Por Javier Ortiz de Montellano
“Una nación es un grupo de personas unidas por una errada apreciación sobre el pasado y un desagrado compartido hacia sus vecinos”. Karl Deutsch, El Nacionalismo y sus Alternativas
Diablo: Hola, Simplicio, ¿cómo te cierra el año y te empieza el nuevo gobierno en ambos lados de la frontera?
Simplicio: ¡Ay, Diablo! La gente ya no está contenta con nada, ni en verano ni en invierno, ni en México ni en Estados Unidos. Hasta en Canadá ya quieren cambiar de Ministro. Se quejan por todo: si hace calor, porque hace calor; si hace frío, porque hace frío, si hay drogas se quejan por el fentanilo y de todo le echan la culpa a los narcos y a los migrantes. ¡Son expertos en quejarse!
Diablo: Por supuesto, Simplicio. Y tú paradójicamente te quejas de los quejosos. Reconoce que la queja es el motor de la humanidad, mi Simply. Sin ella, nadie habría inventado el aire acondicionado o las bufandas. ¡El mundo sería otro sin quejas!
Simplicio: Pero no exageres, Diablo. Hay una diferencia entre quejarse para mejorar algo y quejarse sólo porque sí. Hoy en día, hasta se quejan de que los aguacates son demasiado caros aquí porque se exportan mucho a Estados Unidos y allá critican de que con la Inteligencia Artificial las redes sociales se han vuelto “demasiado tóxicas”.
Diablo: ¡Ah, Simplicio! La queja por las redes sociales es mi favorita. “Demasiado tóxicas”, dicen, pero ahí están, pegados a sus teléfonos, refrescando la pantalla como si fuera una fuente de sabiduría divina. Es como quejarse de un circo mientras compras boletos de primera fila.
Simplicio: Bueno, yo prefiero la Cultura de la Satisfacción. Agradecer por lo que se tiene, disfrutar las pequeñas cosas de la vida… ¿Sabes? Lo que dicen los sabios: “El que no es feliz con poco, no será feliz con mucho”.
Diablo: ¡Oh, qué profundo, maestro Zen-plicio! Pero dime, ¿qué tan satisfecho estás cuando se te mete un mosquito en la habitación justo antes de dormir? ¿O cuando el pan tostado se te quema por un lado? ¿Agradeces esas “pequeñas cosas”?
Simplicio: Bueno… hay excepciones. No digo que no me enoje a veces, pero trato de mantener la calma. ¡La cultura de la satisfacción es un camino, hay que ser positivos!
Diablo: Ah, claro. Mientras tanto, la cultura de la queja es el autobús que todos toman porque es rápido, cómodo y llega a todas partes. ¿O es que nunca has notado lo fácil que es quejarse? ¡Es gratis, no requiere esfuerzo y hasta te da tema de conversación!
Simplicio: Bueno, es verdad. Hay algo de catarsis en quejarse. Pero si todos nos centráramos en lo positivo, ¡el mundo sería mucho más alegre!
Diablo: ¿Más alegre? ¿En serio? Sin la queja, no habría memes, ni parodias, ni programas de humor. Todo sería paz y amor… ¡y aburridísimo! Además, ¿qué harían las abuelitas si no pudieran quejarse del clima o de las noticias? ¿Qué sería de las oficinas sin los quejicas que murmuran sobre el horrible café de la máquina?
Simplicio: Puede que tengas razón. Pero, ¿y si encontramos un equilibrio? Agradecer lo bueno y quejarnos sólo cuando sea necesario.
Diablo: ¡Uf, qué aburrido, Simplicio! Pero está bien, te concedo esto: puedes tener tu cultura de la satisfacción… siempre que dejes espacio para la queja. Al fin y al cabo, ¿qué serías sin tu famoso discurso de “todo está tan caro hoy en día”?
Simplicio: ¡Eso no cuenta! Es una observación válida, un dato duro.
Diablo: Claro, claro. Son otros tus “datos”. Pero si quieres, sigue practicando tu equilibrio. Mientras tanto, yo seguiré disfrutando del espectáculo de la cultura de la queja. ¡Es mi “reality show” favorito! No tiene buen fin…
Simplicio: Pues yo creo que para mí la solución es muy simple, basta con tener tres nacionalidades: mexicano, español y estadounidense. ¿Qué te parece mi nuevo proyecto de vida? ¡Voy a ser el ciudadano perfecto del mundo!
