Por Jesús Delgado Guerrero
La difusión de que el Grupo Salinas, del empresario Ricardo Salinas Pliego, adeuda más de 63 mil millones de pesos al fisco, no 30 mil millones como se había informado inicialmente, ha causado un poco más que incomodidad en ciertos sectores.
El Instituto Mexicano de Contadores Públicos, por ejemplo, dio a conocer su postura, afirmando que “es poco usual que este tipo de casos fiscales se hagan públicos, ni los acuerdos a los que pueden llegar contribuyentes de esta dimensión”.
Y que ante la difusión, por parte del Servicio de Administración Tributaria (SAT), de los adeudos del empresario, éste podría apelar al Código Fiscal de la Federación e inconformarse porque lo fiscal forma parte del ámbito de “privacidad” de personas y morales, y lo usual es que un caso así, de tal dimensión, no sea transparente.
El enunciado clave es “no es usual” que se registre un caso así. No al menos en nuestro país, donde la ley fiscal se ha confeccionado de tal manera que no sólo se privilegia la concentración de fortunas mediante la evasión, elusión o el cobro mínimo, insultante, a los propietarios de éstas, sino que además facilita que se oculten estas maniobras y toda clase de arreglos, generalmente en territorios extra legales.
Diríase entonces que, cierto, el caso es cuando menos extraño. Además, supondríase que forma parte de una disputa entre el presidente Andrés Manuel López Obrador y el dueño del Grupo Salinas, pero el hecho es que ese litigio se viene arrastrando desde hace al menos dos gobiernos anteriores al actual.
Empero, de un lado ha sido muy notable que Salinas Pliego ha utilizado todos los medios a su alcance (su televisora, principalmente) para desplegar una campaña contra el gobierno por cualquier cosa, por mínima que sea, siempre con afirmaciones de corrupción generalizada. Para él, todos los gobernantes son rateros y mantenidos, aunque su empresa haya nacido no precisamente del esfuerzo sino de un préstamo de origen más que dudoso por parte del hermano de un ex presidente.
Por otro lado, sugerir que el balconeo de sus adeudos fiscales por parte del gobierno y de cierta prensa afín a éste constituye una revancha, cabe en cualquier espacio de sospechas pues, en efecto, no todos los días se difunde información fiscal como esa en medio de criticas poco amistosas del evasor protagonista.
Pero no estaría mal que, en vez de extrañarse y de que estos casos estén envueltos en motivos extra fiscales, se exigiera a la autoridad actuar en forma similar contra todos aquellos que, a pesar de gozar de grandes ventajas fiscales a diferencia del resto, todavía regatean la parte que les toca. Más miseria podría haber, pero hasta el momento lo difundido y visto supera cualquier nivel.
Al respecto, se cuenta que el presidente estadounidense Franklin Roosevelt utilizó en su momento una estrategia semejante para combatir la evasión y alusión fiscal (con mucho éxito, según estudiosos de la historia fiscal de Estados Unidos), limitando, primero, la elusión de impuestos de sociedades ”con una estrategia productiva de aplicación de la ley”, pero también avergonzando a los evasores de impuestos y apelando a la moralidad”.
En el caso que nos ocupa sería muy difícil, hasta inútil, apelar a la moral pues está visto que las nuevas generaciones de empresarios son fervientes epígonos del célebre cacique potosino Gonzalo N. Santos: “la moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada”. Pero queda la aplicación de la ley y el “balconeo” del incumplimiento o evasión, esto mientras no se modifique el actual sistema fiscal.
En su tiempo y con mayor suavidad, el escritor, periodista y diplomático Manuel Payno llegó a recomendar a los “hombres a quienes la loca e inconstante fortuna ha puesto en lo alto de su rueda”, realizar un “paseo filosófico por los barrios de nuestra ciudad” (la Ciudad de México), esto con el propósito de que se vieran de cerca de las penurias de los propietarios de los pequeños negocios, de los artesanos, de almacenes de panaderías, etc., para hacer frente a sus compromisos hacendarios:
“¡Hola, conque aquí hay capital y giro”, dicen las contribuciones directas. Pues a ellos. Derecho de patente, municipal, desagüe, recargo, gasto de cobranza. Total: una cantidad veinte veces mayor que la que importan todas las mercancías del famoso giro” (un expendio de “tortitas compuestas” y café aguado)”, refirió Payno (Periodismo político y social, pp 36-39, tomo I).
Una recomendación semejante en los momentos actuales, con toda la intoxicación ideológica del libre mercado por parte de sus beneficiarios, sería una pérdida de tiempo, pero esa es la desigualdad que prevalece y que debe ser combatida con toda firmeza y evitar la jungla pues, de acuerdo con cierto juez estadounidense, de apellido Holmes, “Los impuestos son el precio que pagamos por una sociedad civilizada. Sin embargo, hay individuos que quieren una civilización con descuento”.
Ahí los tenemos (en descargo, no son los únicos ni tampoco sólo en nuestro país).