Por Jesús Delgado Guerrero
El gobierno de la autodenominara Cuarta Transformación ha estado pisando callos, pero de manera gradual y sin ir a fondo. No obstante, a cada paso hay una respuesta, respaldada siempre con los cánones de una doctrina que no ha pasado (ni pasará) la prueba de los hechos, más sólidos de cualquier doga de ciencia ficción.
Por ejemplo, algunos entes supuestamente autónomos, creados por los gobiernos del período conocido como neoliberal, han estado en la mira, como los que en teoría se encargan de evitar monopolios y oligopolios (“agentes preponderantes”, según el eufemismo encubridor de la teología del “libre mercado”), aunque el país esté dominado justo por ellos.
Eso sí, la única diversificación registrada ha corrido a cargo de esos monopolios que lo mismo se dedican a la venta de comida que a actividades de la industria petrolera, pasando por la de construcción, comunicación y otros.
Lo mismo sucede en el caso del Instituto Nacional Electoral (antes Instituto Federal Electoral), que hasta antes de la elección del 2018 había servido como un legitimador de la fachada democrática desarrollada principalmente por el poder económico para impulsar a políticos que, obvio, una vez instalados en el poder han devuelto la “cortesía” mediante toda clase de privilegios (desde concesiones hasta la insultante condonación de pago de impuestos, entre otros “favores”).
La democracia es cara, sin duda, pues la organización de elecciones y todo lo implica requiere de grandes cantidades de recursos para poder cumplir la tarea.
Sin embargo, ha habido muchos excesos, incluso entre los responsables de encabezar esa labor y, sobre todo, se ha actuado casi en línea con los postulados libertarianos del libre mercado, como el “laissez faire, laissez passer” (“dejar hacer, dejar pasar”), por eso los escándalos de “Odebrecht”, “Monex” y otros que no recibieron ni han recibido ninguna sanción.
¿Se necesitan mejores reglas? Por supuesto. La dinámica de la democracia así lo exige. Suponer que todo ha estado bien, que no se requiere más, es de un conformismo inaceptable, pero si se toman en cuenta los antecedentes.
El problema está en separar la propaganda de la propuesta y evitar que, nuevamente, se diseñe una reforma con dedicatoria, es decir, para beneficiar a determinados grupos políticos o económicos.
Lo mismo sucede en el caso del cobro de impuestos. Hasta ahora el gobierno de la Cuarta Transformación se ha conformado con eliminar la discrecionalidad presidencial de condonar impuestos a las 30 familias que han concentrado la riqueza (no precisamente por méritos, como se ha querido vender, sino por inverecundos compadrazgos y complicidades).
Pero no ha querido poner fin precisamente a uno de los principales resortes de la concentración y la desigualdad consecuente, como el actual sistema fiscal, donde unos cuantos pueden continuar acumulando sólo por acumular, esto mediante el falso argumento de que esos recursos son para generar más inversiones y con ello más empleos.
Por eso se pueden ver despachos de organismos internacionales y agrupaciones domesticas de corte neoliberal donde se está de plácemes por la política fiscal del actual gobierno, colocando incluso a México, casi, casi, como un paraíso para la inversión.
No se puede negar que se están dando pasos para una mejor distribución del ingreso, pero es más que evidente que no se está dando el respaldo fiscal necesario, no con una reforma, sino con una profunda revolución que permita cobrar más impuestos para atenuar la concentración, como ha sucedida, e impida también la especulación financiera (otro de los resortes de la acumulación por la acumulación).
Los forcejeos para que lo que predominó durante casi cuatro décadas (capitalismo de compadres remasterizado) no se elimine van a continuar, y la pretendida defensa de la democracia y las instituciones inherentes también.
Los que protagonizan esos jaloneos de plano se obnubilaron con una doctrina económica y su fachada democrática, y se están mostrando incapaces de proponer equilibrios frente a unos adversarios cuyas alternativas, gusten o no, han estado recibiendo el respaldo de ciudadanos de manera importante, ampliándolo además.
Los opositores a la Cuarta Transformación llevan más de cuatro años buscando cómo volver a convertirse en atractivos para la sociedad, pero lo hacen mediante la apología del mismo recetario que los desplazó del poder, a la espera nada más de que el otro se equivoque o que una pifia prenda para menguarlo (las peores drogas no son las llamadas “duras”, como se piensa, sino las ideológicas).
***Nota: agradezco sinceramente los gestos y mensajes de solidaridad por el fallecimiento de mi señora madre, Caridad Guerrero Duarte, sucedido el pasado 27 de octubre.