas” mala leche, dejaron la sensación de que en ese organismo están en lo suyo; también, que las “observaciones”, tanto en la Cuenta Pública como en el Plan Anual de Auditorías, aportan elementos para orientar opiniones respecto de si sus integrantes están mirando o no a la izquierda o a la derecha, tanto para bien como para mal.
Y que toca ahora, justo al legislador, evitar que todo quede en un documento de cuenta pública más y promover, a partir de los resultados presentados, las acciones legales correspondientes, o el ajuste o reorientación de presupuestos, programas y demás. Tras los clásicos gritos y sombrerazos, el balón está en su cancha.