Por Jesús Delgado Guerrero
Asegura el profesor de filosofía Byung-Chul Han que la “inteligencia artificial es sorda”. A diferencia del pensamiento que “oye, mejor, escucha y pone atención”, la primera no oye ninguna voz.
El mentor coreano apela entonces a la disposición anímica fundamental teorizada por el alemán Martin Heidegger que, en resumen, “es la fuerza de gravedad que reúne palabras y conceptos a su alrededor”, configurando el pensamiento.
En esa forma, según Byung-Chul Han, “la primera afectación del pensamiento es la carne de gallina”.
“La inteligencia artificial no puede pensar porque no se le pone la carne de gallina. Le falta la dimensión afectivo-analógica, la emoción que los datos y la información no pueden comportar”, es decir, no hay estremecimiento inicial. (Byung-Chul Han, “No-Cosas, quiebras del mundo de hoy”, Taurus, pp. 53-61).
En tales condiciones, “si la disposición anímica fundamental está ausente, todo es un estrépito forzado de conceptos y palabras vacías”, cita el mentor coreano a Heidegger, y sostiene que la inteligencia artificial es apática, carece de pasión, “solo calcula”, y únicamente tiene la capacidad de procesar hechos predeterminados que, para colmo, “siguen siendo los mismos. No puede darse a sí misma hechos nuevos”. “Todo se vuelve calculable, predecible y controlable”, dice.
Todo esto es, según él, el descubrimiento de las correlaciones, “un saber bastante primitivo que no sabe por qué sucede”, sino que se encoge de hombre y solo atina a responder: “Simplemente sucede”.
Eso no es lo peor: para el profesor de filosofía la inteligencia artificial “carece de la negatividad de la ruptura”. Adquiere conocimientos del pasado pero es ciega para los acontecimientos futuros. Elige entre opciones previamente establecidas, incapaces de ir hacia lo intransitado.
Nuevamente, la diferencia está en “el pensamiento en sentido enfático”, es decir, la pasión, que es capaz de engendrar un mundo nuevo”.
No es como el big data que todo lo llena de imágenes y de estímulos, pero cambia al mundo en la profundidad del enigmático y oscuro pozo que, justo por eso, “es promesa de mayor claridad”.
“La información y los datos no tienen profundidad (no seducen, dice). El pensamiento humano es más que cálculo y resolución de problemas”, expone Byung-Chul Han.
Siguiendo al filósofo francés Gilles Deleuze, afirma que de lo que se trata es de hacer “del idiota”, ese que se atreve a saltar “a lo totalmente otro, a lo no transitado”; ese idiota que produce “un nuevo idioma, un nuevo pensamiento, un nuevo lenguaje”.
Pero la “inteligencia artificial es demasiado inteligente para ser un idiota”, esto a pesar de que sus epígonos podrían nutrirse de una larga y admirable historia de saltos idiotas, ensanchando con ello espacios de libertad y de democracia.
Pero, en su desempeño opositor, han optado por ser fieles “Phono Sapiens”, viles “infómatas”, elaboradores de selfies a los bestia que ven techos donde hay pisos, fantasmas donde hay seres de carne y hueso y, en fin, complicando más el desarrollo de cualquier nuevo pensamiento y la consecuente acción política.
En los hechos se han estado despidiendo de la libertad, encadenados a su templo. (Preocupante por donde se le quiera ver).