Especiales, Opinión

La larga marcha hacia la Cuarta Transformación/Javier Ortiz de Montellano

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Por Javier Ortiz de Montellano 

“El papel del pueblo de México siempre fue fundamental en las primeras tres transformaciones. Y, sin duda, es ahora la clave en la cuarta transformación”. Andrés Manuel López Obrador 

“¿Para qué un radical?” Frase de Lázaro Cárdenas al preferir como sucesor a Ávila Camacho en vez del radical Múgica: ”El señor general Múgica, mi muy querido amigo, era un radical ampliamente conocido. Habíamos sorteado una guerra civil y soportábamos, a consecuencia de la expropiación petrolera, una presión internacional terrible. ¿Para qué un radical?” Lázaro Cárdenas

La política es la construcción del interés general y es una lucha cultural y vital. La lucha cultural es muy importante porque ahí se define el llamado sentido común, el que impone el poder hegemónico, la oligarquía y sus pagados “ intelectuales y artistas orgánicos” o un nuevo sentido común contra-hegemónico que se tiene que forjar por el pueblo mismo, a medida que toma conciencia de su situación vital real.

La nación se ha formado después de tres largas marchas transformadoras (por la Independencia, contra España y la Reforma Liberal, contra los Conservadores en el siglo 19 y en el siglo 20 la Revolución Mexicana, contra la Dictadura de Porfirio Díaz, y la lucha armada por establecer un nuevo poder hegemónico, que incluye la Guerra Cristera y la tregua acordada con la jerarquía de la Iglesia Católica). 

Para comprender el presente del país conviene repasar algo del pasado más reciente, la Tercera Transformación que significó la Revolución Mexicana, su legado institucional y sus secuelas.

Derrocada la Dictadura de Porfirio Díaz y pasada la lucha armada, al final de la década de los años 20 del siglo 20 se había llegado a una tregua con la Iglesia Católica y los Cristeros que, comandados por el General Enrique Gorostieta, rechazaron el movimiento revolucionario.

Y antes y después del asesinato de Obregón, que buscaba la reelección a lo Porfirio Díaz, se habían  eliminado -literalmente- los opositores por la Presidencia (destacadamente los asesinatos de Serrano y 13 de sus seguidores que fueron masacrados en Huitzilac el 3 de octubre de 1927. El General Arnulfo R. Gómez, precandidato presidencial contra Obregón, también fue asesinado el 4 de noviembre de ese año, antes de las “elecciones” de 1928).

Empieza entonces una larga etapa de creación del peculiar sistema político mexicano que rigió el resto del siglo 20. En la todavía muy convulsiva década de los años 30 del siglo pasado, tras el asesinato del Presidente (Re) Electo Obregón (a pesar de que se había levantado precisamente contra la reelección), se instaura una dictadura de partido único, que revistió su poder autocrático cambiando sexenalmente al Presidente con la apariencia de un mínimo de democracia sui géneris. Se sustituyó la dictadura personal permanente por una dictadura de partido prácticamente único, sexenalmente ratificado por el “espontáneo voto popular”. 

Calles destapó a Cárdenas en 1934, aunque pensó que podría mangonearlo (hasta que Lázaro Cárdenas lo sacó del país y acabó con aquello de que “ Aquí vive el Presidente, y el que gobierna, allí enfrente”, en referencia a Calles).

Tras los oscilantes y convulsos reacomodos políticos y económicos (por ejemplo, Calles creó el Banco de Mexico en 1925 y Portes Gil la Ley Federal del Trabajo en 1931 y en 1934 se promulgó la ley de educación socialista, Cárdenas también impulsó el ejido y los sindicatos, expropió el petróleo, etc.), se produjo -con la decisión de Lázaro Cárdenas de preferir a Ávila Camacho para sucederle, en vez de al radical Múgica-, un gran viraje institucional a la derecha. 

Así, Cárdenas destapó a Ávila Camacho en 1940, sin que ya hubiera intentos de reelección. La Revolución se institucionalizaba, bajo la conducción del ya entonces nuevo nombre del partido único, el Partido Revolucionario Institucional.

Efectivamente, con Ávila Camacho la sucesión fue relativamente pacífica, pues el último rebelde del periodo postrevolucionario, el general Saturnino Cedillo, que había dado muerte al general Cristero Gorostieta, fue combatido a muerte por Lázaro Cárdenas en mayo de 1938, dos meses después de la Expropiación Petrolera, a la cual Saturnino Cedillo se oponía, así como a la educación socialista y estaba también contra la  forma colectiva del reparto ejidal que impulsaba Cárdenas.

Paradójicamente, con Ávila Camacho se cumplió el deseo del fallecido rebelde Saturnino Cedillo y se canceló la educación socialista. No así la Expropiación Petrolera, aunque el ejido que Calles no quería y que fue impulsado por Cárdenas, luego fue acotado y acosado por el Alemanismo hasta el Salinismo y después. 

