Por Jesús Delgado Guerrero
Para efectos de rendición de cuentas por parte del gobierno que está ya con un pie en el estribo en el Estado de México, el reporte del Coneval sobre la pobreza 2018-2022 fue algo así como el último informe de gobierno (un resumen tan breve como elocuente) de una “administración” que, en descargo, arrancó en medio de una tragedia (sismos de septiembre del 2017, réplica de los sucedidos el mismo día en 1985) y la pasó peor con la pandemia (2020-2021), pero cuya impronta no será precisamente la eficiencia o falta de ella frente a esos hechos.
Asaz infumable por donde se le quiera ver, por decir menos del arbitrario compendio de un sexenio sobresalientemente grisáceo, sin embargo no ha mostrado sonrojo para “presumir” (siempre con la jerga tecnocrática de rigor) “una administración con productividad para potenciar el desarrollo” que logró que “siete de cada diez pesos se destinaran a programas sociales”, y que en cinco años se aplicaran 2.5 millones de pesos diarios al gasto social, todo según las felices cifras de los responsables de las finanzas estatales.
No faltó el “logro” en seguridad, según la visión alegre desde la dependencia financiera: tan sólo en este rubro el gobierno de Alfredo del Mazo Maza aumentó la inversión en 35 por ciento desde el inicio (2017).
Además, un gobierno muy ahorrador: 4 mil 500 millones de pesos debido a la reestructuración de la deuda (entre la cinco más altas de estados en el país, con cerca de 60 mil millones de pesos, luego de haberla recibido en 37 mil millones) y un efectivo control del gasto público (un “ajá” espontáneo ante los recurrentes préstamos bancarios para hacer frente a la “insuficiencia de liquidez temporal”).
Y como no podía ser de otra forma, en el entusiasta despliegue de auto-incienso se difundió la “desinteresada” nota de las calificadoras ante “la estructura económica del Estado (robusta y diversificada), junto con un manejo de la deuda profesional” que, faltaba más, ameritó una calificación de “escala internacional”, según los órganos de fonación respectivos.
El “Estado de México se caracteriza por la implementación de políticas de endeudamiento sólidas y adecuadas que brindan certeza y reducen el riesgo crediticio; por ejemplo, perfil de deuda amortizable sin concentración de vencimientos, proporción de deuda de corto plazo baja, uso de instrumentos de cobertura de tasas de interés y riesgos fuera de balance moderados”, afirmó parte del “sustento” de la calificación.
Traducido en términos de a pie, lo anterior quiere decir que el gobierno estatal es un cliente VIP para los bancos y que éstos no tienen lío para recibir sus pagos, en el corto o largo plazo, tanto de intereses como de amortizaciones.
Administrativa y financieramente, pues, todos los fundamentos están bien “fundamentados”: sostenbilidad, solidez, adaptabilidad, soporte, riesgos asimétricos, flexibilidad, y todo lo “fundamentoso” que se pueda y quiera, aunque al final todas las calificaciones de las “calificadoras” son meras opiniones y no remendaciones de inversión. (En las mejores versiones de la jerigonza económica, la neoliberal representa una cruel paradoja: es una forma de que la estulticia se vuelva contra sí misma).
Los “fundamentos”, se aclara siempre, dependen de minucias fiscales: están ligados al alza o baja recaudatoria, esto es, todo es felicidad mientras el diablo no meta la cola y no disminuya el Gasto Federalizado (recursos que recibe la entidad de Participaciones y Aportaciones por parte del gobierno federal).
En tales condiciones, con el trompeteo de semejantes “logros”, el documento del Coneval no parece ser producto de un organismo dedicado a estudiar y medir el fenómeno de la pobreza, sino más bien de las maniobras estadísticamente infamantes de protervos malquerientes que a toda costa quieren empañar el legado administrativo, financiero y también político de un gobierno estatal abiertamente “exitista” (se empeña en ver “triunfos” sin asidero alguno) pero que, quizás por pura mala suerte o el trazo de un destino cruel, entre más invirtió en seguridad más se disparó el crimen (el común y el organizado) y entre más “administró con productividad para potenciar el desarrollo” y más recursos canalizó al desarrollo social, hubo menos desarrollo social y muchos más pobres. (Es el clásico resumen de un informe final: ¡“Ciudadanos… estamos jodidos… todos ustedes..!).
