Por Javier Ortiz de Montellano
“Sabes, Ernesto, los ricos son diferentes a nosotros, le dijo el escritor Scott Fitzgerald a su colega Hemingway y éste respondió: Sí, tienen más dinero”.
Como señalaba desde 2016 el interesante libro, “La secesión de los ricos”, un fantasma recorre el mundo, y no es el comunismo ni tampoco la rebelión de las masas que tanto temía el filósofo Ortega y Gasset y que, están más interesadas en divertirse a morir que en impugnar al sistema, y ya no espantan a nadie.
La amenaza proviene, más bien, de la secesión de las élites y, dentro de ellas, muy especialmente, la notoria separación de los megasuperricos financiarizados (apoyados en la globalización financiera y en las nuevas tecnologías digitales).
Esta secesión es agudizada por la estrategia de asegurar una creciente tasa de ganancia en un contexto mundial de crecimiento lento. Para ello, las élites han propulsado el concurso activo de un capitalismo globalizado y ampliamente financiarizado, de políticas fiscales proclives a la acumulación de capital (mediante políticas de reducción de impuestos para las empresas e individuos de mayores ingresos y de austeridad para el resto, especialmente las empobrecidas clases medias). Este viraje fue propiciado por el debilitamiento de las organizaciones sindicales y las fallidas alternativas socialistas al capitalismo, tras el derrumbamiento de la URSS y la singular incorporación de China al capitalismo global (“¡Ser rico es glorioso!” y “No importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones, es un buen gato”, Deng Xiaoping, 1992). Sin embargo, ya desde entonces el dirigente chino advertía: “Se necesitará un estudio cuidadoso para determinar si las acciones y el mercado de valores son buenos para el socialismo o no, o si sólo pertenecen al capitalismo. ¡Esto también significa que primero debemos probarlo! “.
China hace un considerable esfuerzo de adaptación a las exigencias de los tiempos actuales, cuando está en juego la supremacía económica global, con un frente tecnológico en abierta disputa. Por otra parte, el rumbo que se atisbaba en el plan “China 2030” (con el aval del Banco Mundial), hacia una mayor homologación con las economías de mercado liberales, no se ha confirmado; por el contrario, se ha profundizado el modelo existente con un manifiesto giro a favor de lo público alentado por las exigencias de la propia guerra comercial con Estados Unidos. El gobierno chino actual apunta a una nueva contradicción principal que echa el cierre al maoísmo y al denguismo, por partida doble. El énfasis se pone ahora en las tensiones entre la demanda social y un desarrollo desequilibrado. A lo que China se enfrenta ahora es a la contradicción entre el desarrollo desequilibrado e insuficiente y las necesidades crecientes del pueblo de una vida mejor”, ha dicho su nuevo dirigente Xi. El núcleo de la alocución de Xi es que el socialismo con peculiaridades chinas ha entrado en una nueva época, la “contradicción principal” que afronta la sociedad china, un lema que ha durado 36 años, ha variado. A juzgar por la evolución de las transformaciones económicas en China en los últimos 40 años el ajustarse a las circunstancias sigue siendo una pauta cardinal para su liderazgo.
El resto del capitalismo global, con las distintas variantes que se dan en América, Europa, los BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica ) más los nuevos miembros : Irán, Arabia Saudí, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos (la inclusión de Argentina tras la victoria electoral de Milei fue descartada por el gobierno electo), también se ha enfrentado a la necesidad de ajustarse a las cambiantes circunstancias del capitalismo financierista cortoplacista del nuevo milenio, con los problemas que recurrentemente acarrea.
Las recientes crisis globales han contribuido a reforzar los planteamientos sobre el papel central que implica la manera de los gobiernos de hacer políticas macroeconómicas, y la relevancia de evaluar correcciones a algunas prácticas neoliberales vigentes.