Diablo: ¿Tres nacionalidades? Simplicio, ¿qué clase de Frankenstein cultural estás planeando? ¿Y para qué necesitas tantas? ¿Vas a ganar el Mundial de 2026 con tres países al mismo tiempo?
Simplicio: Pues mira, en México ya se reconoce la doble nacionalidad y en España/
Diablo: ¿No andabas queriendo obtener la nacionalidad española por tus raíces de expulsado judío?
Simplicio: Sí, pero con la guerra de Israel ya abandoné ese proyecto…En cambio, este nuevo proyecto cosmopolita tiene muchas ventajas. Conservando la nacionalidad mexicana, tengo el sazón y la buena comida. Con la española, me echo una siesta cuando quiera sin que nadie me critique. Y con la estadounidense, ¡pues tengo descuentos en el Black Friday!
Diablo: ¡Claro, porque lo más americano que puedes hacer es pelear por una aspiradora al 50% de descuento! Pero dime, Simplicio, ¿cómo planeas combinar estas identidades? ¿Vas a celebrar el 4 de julio con fuegos artificiales, una paella con “ketchup” y mariachis?
Simplicio: No suena mal, ¿eh? Aunque sería más bien un 16 de septiembre o un 5 de Mayo con fuegos artificiales, que ya usan en Estados Unidos ¡Y programados con computadora!, además agregando un desfile de hot dogs y regalando tacos y paella y, por supuesto, mariachis. ¡Diversidad cultural, Diablo!
Diablo: Diversidad cultural, dices. Yo diría más un desorden identitario. ¿Te imaginas el caos que vas a causar? Los mexicanos te van a reclamar por “ser gringo”, los españoles te van a llamar “chicano” y los turistas estadounidenses van a pensar que España reconquistó México.
Simplicio: Pues que digan lo que quieran. Yo voy a ser un ciudadano global. Además, imagínate las fiestas: se rompe una piñata, bailo flamenco y cerramos con un concierto de Taylor Swift.
Diablo: ¡Oh, qué festín de contradicciones! Pero a ver, Simplicio, ¿ya pensaste en los problemas burocráticos? Tendrás que pagar impuestos en tres países. ¿Y qué pasa si te convocan a tres jurados al mismo tiempo? ¿Vas a ir vestido de charro, torero y vaquero, todo junto?
Simplicio: Bueno, ahí es donde entra mi habilidad para improvisar. Le digo al fisco que tengo pérdidas porque estoy en el negocio de las corridas de toros que está quebrando porque las quieren prohibir, a los españoles que la banca española en México no da ganancias y a los mexicanos que me quedé sin dinero por ir a Disneylandia.
Diablo: ¡Qué genio, Simplicio! Tu plan tiene algo de brillante. Pero dime, ¿qué harías si los tres países se pelean por tu lealtad culinaria?
Simplicio: Fácil. Les digo que no elijo a ninguno, que estoy demasiado ocupado comiendo tacos, paella y hamburguesas al mismo tiempo.
Diablo: ¡Bravo! Eres como un bufé internacional de identidad. Aunque, si me permites una sugerencia, deberías invadir Francia y agregar algo francés para hacer total el cosmopolitismo, algo así como papas a la francesa con las hamburguesas como en Estados Unidos.
Simplicio: ¡No exageres, Diablo! Tres nacionalidades son suficientes. Además, los mexicanos no tenemos mucho en común con Francia porque logramos rechazar su invasión y su intento de convertirnos en Imperio con Maximiliano y la loca de Carlota. Aquí en México, ni a las papas de las hamburguesas se les nombra como “French Fries” como en Estados Unidos…Aunque ahora que lo mencionas… ¿qué tal si me hago canadiense también? Así tengo siestas, descuentos y ¡maple syrup! para los hotcakes.