Para evitar revictimizaciones o innecesarios episodios de auto-flagelación, pásense por alto los hemorrágicos recuentos, mensuales y anuales, de homicidios dolosos y feminicidios, a pesar del porcentualmente apantallante aumento de recursos para seguridad, así como el no menos devastado sector salud y hospitales inconclusos (nueve, en total).
Para efectos prácticos, considérense sólo los resultados del Coneval, que chocan con el panglosiano resumen (por el Doctor Pangloss volteriano y “el mejor de los mundos posibles”) del gobernador y sus colaboradores pues, para colmo, resultó que únicamente en el Estado de México y en Tlaxcala se incrementó la cantidad de personas en condiciones de pobreza respecto de los niveles que tenían antes de la pandemia Covid-19. En el resto de estados y en el país en general el fenómeno se redujo (más de cinco millones de personas).
No conforme con ello, otro resultado hizo del gobierno mexiquense firme candidato, aquí sí, a otra calificación internacional (y estos no son “fundamentos” teológicos, sino hechos medidos): la pobreza extrema pasó de 783 mil 600 personas en el 2018 a Un millón 032 mil 400 en el 2022. Un aumento del 31.75 por ciento (248 mil 800 más, un hecho que debe enmarcarse, cuando menos, en una fenoménica y “exitosa reversa”).
La pobreza (así, a secas) saltó 5.56 por ciento: de 7 millones 036 mil 300 a 7 millones 427 mil 200 en el citado lapso (390 mil 900 más, también de “éxito fenomenal”).
En el juego de cifras, contras y recontras (ya se sabe que hay “mentiras, mentirotas y estadísticas”) se podría decir que conforme al agónico entusiasmo del gobierno estatal, fue un portento la reducción de la pobreza del 2020 al 2022 pues, finalmente, de 8 millones 342 mil 500 se pasó a 7 millones 427 mil 200 (¡menos 10.97 por ciento, lo que supuso el rescate de 915 mil 300 de la pobreza! Y, sí, obviando períodos y circunstancias, como cierre de factorías y miles de negocios por la emergencia sanitaria y la posterior apertura y consecuente recuperación económica, todo es posible, hasta el auto engaño).
En el inevitable desencanto del encanto, que siempre llega, y transcurridos los tranquilos encuentros de transición gubernamental, será interesante ver si la próxima gobernadora mexiquense, Delfina Gómez Álvarez, encabezará realmente un gobierno “transformador o simplemente apelará a las panglosianas ilusiones de la auto-estafa (incluso pasando por alto hemorragias criminales e ignorando diagnósticos pues, al final y parafraseando a los clásicos, en la entidad la filosofía de la miseria ha sido igual a la miseria de su filosofía, tanto financiera como administrativa y política).
En otras palabras, sería más que conservador que continuará la política fiscal, cómoda y clientelar, de “estirar la mano” (con el riesgo de las inevitables alzas o bajas del Gasto Federalizado), de baja recaudación (ni siquiera para pagar la nómina, como es el caso del Estado de México) y de visitas permanentes a las ventanillas bancarias por “insuficiencia de liquidez temporal”, dedicándose sólo a administrar. Como consecuencia de ello, peor sería que siguiera la surrealista ecuación de más inversión en seguridad igual a más incidencia criminal, y que más recursos al combate a la pobreza termine en una mayor cantidad de pobres.
Como se dice en el encubridor lenguaje neoliberal frente a problemas graves de complicada pero ineludible solución: “hay muchas áreas de oportunidad”… para “transformar” (ya se verá en que consiste esto).