Primer gran viraje a la derecha, pero desde dentro del poder, sin concesiones reales en lo electoral, salvo aceptar la fundación en 1939 del PAN (Partido Acción Nacional), que nació para oponerse a la mayoría de los postulados de la Revolución Mexicana, en especial del Cardenismo, pero no tuvo un gran despegue ya que el viraje derechista del PRI le restó adeptos y banderas. Como dijo Cárdenas, “Para qué un radical”…

Pero siempre se dieron protestas y luchas, aunque focalizadas, contra lo que significaba el sistema político hegemónico de partido predominante, prácticamente único, encarnado en el resiliente PRI. Casi desde su nacimiento el disciplinado PRI supo sortear a las oposiciones, agrupando por arriba mediante mediaciones institucionalizadas en sectores del PRI como los obreros (CTM), los campesinos (CNC) y la clase media (CNOP) e incluso obligando por ley  al sector privado a asociarse en Cámaras y Comisiones (CANACO, CONCAMIN, Comisión Nacional de Seguros, etc.) o Confederaciones (COPARMEX) y dispersando a los de abajo mediante la cooptación y a sangre y fuego, según el caso (ambas en muchas ocasiones). 

Desde las protestas municipalistas (caso emblemático de la multitud que fue acribillada en León, Guanajuato, el 2 de enero de 1946, mientras protestaba por el fraude electoral) hasta la masacre de Tlatelolco por Díaz Ordaz en 1968, 2 de octubre no se olvida en el consciente colectivo y la matanza del 10 de junio de 1971 con Echeverría, y un largo etcétera que no terminó sino con la segunda pérdida de la presidencia por el PRI en 2018. 

El PRI, continuación del PNR fundado en marzo de 1929 por Calles como partido de grupo (de generales que participaron en la Revolución) tras el asesinato de Obregón y del PRM como partido de masas por Lázaro Cárdenas en 1938, fue fundado oficialmente el 18 de enero de 1946 con base en sectores (excluyendo a militares y eclesiásticos). El primer Presidente Civil, Miguel Alemán logró coptar al Partido Popular Socialista y atrajo a su líder Vicente Lombardo Toledano, a quien Fidel Velázquez -apoyado por el gobierno- le arrebató la bandera sindicalista y afilió la CTM (Confederación de Obreros de Mexico) al PRI-Gobierno, hasta su muerte en 1997. 

Siempre pragmático, en 1954 el gobierno permitió y propició la fundación del PARM, (Partido Auténtico de la Revolución Mexicana) para contentar y contener a posibles generales descontentos por la exclusión. Este y otros pequeños partidos fueron creados o utilizados para completar el simulacro de democracia. La zanahoria en efectivo y si no, el palo.

Pero desde entonces, el PRI-Gobierno combatió las luchas aisladas en tiempo y lugar, por ejemplo, de la marcha de los mineros de Coahuila -que desde el represivo Alemanismo buscó imponer líderes gobiernistas en el movimiento obrero-, hasta el movimiento magisterial y las huelgas de los ferrocarrileros contra el charrismo sindical en tiempos de López Mateos, y los paros de labores de los médicos demandando mejoras de trabajo y salariales reprimidos en el sexenio de Díaz Ordaz. Dos de octubre de 1968 no se olvida.

Desde la cuestionada imposición de Salinas como Presidente, los que antaño mandaban ya no convencieron y tuvieron que buscar aliados en la derecha tradicional que, en 1939 había nacido el PAN (Partido Acción Nacional) para enfrentar al “socialismo Cardenista”.  Con Salinas el flexible PRI dio un nuevo gran viraje a la derecha, esta vez concediendo formalmente algo en lo electoral y reanudando relaciones con el Vaticano 1992 (ya antes Echeverría, el hombre de las mil caras, había ido a visitar al Papa en Roma y López Portillo lo había invitado a Mexico, gestos que no agradaron a algunos políticos de la vieja guardia). Poco a poco, sin embargo, empezó a conformarse electoralmente la soterrada alianza del PRIAN, con el parcial triunfo de la derecha, obteniendo un par de gubernaturas.

Tras el asesinato de Colosio y la designación del último “Tapado” triunfante, Ernesto Zedillo, la hecatombe que sacrificó a la economía y las finanzas del país llevaron a que en la capital de la nación se reconociera  el triunfo logrado por la disidencia neocardenista en 1997. Y en 2000, el primer Tapado fracasado propició que surgiera la alternancia, a nivel presidencial, cargada a la derecha con Fox, y reafirmando el triunfo de la izquierda en la capital del país, entonces representada por el PRD y su jefe de gobierno Andrés Manuel López Obrador.

