Por Jesús Delgado Guerrero
Desde antes de que tomara posesión en el cargo, toda suerte de Casandras de la economía, y hasta futurólogos la democracia, se volcaron en su contra.
De manera específica, en el tema de la economía un día sí y otro también, el optimismo de los pronósticos que prevaleció durante casi cuatro décadas en torno de la teología neoliberal, desapareció (y no por lo desafortunado de los mismos: el paraíso nunca llegó y la zanahoria del futuro promisorio sólo se quedó como un estribillo de los templos casabolseros luego del timo con las hipotecas Subprime).
Y entonces se dio paso a los más oscuros presagios, los cuales han inundado la vida cotidiana con infelices episodios, apocalipsis a la vuelta de la esquina, un horror mayor para todos los ya de por si desfavorecidos y una larga lista de infortunios, todo por suceder en un futuro cercano.
Pero desde hace mucho tiempo se sabe, por las evidencias históricas, que los templos del “análisis económico” están nutrido de una panda capaz de justificar ex post por qué son más acertados los humildes pronósticos del servicio metereológico (con todo y cambio climático) que los suyos, siempre envueltos en narrativas para que sus predicciones no resulten censurables o sean causa de mofa.
En esta forma y según diversos estudiosos de los dislates de la economía (economistas, por cierto), lo característico del “análisis económico” es ofrecer respuestas “por un lado” y también “por el otro lado”, y todo llega a ser un circulo tan fastidioso, que incluso se cuenta que en cierta ocasión el presidente de los Estados Unidos, Harry S. Truman, exigió no ya un profesionistas con el típico estudio “in one hand e in the other hand (en una mano y en otra mano), sino a un economista manco.
El caso es que, mal y de malas, ni en sus peores pesadillas los profesionales de la supuesta “ciencia de la felicidad cuantificada” pudieron imaginar que también sus más tenebrosos vaticinios sobre la inevitable “infelicidad cuantificada” (¿o deseos?) iban a topar con escenarios totalmente distintos, haciendo añicos todas sus quinielas.
Lo anterior, a pesar del entorno provocado por la pandemia Covid-19 y los forcejeos entre beneficiarios de la etapa neoliberal y el gobierno y, más recientemente, los claros agandalles al calor de las mal llamadas “reformas estructurales” (sobre todo la sobornada “reforma energética”, votada por cierto por algunos que hoy forman parte de la llamada “Cuarta Transformación).
En tales condiciones, ¿por qué la economía nacional está dando brincos de crecimiento, así sean mínimos (1.0 por ciento en el segundo trimestre 2022, sumando así tres trimestres consecutivos de crecimiento), en vez de dar saltos en reversa, como era “normal”?, ¿cuál es el “as” que ha permitido el insólito capítulo que nuestro país esté creciendo y nuestros vecinos de Estados Unidos no (menos 0.9 por ciento) y que, además, del otro lado tengan una inflación mayor a la nuestra (9.1 por ciento por 8.1 por ciento, partiendo de 0 en el primero caso y de 3 por ciento en el segundo)?
¿No se suponía que si a Estados Unidos le daba gripe nosotros caíamos con pulmonía, según el doctor catarrito Agustín Carstens Carstens, gurú de lo inevitable y hoy mandamás del Banco Central de los bancos centrales del mundo?
Se puede culpar a la “buena suerte” (como antes se responsabilizaba a la “mala suerte” de que no llegara el paraíso), pero el hecho concreto es que, a pesar de todo, el país no se ha caído en pedazos ni se ha llegado al infierno, como se supone que debería suceder, de acuerdo con los “sacerdotes neoliberales”.
Debe ser frustrante, primero, fallar con los pretendidos paraísos, con crecimientos económicos nunca vistos hasta del 7 por ciento anual (y que nadie vio ni verá aquí, desde luego) y luego, fallar nuevamente con los presuntos infiernos, con sus crisis, depresiones, depreciaciones cambiarias, traumas financieros y sus implícitos trastupijes y otros aterrizajes peor que albatros.
El hecho es que no se acepta que, después de todo, algo se está haciendo “menos mal” (quizás ya no se necesiten observadores expertos, sino ciegos con algo de sentido común) y menos se explica una enésima equivocación (la cual en este caso es bienvenida y, sin mala leche, es de desear que, por más estrambóticos y hasta irancudos que sean, sigan estos vaticinios si con ellos se van a generar resultados que los contradicen).