Por Jesús Delgado Guerrero
Para pocos ha pasado inadvertido el creciente malestar que la figura de la reelección ha provocado no sólo entre los resignados votantes, sino principalmente en las filas de las propias organizaciones políticas, con militantes en calidad de sufrientes ante el estrangulamiento de sus legítimas aspiraciones.
Todo este experimento de la reelección (en el caso del Estado de México, legislativa y de alcaldías, hasta por cuatro y dos períodos en forma consecutiva, respectivamente), lo que está mostrando es que los viejos demonios (porfiristas y juaristas, principalmente, aunque no sólo ellos) sólo mutan de rostro y de colores y no hay exorcismo que valga.
Por lo que se ha difundido, no es un fenómeno exclusivo del Estado de México (en otras entidades tampoco hacen malos quesos), pero aquí el caso es que quienes se pasaron años en campaña censurando el botín familiar que se hizo del poder público por parte de la dinastía de Isidro Fabela en la entidad mexiquense (Del Mazo I, Del Mazo II y del Mazo III, además de Salvador Sánchez Colín, Arturo Montiel, Enrique Peña y el “adoptado” Carlos Hank) han abrazado, sin rubor, su nefanda doctrina nepótica, incluso “mejorándola”, dicho esto en el peor sentido.
En un santiamén, los “santos revolucionarios” y los “santos conservadores” se fusionaron para protagonizar la marcha de la “santa coincidencia”.
Porque no sólo es posible que un personaje repita en el cargo sino que, en una versión muy pedestre y corriente de Juan Vargas, “Varguitas” y San Pedro de los Saguaros (Ley de Herodes), puede también heredar el cargo a la esposa (nunca falta un “Varguitas”, pues, así el municipio sea San Pedro de los Saguaros o Huixquilucan).
El mal ejemplo ha cundido y, aunque se ha simulado, es el “gran tema” en los tendederos políticos porque no han faltado “transformadores” y “transformadoras” (para que no se hable de exclusión, también hay “Varguitas” femeninas) que han querido (quieren) heredar el cargo a sus esposas o esposos, o impulsarlos para una curul local o federal (ya de perdis).
El lance nepótico abarca también hermanas, hermanos, nueras, yernos, sobrinos, hijos, hijas, madrinas y padrinos de éstos (comadres y compadres) y, en suma, todo aquello que a la “familia feliz revolucionaria”, plagada también de talentos políticos, se le condenó y que poco a poco fue ahorcando a la democracia hasta convertirla en un grotesco instrumento de fachada, ya de intereses políticos familiares o de intereses económicos, también de clanes familiares o de cárteles.
Todo este ensayo electoral ha servido, tal vez, para “profesionalizar” a los servidores públicos y premiar el desempeño al buen legislador y al buen alcalde, pero hasta esto es tomado como pretexto para querer seguirse de frente (¿remember Don Perpetuo del Rosal, alcalde de San Garabato, de Los Supermachos, de Rius?) sin parar mientes en el juego de la democracia que les permitió llegar al cargo, menos en la historia de convulsiones sociales que precisamente generó la permanencia prolongada en el poder.
Con esta prueba reeleccionista se ha podido ver el grado de envenenamiento de la vida pública, de la política misma y del modelo de convivencia democrático, así como su degradación a niveles de nepotismo inéditos, fomentando y creando feudos domésticos con clanes familiares .
Entonces, “Porque si Juárez no hubiera muerto…todavía viviría”, como reza el danzón de Esteban Alonso que hizo famoso Acerina y su Danzonera (y sin duda el prócer seguiría aferrado al poder), debe surgir algún “creativo electoral” que proponga e impulse una nueva y rítmica pieza músico-democrática para poner fin a este ensayo, claramente fallido, procurando nuevas alternativas.
Si alguna oportunidad ofrece la democracia es justo la de corregir. Quizás prolongar el período de tres a cuatro años, permitiendo buscar nuevamente el cargo al menos transcurrido un período, como se hacía anteriormente, pero con el añadido de eliminar la posibilidad de heredar a esposas, esposos, nueras, yernos, “compadres” y a toda aquella persona que tenga nexos familiares con el ocupante del poder público en turno, ya legislativo o municipal, amén de fomentar la revocación de mandato, como ya se hizo a nivel federal.
Como se está probando de sobra, a la primera oportunidad de extender la permanencia en el poder público las pasiones se han desbordado. Y los viejos diablos están más puestos a renovarse que nunca. La reelección ha sido un mal experimento.