Dado que la reestructuración neoliberal fue la respuesta considerada como única a las crisis del modelo capitalista regulador de la postguerra (“No Hay Alternativa”) podemos deducir que en realidad esta reestructuración fue la causa del proceso de financiarización de las últimas décadas y no que la financiarización explique el ascenso del neoliberalismo.
Esta evolución del capitalismo financiero hacia un capitalismo financierista, constituyó la expansión cuantitativa de las actividades y ganancias sobre todo de las muy grandes empresas que destinaron mayores recursos a la inversión y la especulación financiera que a la inversión de capitales en la economía real.
Efectivamente, en esta nueva era las instituciones financieras, en particular las gigantes, dejaron de cumplir su papel de intermediario entre la acumulación de capital no-financiero o ahorro traducido en préstamos al sector productivo y se dedicaron a buscar sus propias ganancias extraordinarias a través de la actividad financierista. Esto es, lo hicieron cada vez más a través de actividades basadas en la creación de nuevos instrumentos en el mercado financiero (derivados, futuros de divisas y mercancías, etc) en lugar de limitarse a conceder préstamos a instituciones del sector no-financiero. La creación y venta de nuevos instrumentos financieros reemplazó en gran medida las relaciones de préstamos a largo plazo con el sector no-financiero que habían predominado en la economía capitalista regulada de la postguerra hasta que empezaron a brotar las turbulencias y crisis cada vez más frecuentes en la década de los setenta.
Hoy, al cumplirse el primer cuarto del siglo 21, cada vez se hace más evidente que este nuevo modelo neoliberal-financierista ha concentrado y sigue concentrando cada vez más el ingreso entre pocas personas e instituciones financieristas, provocando el aumento de la desigualdad de ingresos que se está padeciendo por las mayorías empobrecidas del globo, y que constituye una de las principales causas de inestabilidad general en el mundo.
El neoliberalismo fue una respuesta de las élites y clases gobernantes a las amenazas y el caos que vieron en la década de 1970. El neoliberalismo fue un proyecto para restablecer las condiciones para la acumulación de capital y restaurar el poder de las élites económicas. Si bien el neoliberalismo no fue eficaz para restaurar la rápida acumulación de la era capitalista regulada, sí restauró e incluso incrementó enormemente el poder y la riqueza de la mega élite.
Aun en países como México, donde mediante políticas públicas se ha reducido en los últimos años la pobreza, se registra todavía un elevado grado de desigualdad entre los pocos megasuperricos y el resto de la población económicamente activa. De acuerdo con los datos de la ENIGH (Encuesta Nacional Ingreso-Gasto del Hogar), la desigualdad de ingresos en el país ha disminuido en años recientes, pues el coeficiente de Gini pasó de ser 0.464 en 2016 a 0.413 en 2022.
No obstante, el país sigue siendo uno de los más desiguales del mundo como puede intuirse por la reducción de ingresos de los que han tenido que sumarse a la economía informal para tratar de sobrevivir (en este sexenio se duplicó la tasa de ocupación en el sector informal, que pasó del 27.4 por ciento en 2019 a 53.8 por ciento hasta junio de 2024, de acuerdo con cálculos del Centro de Estudios Espinosa Yglesias).
Sin embargo, los megasuperricos en el mundo, hoy especialmente financiarizados, enfrentan dificultades para mantener sus elevadas tasas de ganancia, como pudo observarse por el impacto de la inesperada aparición del “Cisne Negro” financiero en Japón el pasado 31 de julio y que desencadenó turbulencias por todos los mercados del globo.
El Banco Central de Japón, que había mantenido en cero su tasa de interés, cambió súbitamente su política y elevó su tasa, con lo que afectó a los inversionistas financiarizados que obtenían ganancias sin mayor esfuerzo usando los créditos sin interés en yenes y obtenían rendimientos con la especulación al convertir e invertir en bonos en dólares.
