Por Jesús Delgado Guerrero
“Podríamos estar peor…” es lo que suele decirse frente a situaciones complicadas, como sería el caso de la inflación que, de acuerdo con el INEGI, esta rozando el 8 por ciento (llegó a 7.99 por ciento en junio luego de estar en 7.65 por ciento).
Las bolsas de las amas de casa (y de los amos de casa también) están siendo sacudidas con aumentos generalizados en los productos de consumo básico y cotidiano, igual los servicios.
Principalmente, entre los 24 artículos enlistados en la canasta Profeco canasta PACIC (por el Paquete Contra la Inflación y la Carestía) se está dando un forcejeo permanente de “sube y baja” donde un día algunos productos suben de precio y otros lo reducen, en un oleaje de alternancias donde lo único cierto es que son las economías familiares las que están resintiendo los efectos.
Hasta ahora y como ha podido, el gobierno está aplicando una política fiscal casi de puertas abiertas, muy neoliberal, dejando incluso de cobrar aranceles a la importación de materias primas, por ejemplo. Además, viene aplicando subsidios y estímulos fiscales a las gasolinas y el Diésel para evitar que este detonante ponga el último clavo en el catafalco inflacionario, como está sucediendo en varias partes del mundo.
Mientras, por el lado de la política monetaria el Banco de México ha estado elevando la tasa de interés como una forma también de procurar contener el fenómeno que, en la ley, es su trabajo principal.
Hasta aquí todos los esfuerzos encaminados a cerrarle el paso al monstruo, incluso contra la opiniones de que los subsidios a las gasolinas sólo están creando un agujero fiscal (lo cual, por supuesto, es falso porque los recursos utilizados son de los excedentes petroleros, es decir, no están presupuestados para el ejercicio fiscal de este año).
Pero…
Hay piezas en todo esto de las que poco se habla, no figuran entre las prioridades del PACIC ni de autoridades ni nada, y que sin duda están contribuyendo con su parte para que esta espiral inflacionaria siga su marcha ascendente.
Una de ellas es el intermediarismo y la otra la especulación (del crimen organizado ya se ha mencionado el impacto que tiene el “cobro de piso” o el control de la producción, como en el caso del aguacate, cuyo precio ha venido bajando pero sigue elevado).
Pero de la primera poco se dice a pesar de que es un asalto en despoblado el que sufren los productores, que reciben pagos mínimos por sus alimentos pero estos son vendidos en cantidades desproporcionadas en las centrales abasto y, ni qué decir, en los supermercados (hay que ver el muy ejemplar caso de los alimentos agropecuarios).
Y la segunda, que mucho tiene que ver con los intermediarios, es la especulación: nada mejor que alimentar la necesidad y el deseo de los consumidores escondiendo productos, para después vendérselos más caros.
Se entiende toda lo relacionados con factores de baja producción por “estacionalidad”, de que hay temporadas y bla, bla, bla, pero lo que está sucediendo con los alimentos es francamente criminal y nos ve que la autoridad esté actuando.
Porque una cosa es que la inflación (Índice Nacional de Precios al Consumidor, INPC, inflación), esté presionadas por factores asociados a la guerra Rusia-Ucrania, al desbalance oferta-demanda provocado por el Covid-19 y la disrupción en las cadenas de suministro, y otra muy distinta el agandalle.
Un par de ejemplos: en abril pasado al productor de huevo se le pagaron 23.91 pesos por kilogramo; el precio al mayoreo fue de 33.37 pesos, pero a la venta al consumidor se ofreció en 41.13 pesos. Son 17.232 pesos de diferencia, es decir, 72.02 por ciento más.
El caso del maíz para la elaboración de tortilla: el kilogramo ronda los 6.50 pesos en pago al productor, pero el kilo de tortilla se vende hasta en 20 pesos, esto, casi tres veces más.
Y como estos, se puede hacer una lista impresionante donde hay una gran disparidad entre lo que se paga al productor y el precio de venta.
Se supone que estas prácticas de intermediarismo y de especulación se han venido combatiendo mediante diversos programas, conformación de cooperativas y otras, pero el caso es que siguen impactado de manera notable a la economía de las familias.
Bien harían las autoridades en voltear a esas franjas depredadoras de la economía y procurar algún control. No hay que confundir el libre mercado con el libertarianismo y el abuso vil, y menos fingir demencia en tiempos como los actuales, realmente complicados.