Por: Víctor M. Zendejas Orozco*
La cultura del árbol se remonta a la época prehispánica, con Nezahualcóyotl y Moctezuma quienes promovieron bosques de Ahuehuetes, Ahuéhuetl en náhuatl, conocido como viejo del agua, en Texcoco y Chapultepec.
Después de la época colonial en la que tuvo su auge el agresivo desmonte de bosques para explotar maderas preciosas, en la era porfirista nace un mexicano que se ganaría el grado de Apóstol del Arbol por sus grandes aportes en materia forestal.
Así estos días de julio, época de lluvias, reforestación, y Día del Arbol, es importante no dejar de recordar la obra de Miguel Ángel de Quevedo quien además de haber fundado los Viveros de Coyoacán, en un área de 39 hectáreas, fue el creador de la veneración de los bosques y el respeto a estos seres que nos dan sombra.
Miguel Ángel de Quevedo falleció un 15 de julio de 1946. Nació el 27 de septiembre de 1862 y seguramente su gran cultura y amor por la naturaleza fue empapada por una larga estancia durante su juventud en Francia, frente a los Pirineos, sistema montañoso entre ese país y España.
Promovió la creación de la primera Ley Forestal y de bosques en las cercanías de las terminales ferroviarias. Para lograr los Viveros de Coyoacán, de los cuales cabrían unos 135 en el parque estatal Sierra de Guadalupe, fue capaz de conseguir la donación de los terrenos que fueron del rancho “Panzacola”. De esta manera, fundó así, el primer gran vivero forestal de México sostenido por el gobierno.
La Comisión Nacional Forestal (Conafor) recuerda que el Apóstol del Arbol fue Ingeniero de profesión y jefe del Departamento Forestal de la Secretaría de Agricultura, pese a lo que enfrentó la indiferencia de los servidores públicos en los temas ambientales con recortes presupuestales y nulo apoyo para sus proyectos ecológicos, por lo que dirigió sus gestiones al presidente de la República en turno, Porfirio Díaz.
Posteriormente se entrevistó con el presidente Lázaro Cárdenas, de quien también obtuvo importantes apoyos, pues el entonces mandatario también tenía una gran cultura y amor por la naturaleza.
Preocupado de que se estaban secando los lagos que rodeaban a la Ciudad de México y con ello acabando con la biodiversidad, propuso la construcción del desagüe del Valle de México (el “Gran Canal”).
Fue el primero en hacer referencia de contaminantes que dañaban la salud pública, hoy conocidas como partículas suspendidas. Para mitigar este tipo de contaminación, planto árboles en las afueras de la ciudad y reforestó algunos cerros.
Por negligencia o corrupción de gobiernos se sigue sin escuchar su voz
Advirtió que el crecimiento de la capital mexicana y las nulas políticas ecológicas provocarían inundaciones. Sus aportaciones en este tema contribuyeron en gran medida a la disminución de estas afectaciones tan notorias en la primera mitad del siglo XX.
Fundó la Sociedad Forestal Mexicana y elaboró la iniciativa de ley que declaró Reserva Nacional al Pedregal. Hacia el final del porfiriato aprovechó la moda de París que hablaba de tener zonas arboladas en las urbes, así consiguió que el diseñador del Central Park de Nueva York, Frederick Law Olmsted, colaborara en la construcción de 34 parques urbanos.
En 1926, logró que el Presidente Plutarco Elías Calles promulgara una ley forestal en México.
En honor a ese gran mexicano los ambientalistas seguiremos reforestando y promoviendo la cultura no sólo del respeto al árbol sino de todos los ecosistemas. A nivel municipal, México requiere una sacudida para que los tres niveles de gobierno y la sociedad vean que para un futuro saludable en las ciudades debe ponerse un alto al indiscriminado crecimiento de la mancha urbana.
*Presidente de la ONG Franature