Diablo: Pues apúrate porque, según Trump, Canadá ya va en vías de hacerse el estado 51 de Estados Unidos…
Simplicio: Sí, tendrían la ventaja de que ya hablan inglés y francés, nada más faltaría que les impusiéramos la lengua mexicana…
Diablo: Sí, claro. A ver cómo convencen a los de Quebec…Yo creo que ni si te conviertes en embajador de la ONU. Bueno, Simplicio, solo te pido que me invites a tus guerras-fiestas culturales. ¡Quiero ver cómo sobrevive Norteamérica a ese caos identitario que tienes en mente!
Simplicio: Diablo, ¿alguna vez has pensado en lo que pasaría si México decidiera reconquistar Estados Unidos y España?
Diablo: ¡Ja! Reconquistar, dices. ¿México invadiendo Estados Unidos y España? ¡Por favor! Eso suena como el argumento de una novela de ciencia ficción envuelta en una telenovela épica dentro de una película como aquella del Rugido del Ratón, de Peter Sellers…Déjame adivinar, ¿en el capítulo final el mariachi ondea la bandera mexicana desde el Palacio de la Moncloa en Madrid y la Casa Blanca en Washington?
Simplicio: Pues no suena tan descabellado. Mira, ya tenemos más mexicanos en Estados Unidos que en muchas ciudades de México. Y en España, ¡les encantan el tequila y los tacos! Sobre todo, con la avanzada de ex presidentes mexicanos que ya adquirieron la nacionalidad española. Estamos infiltrándonos poco a poco, Diablo.
Diablo: ¿Infiltración cultural? ¡Con Calde-Ron eso suena más a pachanga que a invasión! Pero dime, Simplicio, ¿cómo planeas reconquistar a dos países tan diferentes? ¿Les vas a enviar ejércitos de tamaleros y bandas de mariachi?
Simplicio: Podría funcionar. Imagínalo: en Estados Unidos, además de ricas hamburguesas, las calles llenas de puestos de sabrosos tacos. Y en España, cambiamos el flamenco por cumbias y narcocorridos.
Diablo: ¡Claro! Y cuando el enemigo intente contraatacar, les lanzamos guacamole, que les encanta, como arma secreta. Pero dime, Simplicio, ¿cómo vas a lidiar con los estadounidenses que no pueden vivir sin su “ketchup” y los españoles que defienden su paella como si fuera un tesoro nacional?
Simplicio: Fácil. A los estadounidenses les decimos que el mole es el nuevo “superfood”, y a los españoles les hacemos una versión mexicana de la paella… con un poco de chile mezclado con ketchup y carnitas con guacamole.
Diablo: ¡Ah, sí! Porque nada conquista a un país como arruinar su comida tradicional. Me sorprende que no hayas pensado en reemplazar la Estatua de la Libertad por una estatua de Benito Juárez fumando un puro como cuando trabajaba enrollando tabaco en Nueva Orléans.
Simplicio: ¡Esa es una gran idea! Aunque creo que la reconquista sería más sutil. Por ejemplo, en lugar de enviar soldados, mandamos abuelitas mexicanas a cuidar a los nietos a los hogares. Nadie puede resistirse a una abuelita cocinando muy rica comida mexicana y contando divertidas historias.
Diablo: ¡Eso sí que es un plan diabólico! Pero ten cuidado, Simplicio. Si conquistas a España, prepárate para sus quejas eternas: “Esto no es tortilla de patatas, esto lleva demasiado picante”.
Simplicio: Bueno, tampoco es que España no haya cometido sus “pequeños” errores con nosotros en el pasado. ¿Te suena algo llamado la Conquista/Encontronazo?
Diablo: ¡Ay, Simplicio! Me encanta tu lógica. Según tú, esto no es una invasión, ¡es justicia histórica! Pero, ¿qué pasa si los estadounidenses o los españoles intentan invadirlos de vuelta?
Simplicio: ¿Con qué? ¿Con comida sin sabor, reality shows y churumbeles? No creo que tengan muchas posibilidades.
Diablo: Bueno, parece que tienen más y mejores armamentos… Aunque, en tu favor, creo que México ya conquistó al mundo… con el aguacate, las tortillas y similares.
Simplicio: Pues sí. A veces la mejor invasión no necesita armas, Diablo. Sólo un buen guacamole.