En 2006 tuvo lugar una singular competencia electoral, en que los jefes de los tres partidos, el PAN con Calderón, el PRI con Madrazo y el PRD con su antiguo dirigente López Obrador, se enfrascaron en una cerrada contienda electoral entre derecha e izquierda (y esta vez el gastado PRI en medio, con algunos gobernadores aportando votos como en la vieja usanza,  “haiga sido como haiga sido”, pero esta vez a  la derecha). Por lo mismo, los resultados fueron muy cuestionados y la elección profundizó una serie de desvaríos de la derecha que resultó la continuación de la corrupción priísta bajo el manto tecnocrático prianista.

La fallida alternancia culminó con la reactivación de un “Nuevo PRI” en 2012, abiertamente dedicado a los negocios de todo tipo, fueran como fueran, pactados con el deshecho PAN, a los que se sumó -tras la renuncia de López Obrador- el cascarón que quedó del PRD que, pasmado, se adhirió al Pacto por México como una mera variante sumisa socialdemócrata del neoliberalismo. Esa es parte de la historia de las acciones y las instituciones que se han hecho y deshecho en el México de antes.

La Dictadura también es una institución, caracterizada por tener un sólo líder o un grupo de líderes y una escasa o nula tolerancia hacia el pluralismo político o la libertad de prensa y otros derechos humanos. Y tarde o temprano, se deshacen, pero cómo hacen daño antes.

Después de las elecciones de 2018 se hizo evidente que la formación del nuevo partido, que ahora es bien conocido bajo las siglas de MORENA, logró una nueva mayoría como respuesta a la crisis de los partidos tradicionales y la incapacidad que estos tuvieron para dar expresión a los nuevos antagonismos engendrados por la malhadada adopción del modelo neoliberal.

Modelo que se importó como supuestamente única alternativa para salir de la serie de crisis económicas que el agotamiento del anterior modelo de sustitución de importaciones y las malas respuestas gubernamentales para evadir el necesario cambio de rumbo que la economía del país requería, provocaron en lo económico desde la década de los setenta del siglo pasado. Se hizo gradualmente manifiesto el desgaste político de la dictadura partidaria (bastante imperfecta) y de muchas de sus instituciones por el mal uso y abuso de sus deshonestos responsables que bajo diferentes siglas mal gobernaron a Mexico por 89 años, incluyendo los dos sexenios del PAN y sus coaliciones.

En ese periodo se fue acumulando una gran cantidad de descontento de una mayoría que se sentía maltratada, pero no bien representada. Con su voto en 2018 una mayoría de la sociedad apoyó transformar las relaciones de poder entre el “pueblo” y las clases dominantes, que no buenos dirigentes. Se trata de producir una identificación popular nueva. Al principio es una identificación que lo primero que tiene en común no es tanto ningún interés objetivo, de clase, de nación, de religión, sino una sensación de maltrato colectivo, de no representación por parte de las élites y del poder detentado por la fuerza o el fraude.

Dejadas atrás las luchas armadas de antes, la mejor -si no la única-estrategia para mantener o no el poder sigue siendo hoy la de los votos voluntarios y libres de ciudadanos de muy diversos perfiles económicos y sociales, pero en que lo importante es que cada voto cuente y cuente igual. 

¿La competencia electoral puede lograr un lazo entre los diversos votantes y una identidad política nueva, en torno a líderes y símbolos nuevos? Puede ser si unifican sus demandas.

Se reconoce que la sociedad está dividida… y eso es garantía de libertad. La democracia no es estar todos de acuerdo sino construir los procedimientos y los mecanismos a través de los cuales se pueda dar una disputa de calidad sobre temas de lo más diversos. Una disputa por determinar el reparto de bienes colectivos y de posiciones. Una disputa por el rumbo general de la nación. 

¿Se quiere regresar a lo de antes? 

La moneda seguirá en el aire en cada elección, no sólo en lo que queda en este sexenio, sino en cada futura elección porque la disyuntiva siempre estará ahí en la urna: Política progresista con antagonismos civilizados y nueva hegemonía con un verdadero cambio de régimen o ¿mera transición al post neoliberalismo que puede convertirse en una regresión reaccionaria como nuevo viraje a la derecha o inclusive a la ultraderecha?

La Cuarta Transformación implica tomar conciencia de que regenerar la nación requiere de una ética diferente y  asumir que la atención a los pobres puede darse al mismo tiempo que se empiezan a contener los graves errores económicos y sociales heredados del sistema neoliberal. 

No es tarea fácil, ni de un sólo sexenio. Como pensaba el “radical” Francisco J. Múgica:  “El renacimiento de Mexico se conseguirá de la simple moralidad y de algunas pequeñas reformas”. 

O como señala López Obrador: “Nuestro ideal es sacar de la pobreza a millones de mexicanos y convertirlos en ciudadanos de clase media pero con mentalidad humanista, no egoísta o individualista”.

Veremos qué pasa.