Los Sonámbulos, Opinión

Los Sonámbulos/De la exitosa tragedia de “crocodile pear”/Jesús Delgado Guerrero

Sonámbulos

Por Jesús Delgado Guerrero

Según uno de los clásicos de la vieja Sociedad Fabiana, el éxito siempre encubre una cantidad importante de desaciertos y, agregaríase, una considerable cuota de tragedias.

Ese es el caso del aguacate mexicano, principalmente el de Michoacán, una tierra asolada por toda clase de pandillas políticas y grupos delictivos que han contribuido de manera notable para que el “Oro Verde” sea más un fruto permanente, no de progreso y felicidad de los productores y sus familias, incluso de los distribuidores, sino de las más deleznable rapiña, tanto local como foránea.

Por una y mil causas, este producto ha estado en el centro de disputas comerciales entre México y Estados Unidos, ya de seguridad u otras. Es mucho lo que hay en juego, sin duda, pero como se verá más adelante, la devastación provocada está pasando a un plano de franca indiferencia.

Por ejemplo, México exportó la friolera de 1,143,373 toneladas en el 2022, envíos que significaron ingresos por 3 mil 368 millones de dólares. Es el cuarto agroalimento nacional de exportación, detrás de la cerveza, el tequila y berries. Los principales compradores fueron Estados Unidos, con 2 mil 908 millones de dólares, Canadá con, 225 millones de dólares y Japón, con 108 millones de dólares.

Según datos oficiales, el valor de producción en Michoacán en ese año fue de 46 mil 799 millones de pesos (unos 2 mil 583 millones 632 mil dólares, aproximadamente), por 1.9 millones de toneladas vendidas. Es líder con el 73.8 por ciento de la producción (Jalisco segundo, con 15.3 por ciento y Estado de México tercero, con 3.6 por ciento).

Comparado con las remesas, por supuesto que el valor de producción del aguacate está lejos: en el 2022 los envíos de los trabajadores migrantes superaron los 5 mil 300 millones de dólares (algo así como el 16.6 por ciento del Valor Agregado Bruto o 105.4 por ciento de los ingresos públicos de la entidad).

Pero el aguacate es una fuente de ingresos importante, que ha consolidado a Michoacán como líder indiscutible en la producción y exportación.

Las consecuencias del “éxito” han sido terribles: una dependencia cada vez mayor a los flujos de dólares vía trabajadores migrantes a sus familias, esto debido a los indicadores de pobreza. Gracias a las remesas es que unas 119 mil personas no cayeron en pobreza en el 2020, ni 41 mil pasaron a la pobreza extrema, de acuerdo con estudios del Observatorio de Migración y Remesas, de la firma BBVA.

Principalmente, la devastación de las fuentes naturales -ríos, lagos- para poder producir en la forma tan abundante en que se ha venido haciendo. La “Tierra de los peces” -llamada así por la cantidad de cuerpos de agua- ha quedado en simple “tierra de charales; ha sido borrada por la producción a escalas bestiales del llamado, por los estadounidenses, “crocodile pear” (pera de cocodrilo), conocido también con el mexicanísimo “testículo de los dioses”, según los aztecas.

Los paisajes antes boscosos han estado desapareciendo: cada año se pierden entre 600 y 1,000 hectáreas de bosques por el “Oro Verde”. Los datos son terribles: de 2001 a 2018, Michoacán perdió 269 mil 6765 hectáreas de tierras forestales; el 21.16 por ciento se convirtió en agrícola, de acuerdo con investigadores de la UNAM, identificando afectaciones en el nivel de agua de diversos cuerpos, entre ellos los lagos Pátzcuaro y Zirahuén.

No son daños que puedan ocultarse porque ahí están, todo el mundo los ve, como también todo el mundo ve cómo el crimen común y el organizado, en abierta complicidad con las autoridades de los tres niveles de gobierno, controla buena parte del mercado, ya sea “cobrando piso” a los productores, extorsionando a éstos y a los distribuidores o, de plano, “confiscando” huertos o impulsando la creación clandestina de éstos. Los asaltos a camiones de carga con aguacate son cosa de todos los días, según reportes de prensa.

Y todo porque a algún mecadólatra le giró la neoliberal ardilla para combinar el hotdog con guacamole, y éste con otras botanas para hacer de esa fruta una de las más codiciadas en los Estados Unidos, especialmente cuando se celebra el Súper Bowl.

Total, que para la exitosa fusión de culturas y de la economía parece que siempre debe ser necesaria una gran dosis de tragedia, social, económica y de medio ambiente.

Los involucrados, principalmente el gobierno, ya deberían saber que en este y muchos otros casos el mercado no es la solución, sino muchas veces es el problema (sí, esto va en contra de los capitalistas salvajes que apelan a la simpleza reaganiana -por Ronald Reagan- de que el gobierno no es la solución, sino el problema).

Conforme a todas las evidencias, los miles de dólares obtenidos por la venta de aguacate no están compensando en forma alguna los daños ocasionados a la naturaleza por su producción, de modo que las autoridades tendrían que comenzar a diseñar políticas públicas más eficaces para procurar un equilibrio, aplicando programas específicos de recuperación de bosques y lagos, obligando a los involucrados en ese negocio a aportar una buena parte. Lo que se está haciendo, obvio, no ha funcionado.  Ojalá se modifique el rumbo.