Por Jesús Delgado Guerrero
Primero como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la ex Santa Inquisición) y luego como Benedicto XVI, al alemán Joseph Aloisius Ratzinger “le tocó bailar con la más fea”: los comportamientos criminalmente terrenales de encumbrados personajes de la jerarquía católica (incluso al calor cínico de supuestos consentimientos celestiales), eso que en la jerga de los evangelios se denomina “piedra de tropiezo” o “piedra de escándalo”.
Igual que las disputas teologales con personajes de primerísima línea como el felizmente recordado Hans Küng (de quien fue compañero durante el Concilio Vaticano II), son recordados también los líos políticos con los extremos religiosos, los escándalos financieros del Banco del Vaticano y hasta las traiciones de su mayordomo (Paolo Gabriele) al revelar documentación confidencial (sobornos por audiencias papales, corrupción y, total, toda una trama de intrigas palaciegas, celos y descontones traicioneros, según los enterados).
Pero el fenómeno que enfrentó el Papa Benedicto XVI y que resaltó por encima de todos pues puso en serios predicamentos a la Iglesia Católica, fue la pederastia, los abusos sexuales sacerdotales, una crisis sin precedentes de la jerarquía católica que tambaleó los fundamentos morales de su iglesia. Ni más, ni menos.
Los mismo en Irlanda que en Estados Unidos, los problemas fueron cada vez más visibles y en aumento, pero alcanzó su punto más alto con el caso de Marcial Maciel Degollado, fundador de los Legionarios de Cristo. “
¿La razón? Esta orden religiosa fue (es) una especie de reducto espiritual del poder económico mexicano (de varias familias que conforman el “1 por ciento” y que concentran la riqueza), principalmente, esto sin excluir a personajes del poder político que ante los hechos se mantuvieron en execrable silencio como si fueran militantes de esa agrupación (de ahí en parte la justa demanda del especialista Bernardo Barranco de que el Estado asuma su responsabilidad ante la pederastia).
Mientras, representantes de la jerarquía católica mexicana defendieron al pederasta Maciel Degollado hasta la ignominia. Los del cardenal Norberto Rivera y el extinto casabolsero y obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda Silva, ejemplos muy lamentables en los que se condenó al periodismo (¿cuánto te pagaron por preguntarme”, le soltó Rivera al periodista Salvador Guerrero Chiprés -La Jornada-) y, peor, a las mismas las víctimas del “depredador sagrado” (Bernardo Barranco, dixit-), como fue en el caso de Onésimo.
Pese a las maniobras del poder económico-mediático-político-eclesial, de los mismo denominados “Millonarios de Cristo” y sus patrocinadores, el asunto trascendió debido a denuncias e investigaciones periodísticas y académicas que pusieron al descubierto toda la trama criminal.
Los siguientes trabajos -y otros- serían guiones para thrillers de terror: “El Legionario” (2003), de Alejandro Espinosa (una de las víctimas); “Votos de Silencio, el abuso de poder bajo el papado de Juan Pablo II”, de los periodistas Jason Berry y Gerald Renner (2004) que después , en 2010, publicaron “El Legionario de Cristo” (una ampliación del trabajo anterior, incluyendo ya la caída de Maciel Degollado), a los que se sumaron las sólidas investigaciones de Fernando M. González (sociólogo de la UNAM) con “Marcial Maciel, Los Legionarios de Cristo: testimonios y documentos inéditos” (2006) y “La Iglesia del Silencio, de Mártires y Pederastas)” (2009), además de “Marcial Maciel, historia de un criminal” (Carmen Aristegui, 2010) y “El Reino de Marcial Maciel, la vida oculta de las legión y el Regnum Christi”, de la ex consagrada de ésta última, Nelly Ramírez Mota Velasco (2011), un testimonio realmente perturbador del grado de manipulación y desvíos -humanos, religiosos y económicos- que se pueden realizar en nombre de Cristo y de la fe religiosa.
La defensa mediática legionaria respecto de la demencia criminal de su fundador Maciel Degollado no fue suficiente frente al cúmulo de evidencias en esas denuncias e investigaciones.
Como bien recordaron Jason Berry y Geradl Renner, Juan Pablo II tuvo tiempo para tratar de “purificar la memoria histórica” de la Iglesia Católica, pidiendo perdón por los “pecados y errores” en asuntos como el de Galileo, Las Cruzadas, el Holocausto, Lutero, los judíos, musulmanes, los indígenas, las mujeres, pero fue evidente que dejó una “papa caliente” a su sucesor Ratzinger (la pederastia clerical).
En este sentido y con los “asegunes” de rigor que nunca faltan, el Papa Benedicto XVI literalmente defenestró a un drogadicto y delincuente como Marcial Maciel e intervino a Los Legionarios. Lo hizo enfrentando a todos los poderes detrás de esta truculenta orden religiosa (económicos y políticos, incluidos desde luego los eclesiales dentro y fuera de El Vaticano) y abrió el camino para combatir frontalmente a las “piedras de escándalo”, un fenómeno que sigue presente debido al masivo asalto “homosexual o gay” en las altas y bajas esferas clericales.
(Breve anotación para evitar alborotos o acusaciones innecesarias: soy juarista hasta el tuétano en este sentido: “entre los individuos como entre las naciones, el respeto al trasero ajeno es la paz”, y no tengo nada en contra de la preferencia sexual de cada cual, pero es claro que no falta quien busque espacios para incumplir con este principio vital, incluso en el poder público y el económico, no sólo en el religioso, y eso ya no es nada respetable).
El hecho esencial es que Benedicto XVI, reconocido intelectual y teólogo, colocó a la Iglesia Católica por encima de pasiones, sobre todo de pasiones perversas, actuando en consecuencia (aunque en forma incompleta, a decir de algunas víctimas), frenando con ello, además, trastornados deseos de canonizar al crimen (si, Maciel ya había dejado instrucciones para tal efecto entre sus no menos trastornados seguidores).
Pero la perversidad afectada, defenestrada, infeliz por lo sucedido, no le perdona este lance a Benedicto XVI (cosa de ver despachos de agencias informativas y medios, más inclinados a atribuirle “protección a pederastas” que a combatirlos).
No obstante, justo por todas esas tropelías Benedicto XVI llegó a decir que se trató de “Una declaración de bancarrota para una institución que ha escrito en su bandera el amor”, afirmando que “La mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia”.
Para Ratzinger, en los escándalos de pederastia “el diablo no podía tolerar el Año Sacerdotal y, por eso, nos echó en cara la inmundicia. Como si hubiese querido mostrarle al mundo cuánta suciedad hay precisamente también entre los sacerdotes”.
Figura de claros y oscuros, los hechos de este Papa Emérito, fallecido el último día del 2022, hacen que resalten más los primeros que los segundos.