Por Jesús Delgado Guerrero
Las sumas considerables de dólares enviadas por los trabajadores inmigrantes mexicanos a las familias generan, además del bienestar de éstas, sentimientos encontrados.
Por un lado, unos agradecen la cada vez más abundante cascada de divisas porque, ciertamente, impiden que cerca de 836 mil personas caigan en pobreza, y otras 351 mil en pobreza extrema, esto además de brindar beneficios a 11.1 millones de adultos y, en general, a 4.9 millones de hogares, según datos del Observatorio México (BBVA) y del Centro de Estudios Monetarios Latinoamericanos (CEMLA),respectivamente.
También, es verdad que estos ingresos, que durante el 2022 marcaron nuevo récord con más de 58 mil millones de dólares, son un gran exorcista de ante los “espíritus animales” y sus impulsos especuladores. Evitan episodios traumáticos y de muy largas, transexenales consecuencias, como el “diciembrazo” (1994) Carlos Salinas-Ernesto Zedillo y el nefando rescate bancario Fobaproa (hoy IPAB), mismo que seguimos pagando pese a las probadas y descaradas truculencias de casabolseros habilitados como banqueros por obra y gracia de Carlos Salinas, esto mediante la reprivatización bancaria.
Por eso los especuladores se pueden ir a practicar su rentismo a otro lado sin que se agiten demasiado las aguas ni el peso se deprecie abruptamente, como sucedió en 1994, cuando las reservas de dólares, de por sí menguadas, tuvieron que vaciarse para hacer frente al capítulo especulativo, mientras el peso se hundió.
Hay otras cosas muy positivas en torno de las remesas y depende de cada quién cómo apreciarlas, pero lo principal sin duda es el esfuerzo y la solidaridad de los trabajadores inmigrantes con sus familias que, como ya se mencionó, permiten que muchas de ellas no caigan en pobreza o en pobreza extrema, haciendo frente así a diversas “necesidades”.
Por otro lado, es justo en ello donde está el sabor amargo de los cuantiosos envíos de los trabajadores inmigrantes, habida cuenta, primero, los resortes que generalmente se omiten a la hora de los “felices recuentos” y, segundo, las desgracias que se ocultan precisamente por esa creciente demanda de dólares por parte de las familias mexicanas.
De una parte, si se revisan los datos, hay una explosión de divisas a partir de la emergencia sanitaria en el año 2020, que generó una caída de la economía sin precedentes (18 por ciento) y el consecuente desempleo. Se podría atribuir sin más al fenómeno biológico el “estallido” de remesas, pero es sólo una parte de la historia.
De los 3 mil 672 millones 726 mil 200 dólares alcanzados durante el año de 1995, justo en plena crisis del llamado “Efecto Tequila”, a los más de 58 mil 497 millones 430 mil 600 dólares logrados en el año 2022, hay una diferencia abismal de casi 55 mil millones de dólares (los 3 mil 672 millones 726 mil dólares totales del año 1995 son lo que promedió cada mes durante el 2020, aunque los envíos de remesas superaron los 5 mil millones de dólares en siete de 12 meses del 2022), pero también, y es una obviedad, una gran explosión de migración que la hace posible.
Detrás de esa obviedad (mayor migración) hay una terrible historia de miseria política y de miseria económica que se combinó durante casi 40 años y que se dio a conocer en el mundo y en México con el pomposo remoquete de “Neoliberalismo” que, como ha sido notable, generó la concentración de la riqueza, vía evasión y/o elusión de impuestos, previos compadrazgos y relaciones políticas corruptas, en 30 familias, en menoscabo de millones.
Esto generó, claro, la emigración de millones. En términos políticamente correctos se les confiere calidad de “migrantes” o “los sin papeles”, como parte de la “movilidad global”, dando por hecho que el “Síndrome del Jaimacón Villegas (nostalgia en tierras ajenas) es cosa del pasado y forma parte del hilarante anecdotario futbolero nacional.
Pero se podría decir que son “desterrados” pues los mandatos legales (todo el aparato neoliberal confeccionado bajó el terminajo, técnicamente mamón, de “reformas estructurales”, y otras zarandajas depredadoras pasadas por Estado de Derecho) provocaron falta de oportunidades y/o precariedad laboral y los obligaron a marcharse a otra nación.
En cuanto a la creciente demanda de dólares de las familias, se da en un contexto, sí, todavía de pandemia Covid-19, pero también en un entorno de máximos de empleo formal e informal, de récord de inversiones extranjeras (menores a las remesas) que suponen más puestos de trabajo, de incrementos históricos, muy significativcos, a los salarios mínimos (menguados por la inflación, ciertamente) y, en fin, con una economía en crecimiento a pesar de los profetas del desastre.
Reconocer el esfuerzo de los trabajadores inmigrantes es lo menos que se debe hacer, igual salir en su defensa ante políticas racistas y anti-inmigrantes.
Pero también se tiene que reconocer, principalmente, la prevalencia de condiciones de precariedad en los ingresos de las familias pues, como se anotó, la demanda de remesas de las familias aumenta y no es necesariamente debido a un acto de “desprendimiento espontáneo”: las remesas están evitando que miles caigan en pobreza y en pobreza extrema. Las cuentas alegres, pues, tienen su alta cuota de infelicidad y de miseria cuyas causas siguen ahí (además, no en balde el creciente intento de hombres, mujeres, incluidos menores de edad, que buscan cruzar la frontera).