Por Jesús Delgado Guerrero
Beneficiarios del compadrazgo y recursos de procedencia más que sospechosa, los falsos meritócratas no pierden oportunidad de lanzar dardos propagandísticamente envenenados contra el comunismo y su principal artífice, Karl Marx. Pero en los hechos son una cara de la misma moneda: el gobierno es un vil recaudador de impuestos que se apropia de una porción del salario de los trabajadores, afirma Marx. Lo mismo aseguran los críticos de éste quienes, a su vez, encajan en la descripción marxista del vil explotador capitalista que se apropia de otra porción del esfuerzo del trabajador (tal es y ha sido la suerte del “pobretariado”) hasta dejar casi en los huesos a la única fuente de toda generación de riqueza.
La historia no da ejemplos de que el doblemente exprimido trabajador haya podido sortear a Escila y Caribdis de su fatal destino (ni al gobierno ni al capitalista), a no ser por la iniciativa de desbocados caudillos que lo involucraron en situaciones todavía peores, de las cuales ni el inspirado Homero ni el heroico Odiseo pudieron advertir (salvo el profeta alemán que, por el espejo retrovisor y acariciándose las barbas, evidenció que la violencia es la partera de la historia).
Sísifo condenado, sin embargo ha sido testigo de cómo en ciertos círculos no sólo ha sido y es posible regresar sano y salvo a Ítaca, sino además generar empleos y toda una industria profesionalmente preparada para escudriñar los pequeños pero abundantes resquicios en códigos fiscales y leyes hacendarias, y en esa forma entregarse al olímpico deporte de la elusión y la evasión fiscal.
Esto no es mitología; eso sucede en todo el mundo pero de manera particular en México se ha llegado a extremos surrealistas porque 30 familias no sólo no pagan las mínimas tributaciones, que no van más del 4 por ciento conforme a varios estudios, sino que además regatean cualquier contribución a la hacienda pública.
Por eso, durante las últimas casi cuatro décadas (neoliberales) se confeccionaron un “Estado de Derecho” para poner a salvo la propiedad privada de cualquier desquiciado epígono de San Mateo, apelando a la ley y al Poder Judicial, también confeccionado al gusto del poder económico y hasta representado.
Pero eso sólo es una parte. La industria de la elusión y la evasión fiscal prepara los pasteles en despachos y firmas especializadas en hacer felices y más ricos a los evasores de impuestos. Todo un aparato dedicado a evadir al más frío de los monstruos fríos: el gobierno, según la visión nietzcheana retomada por los partidarios del Ogro Salvaje.
Como dato, no es la única pero se ha hecho de “prestigio” en facilitar escapes tributarios la “Pricewater puse Coopeers” (PwC) que, según el economista Gabriel Zucman, “es una red de firmas presente en 157 países con más de 276,000 personas comprometidas en brindar calidad en los servicios de auditoría, impuestos y consultoría de negocios” (eso y facilitar fugas a paraísos fiscales o escurrir tributaciones, a despecho y en las narices del gobierno, no es sinónimo sino lo mismo).
Entonces, sin evasión fiscal, sin elusión fiscal, se acabaría con el empleo de esos 276 mil especialistas, de los cuales una parte opera en México. La industria de la evasión de impuestos no es nueva, pero ha venido sofisticando sus métodos: leyes y tribunales para que haya pocos o nulos obstáculos, apelando a la cantaleta de “estado de derecho” (su estado de derecho), como es frecuente escuchar a la hora de no pagar impuestos o cuando se intenta poner freno al Ogro Salvaje en sus ya demenciales apetitos.
¿Qué nos dice la reciente escaramuza presidencial y el de un probadamente falso meritócrata ante un pleito por falta de pago de impuestos? Esto va más allá de forcejeos y malquerencias.
Es toda una cultura de evasión bien aceitada en el plano legal y defendida en tribunales y demás bajo el pretexto de frenar intentos o abusos plenos del poder público.
El problema es y seguirá siendo el mismo mientras prevalezca el espíritu que dio forma a marcos legales anteriores y vigentes: el del agandalle, la evasión y elusión a cualquier precio que, claro, incluye a toda una industria a su servicio, sostenida por una monstruosa cultura de falsas creencias.
Si todos pudieran acudir al máximo tribunal para no pagar impuestos con el argumento, cierto o falso, de que se los roban, de que se mal invierten y un largo etcétera, esto sería la jungla.
Entonces, ¿para qué jugarle al demócrata, al defensor de libertades, si en el fondo el aspiracionismo neoliberal no oculta su deseo de una dictadura capitalista para seguir privilegiando su interés?
Para esos demócratas de fachada, un policía armado de un buen tolete es suficiente. Lo demás es un adiposa sinecura, el truculento y bíblico Leviatán, no obstante que de él se han beneficiado, y se siguen beneficiando, hasta la insultante riqueza.