Por Jesús Delgado Guerrero
El gobierno federal puso fin a la emergencia que impuso el Covid-19, uno de esos bichos biológicos que, ante la desinformación, su irrupción sólo se puede atribuir a los siempre herméticos espacios de la conspiración del ser humano contra el ser humano, y ante el cual la ciencia tuvo que trabajar horas extras para atenuar el impacto (millones de cadáveres de por medio en todo el mundo, claro).
Convengamos en que los últimos dos años servirían de inspiración para un nuevo relato, escalofriante y lleno de terror, igual que el “Diario del año de la Peste”, de Daniel Defoe, el primer periodista en materia económica por cierto, reconocido literato y, también, gacetillero, panfletistas, comerciante, estafador, espía, soplón y suplantador, según sus no tan condescendientes biógrafos.
Igual que el autor del célebre Robinson Crusoe (estampa del meritócrata que supuestamente no necesita de nadie, ni siquiera pagar impuestos, pero que igual sirvió de blanco para deliciosas y memorables mofas marxistas, por su incontestable ficción capitalista), el desconocimiento y la ignorancia, incluso supersticiones, tuvieron que ser combatidos desde diversos frentes mientras fueron alimentados por otros.
En esto no hubo avisos celestes con estrellas flamígeras o cometas que anticiparan la pandemia; cero profecías a la Nostradamus, menos ángeles en las nubes o espectros flotantes, ni tampoco astrólogos, cartomancianos, chamanes, periodistas, economistas, comentaristas, analistas ni ninguna clase de promotores o pronosticadores de desastres, que nunca faltan en todas las épocas.
De repente nos vimos todos perplejos, como el doctor Bernard Rieux (La Peste, Albert Camus) frente a un fenómeno inusitado, con la diferencia de que en vez de roedores, fueron seres humanos los que tuvieron que ser cremados para tratar de “contener” al bicho. Triste final de millones de vidas, sin los funerales de rigor, en total aislamiento, confinados, como en la ciudad de Camus.
Y la creencia popular doméstica inicial aportó su parte: hubo cualquier clase de conspiraciones del gobierno contra los ciudadanos” que, en revancha, incluso tomaron como rehenes a policías, desafiaron las medidas de confinamiento y organizaron fiestas, en abierta rebelión o por simple espíritu bullanguero y, total, que finalmente invisible, el bicho no fue otra cosa que una forma de tolete oficial contra la población… hasta que la realidad se hizo palpable con el crudo desfile de cadáveres.
Como nunca, las “fakenews” inundaron el espacio público, principalmente en las redes sociales, que se han consolidado como las “erinias cibernéticas”, es decir, la automaldición de la libertad convertida en libertinaje, medio para el lucro miserable con el sufrimiento ajeno.
A su vez, las grandes farmacéuticas no dejaron escapar la ocasión para multiplicar por miles de millones de dólares sus ganancias. ¿Empatía?, ¿solidaridad?, ¡por favor! Virus es virus y business es business.
Y mientras las grandes potencias buscaron cómo culparse una a otra (China vs. Estados Unidos y viceversa), los grandes financieros y capitalistas, en un acto de contrición fingido, llamaron a la modificación de la economía mundial porque si algo evidenció la pandemia fue justamente la miseria social y de los sistemas de salud, merced a esa religión económica concentradora y de casino, cuyos intoxicados epígonos, empero, no se cansan de publicitarla como lo mejor para la humanidad.
La vida de muchas personas cambió. Para bien y para mal. Pero lo que no han cambiado son los “modelos” y las creencias: el capitalismo salvaje ha seguido con sus estafas de costumbre (más quiebras por fraudes en bancos, principalmente en Estados Unidos); los gobiernos siguen esparciendo su miseria mediante “realidades alternativas” y las “fakenews” siguen extendiendo su reino cibernético, en tanto que los grandes negociantes y evasores de impuestos siguen en lo suyo: concentrando más y más, con mayor ostentación. Muertes en vano, incluso de aquellos seres heroicos (hombres y mujeres del sector salud) que brindaron atención en las peores condiciones.
Porque igual que el bicho, tal parece que todo esto llegó quedarse pues. Aunque la pandemia habrá dejado muchas lecciones, ni los mismos gobiernos ni quienes se han apropiado de la riqueza parecen verlas. Sí, todo está volviendo a la “a-normalidad”.