Por Jesús Delgado Guerrero
En sus “100 pasos para la Tranformación”, Claudia Sheinbaum Pardo, candidata presidencial de Morena-PT-PVEM, propuso una reforma constitucional para, según ella, “retomar el principio de la Revolución Mexicana: Sufragio efectivo, no reelección”. Enseguida la propuesta indica únicamente que “no se podrán reelegir diputados y senadores de la República” pero más adelante se amplió: “No debe haber reelección a ningún cargo de elección popular a partir del siguiente elección presidencial del 2030”.
Si resulta electa para el máximo cargo y lleva a cabo esa propuesta, habrá que revisarla a detalle pues, efectivamente, se recuperará un principio que sirvió para apaciguar los apetitos desbordados de caudillos y combatir las creencias de voluntades supuestamente irremplazables que, quizás, se sintieron “tocadas” por algún bíblico momento de indefectibilidad (“después de mi, el diluvio”). La vida pública y la democracia tendrán, pues, una carga menos de innecesarias ponzoñas.
Pero la propuesta de la abanderada morenita, así expuesta, si bien atractiva y plausible, resulta cuando menos “chata”, sin filo, un danzón desafinado (por aquello del socarrón “si Juárez no hubiera muerto… todavía viviría”), esto si se toman en cuenta una serie de evidencias que la misma familia revolucionaria que utilizó el “Sufragio Efectivo, No reelección” como bandera, lo esquivó no pocas veces con maromas grotescas para reelegirse, no de manera directa pero sí por otras vías, ya no sólo mediante el folklórico y porfiriano compadrazgo, sino con la “designación” de algún familiar.
El hecho es que, con todo y ese principio, los clanes familiares se sucedieron y se han dado vuelo, con alternancia política o justo por ella, y se tienen ejemplos de dinastías gobernando estados o municipios por décadas.
El Estado de México ha sido el más notable de ellos con el clan fundado por Isidro Fabela Alfaro (el mal llamado Grupo Atlacomulco, que en realidad es la Dinastía de Isidro Fabela, continuada por Alfredo del Mazo Vélez y demás Del Mazo, Arturo Montiel, Enrique Peña Nieto, Salvador Sánchez Colín, incluido el “adoptado” Carlos Hank). Con tal de mantener el poder, aquí se llegó al grado de que los tíos negaron el parentesco con sus sobrinos y entre primos se “desconocieron” para que unos pudieran gobernar y otros formar parte del gabinete.
En descargo, no ha sido el único (mal) ejemplo este de la Dinastía Isidro Fabela. Se han registrado otros verdaderamente toscos, como el Puebla, donde el marido (Rafael Moreno Valle) heredó el poder a su esposa (Martha Érika Alonso) ricka vía maniobras partidistas disfrazadas de democracia (como la del citad clan), o el todavía más grosero caso de Coahuila y los hermanos Moreira (Humberto y Rubén). O a nivel municipal el de Huixquilucan, con un gobierno familiar (el de Enrique Vargas) emanado de un instituto político que de manera inconcebible arrojó al cesto de la basura su historia, a pesar de que llegó a ser referente de democracia en el país, por citar algunos de los casos más recientes.
Y es que una cosa es que tu abuelo haya sido un político prominente durante la dictadura de Porfirio Díaz o parte del gabinete de Victoriano Huerta (es decir, de las orientaciones políticas más reaccionarias o antirrevolucionarias), y otra que directamente te herede el poder público (así el árbol familiar del ex presidente José López Portillo).
En otras palabras, una reforma que pretenda hacer realmente efectivo el no tan efectivo “sufragio efectivo…”, debe considerar esas grandes rendijas utilizadas por los que falsamente se envolvieron en el citado principio, tal como hizo ladinamente Porfirio Díaz, y que de plano lo ignoraron y/o después sepultaron con truculentas visiones de perpetuarse en el poder, esto con el mendaz fin de compensar el desempeño del representante popular y mejorar la democracia.
No se trata de cancelar “legítimas” aspiraciones sino de evitar la continuación inmediata del poder vía herencia familiar. Porque a partir de que se modificó la ley para permitir la reelección tanto de diputados (federales y locales) como de senadores y de gobernantes municipales, el resultado ha sido verdaderamente lamentable, dando pie a las peores situaciones y expresiones de arranques dinásticos, antidemocráticos e indefendibles por cualquier lado que se quiera ver, peor en el caso de aquellas y aquellos que antes condenaron dinastías y cacicazgos pero que a la primera oportunidad mostraron su verdadero talante.
La no reelección en los puestos de representación popular, con una concepción más amplia, podría ayudar a “no estrangular a la democracia”, según la feliz expresión reyesheroliana (por Jesús Reyes Heroles), y cerrarle el paso a impulsos dinásticos.
En cuanto a la figura del diputado o diputada, senadora o senadora, por lo visto contunuará siendo objeto de duras calificaciones y crueles mofas, blanco de la catarsis y la chunga social con memes o videos manipulados mediante sofisticadas maniobras digitales:
“A ojos de la opinión pública nacional, sin miramientos de grupos o de clases, nada hay tan despreciable como un diputado o un senador…Han llegado a ser la medida de toda la espesa miseria humana”, llegó a decir el economista, sociólogo, polítólogo y escritor Daniel Cosío Villegas (La Crisis de México, Cuadernos Americanos, 1947), luego de analizar el servilismo del congreso en la era revolucionaria y expresar, entre desesperado y desesperanzado, la idea casi inviable de restaurar ”en su pleno prestigio un órgano de gobierno tan esencial para una democracia como es el congreso” y para el progreso cívico.
Como maldición, casi después de 80 años del lapidario retrato la situación no ha mejorado e, incluso, ha empeorado, con todo y alternancia política, si bien ha habido notables concursos, a partir de 1997, que podrían contarse con los dedos de una mano. No hay sondeo más o menos serio donde el “diputado” no está a la altura de las siempre desprestigiadas corporaciones policiacas o partidos políticos ( y la verdad es que no ha sido gratis).