Por Jesús Delgado Guerrero
Cuenta la historia “extraoficial” (la que está debidamente documentada pero no aparece en los libros de texto para no horrorizar a las buenas conciencias) respecto del célebre “telegrama” de Porfirio Díaz Mori para cortar de tajo la pretendida conspiración de un grupo de insurrectos”: “Mátalos en caliente”, fue la orden. Y Luis Mier y Terán, gobernador de Veracruz, la cumplió.
¿Para qué andar con procesos judiciales, soporíferos y burocráticos, además de crueles, si cualquier fuego se puede sofocar con más fuego? Para los “procesados” sin duda son días y noches de espantos, gastos en honorarios en beneficios de abogados transas y, en fin, tormentos y sufrimientos para cualquiera, así sea por la mínima de las infracciones a la ley.
Mientras, para el aparato judicial representa una pérdida de tiempo en las diligencias ministeriales y un esfuerzo sobrehumano para los encargados de ejecutar sentencias, expuestos además a sufrir represalias. No hay, pues, necesidad de andarse con remilgos.
Y según cuenta el ingeniero, periodista, escritor y político Francisco Alonso de Bulnes (además de enemigo jurado de Porfirio Díaz, Benito Juárez y otros “enamorados del poder”), que “en los 34 años que duró el régimen del tuxpecano deben haber sido exterminados, por “la ley fuga” para limpiar de bandidos la República, unos 10 mil individuos”.
En esa forma se pudieron ofrecer condiciones de seguridad a inversionistas domésticos y foráneos, progreso y, sobre todo, paz al sufrido y extenuado pueblo, resumida en la famosa política de “pan y palo”; y todo esto sucedió en “el conjunto de 27 estados y tres territorios” del país.
De acuerdo con la versión de Bulnes, “el gobernador más empeñoso para la sanguinaria tarea fue sin duda el general don Bernardo Reyes, quien gobernó con mano de hierro siempre ensangrentada el estado de Nuevo León, durante 23 años”.
“Era un poeta histérico inspirado en Huitzilopochitli”, refirió de ese personaje el también profesor de economía política, quien comparó a Díaz Mori con otros políticos de su época (finales del siglo XIX), diciendo de plano que el héroe de la Batalla del 5 de mayo en Puebla, luego “Héroe del 2 de abril”, fue “una oveja dulce en la raza de los emperadores absolutos”” (esto, con todo y el telegrama mencionado).
“El general Díaz gobernó a México con un mínimum de terror y un máximo de benevolencia”, al decir de Bulnes; a grado tal fue su actuar, que la frase “El general Díaz aprieta sin ahorcar”, se hizo muy popular, remarcó.
“Empezamos castigando el robo con pena de muerte y apresurando la ejecución de los culpables en las horas siguientes de haber sido aprehendidos y condenados. Ordenamos que donde quiera que los cables telegráficos fueran cortados y el jefe del distrito no lograra capturar al criminal, él debería sufrir el castigo; y en el caso de que el corte ocurriera en una plantación, el propietario, por no haber tomado medidas preventivas, debería ser colgado en el poste de telégrafo más cercano. No olvide usted –señala el “guía y héroe del México moderno”– que éstas eran órdenes militares”,
Hete aquí un extracto de la celebre entrevista que concedió el condecorado general al periodista estadounidense James Creelman, en 1908.
“Éramos duros –prosigue Díaz en esta entrevista, que tiene no poco de testamento–. Algunas veces, hasta la crueldad. Pero todo esto era necesario para la vida y el progreso de la nación. Si hubo crueldad, los resultados la han justificado con creces… Fue mejor derramar un poco de sangre, para que mucha sangre se salvara. La que se derramó era sangre mala, las que se salvó, buena”.
Espíritu de una época convulsa con permanentes revueltas y asonadas, el de don Porfirio es, quizás involuntariamente, motivo de invocación actualmente por parte de quienes, paradójicamente, fueron responsables de lanzar el cerillo a las praderas o aplaudieron esta acción, justificando incluso asesinatos de civiles como “daños colaterales” (o lo que es lo mismo, “todo es necesario para la vida y progreso de la nación”).
La invocación, así sea maquillada, de una parte del “alma del héroe nacional” no podía hacerse en el mejor momento: cuando la demografía funeraria, con sus miles de cadáveres, muestra el grado de avance civilizatorio en nuestro país.
Pero no es posible imaginar a un grupo de hombres entrenados para la guerra (eso son los miembros del Ejército Nacional) acusando recibo de un telegrama semejante y actuando en consecuencia (para que luego se les condene por violar derechos humanos apelando , claro, al estado de derecho o, en caso contrario, se enderece una andanada contra la Comisión Nacional de Derechos Humanos, acusándola de defender a delincuentes, entre otras no tan graciosas contradicciones del alma conservadora).
Se dirá que todo queda en desplantes mediáticos con las nuevas erineas cibernéticas desbocadas (uno de los encantos de las redes sociales), personificación viva de la venganza política más reactiva que proactiva; pero lo cierto es que con ello no se propone nada nuevo, sino el clásico “pacifismo asesino” como receta conservadora y, peor, sólo se desempeña el triste papel de propagandista del crimen organizado con la exhibición de imágenes de fuerzas castrenses en momentos complicados ante el crimen organizado, supuesto “horror” de por medio.
Pero, en efecto, la “civilización avanza”: ¿mátenlos en caliente? (¿En serio?).