Al subir la tasa de interés en Japón, se revaluó el yen ante el dólar, provocando pérdidas a los inversionistas-especuladores financiarizados obligados a pagar sus préstamos en yenes más caros, provocando pérdidas inesperadas, lo que desencadenó caídas en las bolsas de valores del mundo, especialmente en Estados Unidos y particularmente en las acciones de las grandes megacorporaciones tecnológicas conocidas como las Siete Magníficas, encabezadas por famosos megasuperricos, aunque destacadas empresas financieras de inversionistas institucionales participan mayoritariamente en su capital como The Vanguard Group, BlackRock, State Street Corporation, Fidelity Investments, Berkshire Hathaway, etc :
1. Apple: fundada por el fallecido Steve Jobs
2. Microsoft: Bill Gates
3. Alphabet: Sergey Brin, Larry Page
4. Amazon: Jeff Bezos
5. Nvidia NVDA: Jen-Hsun Huang
6. Tesla: Elon Musk
7. Meta: Mark Zuckerberg
La parte “magnífica” fue la rentabilidad que han proporcionado a los inversores, principalmente a los megasuperricos. Las ganancias han sido especialmente fuertes en los últimos 12 meses antes de la caída de las Bolsas en agosto de este año. En ese periodo el índice Bloomberg Magnificent Seven Total Return, que mide sus precios colectivos, había aumentado alrededor de un 80 %.
El neoliberalismo fue una respuesta de las élites y clases gobernantes a las amenazas y el caos que vieron en la década de 1970. El neoliberalismo fue un proyecto para restablecer las condiciones para la acumulación de capital y restaurar el poder de las élites económicas. Si bien el neoliberalismo no fue eficaz para restaurar la rápida acumulación de la era capitalista regulada, sí restauró el poder y la riqueza de la megaélite, y los mayores beneficiarios han sido los financieristas, los banqueros y financieros, los directores ejecutivos de grandes corporaciones y los propietarios de algunos sectores nuevos como las computadoras, Internet y los medios de comunicación.
Si bien la financiarización implica la separación de las finanzas de la actividad productiva, dicha separación no puede ser completa. En última instancia, las ganancias financieras están relacionadas con la actividad no-financiera, y también la actividad financiera puede tener un gran impacto en el sector no-financiero.
Durante un tiempo, el sector financiero en expansión del modelo neoliberal promovió indirectamente la acumulación de capital en el sistema en su conjunto, al facilitar una rápida expansión del endeudamiento de los hogares, lo que hizo posible el crecimiento económico frente al estancamiento salarial producido por el neoliberalismo. Sin embargo, el carácter cada vez más especulativo del sector financierista lo hizo cada vez más vulnerable. En este momento, el sector financierista de los Estados Unidos ha entrado en un período de crisis, que se ha extendido al sistema financiero mundial.
Este fenómeno se apoya sobre la política más regresiva que se ha producido en las últimas décadas: el incremento y la concentración de la riqueza en manos de una minoría opulenta a nivel global, tanto en las fases de expansión como en las de recesión.
Por eso mismo, las posibilidades de un crecimiento económico real continuo dentro del modelo concentrador actual resultan inciertas. Si bien la historia no se repite exactamente, por efectos de la gran desigualdad del ingreso que persiste, hay la posibilidad de que se presente una nueva crisis bursátil, financiera y económica combinada, dentro de la desigual estructura institucional actual.
Si se desenvuelve este escenario, será necesario preparar una verdadera estrategia de desarrollo para lograr la meta de crecimiento económico con equidad, controlando fiscalmente a la minoría de opulentos megasuperricos que se siguen beneficiando del modelo socioeconómico neoliberal todavía existente en lo esencial, para reducir los efectos nocivos de la estrategia de separación o secesión de esta superélite, cuyos miembros se consideran libres de compromisos, lazos, obligaciones o conexiones con la sociedad.
Reflexionemos sobre las paradojas y nuevos retos que presenta esta contradicción.