Los Sonámbulos, Opinión

Los Sonámbulos/Jesús Delgado

Los Sonámbulos

La 4T y la doble informalidad

Por Jesús Delgado Guerrero

A gritos, analistas de la iniciativa privada piden al gobierno federal un combate frontal a la economía informal.

El empleo en ese sector aumentó de 22.8 por ciento a a 31.0 por ciento en el segundo trimestre del año, es decir, de 44.7 millones de personas ocupadas la cifra se elevó a 55.2 millones.

La informalidad genera el 23 por ciento del PIB (toda la riqueza que se produce en el país). Más de cerca, de cada 100 pesos, 22 corresponden a personas ocupadas en el sector no formal. El restante 77.7 lo genera éste.

El comercio al por menor contribuye con 38.4 por ciento, la construcción es segunda con 28.2 por ciento y el sector manufacturero hace los propio con 13.3 por ciento. Luego están los servicios (5.6 por ciento) y siguen alojamiento temporal y preparación de alimentos con el 4.2 por ciento.

Por eso, recientemente, en el Paquete Económico Federal (PEF) del 2022 se anticipó la puesta en marcha del Régimen de Confianza, con el cual el SAT busca elevar 30 por ciento la base tributaria.

Se trata de todas aquellas actividades que producen bienes y servicios, todos legales, pero que no están registrados formalmente ante las autoridades hacendarias. Esto ha facilitado no sólo la evasión de impuestos, sino bajos salarios, poca estabilidad laboral, nula cobertura de seguridad social y cero derecho laborales, herencia nefanda del neoliberalismo.

Pero esto es sólo una parte de la “economía informal” pues es sabido que, a pesar de las modificaciones al “outsourcing” (que olímpicamente practican también muchos gobiernos estatales y municipales), empresas que pasan por prestigiosas y muy formales están igual o peor que aquellas medianas, pequeñas o mini empresas.

Aquí la evasión también es de grandes dimensiones y sólo hay que recordar que en diversos estudios (la OCDE, por ejemplo) se remarca que las grandes empresas (monopolios, oligopolios y cárteles bancarios incluidos) sólo pagan, a lo mucho, 8 por ciento de impuestos, cuando la tasa está alrededor del 28 por ciento.

Y mientras ciudadanos de a pie pagan 51 por ciento de sus ingresos, les gustes o no, sin chistar: 35 por ciento por ingresos salariales y 16 de IVA. No hay piso parejo.

El 8 por ciento citado de “pago de impuestos”, o menos incluso, es producto de toda esa maraña leguleya creada alrededor de los grandes inversionistas, vía poderes públicos, y por eso anualmente no ingresan a las arcas públicas más de 600 mil millones de pesos.

Es correcto que el gobierno de la autodenominado “Cuarta Transformación” haya cerrado el paso a las facultades discrecionales (presidenciales) para condonar impuestos a las grandes empresas, y ha hecho bien en lanzarse contra un sector que, no sólo en épocas neoliberales sino también de desarrollo estabilizador y populismo, ha gozado de toda clase de privilegios fiscales, esto con el sobado cuento de hadas de no cobrarles impuestos para que se generen empleos y más riqueza, ni qué decir de los groseros rescates con cargo el erario público (banqueros Fobaproa-IPAB, carretero, etc.).

Pero ha faltado el toque verdaderamente “transformador”: elevar y cobrar los impuestos en esa parte alta de la evasión y elusión (donde también opera el empleo informal, casi de esclavo del siglo XX, pero se simula sin sonrojo).

No se puede decir que la 4T no ha tenido los medios para hacerlo (mayoría en el Poder Legislativo, por ejemplo) pero simplemente ha mantenido una política fiscal de lo más conservadora, esto cuando en el mundo las iniciativas van en sentido contrario (impuestos a firmas tecnológicas y aumentos en otros casos).

Atrapada en la doble informalidad, impulsada por motivos de clientelismo político o de abiertos contubernios, el hecho es que en materia fiscal van a continuar el déficit público (875 mil millones para el 2022, según la SHCHP), el cual que sólo se cubre con la contratación de más deuda, algo que ya anunciaron las autoridades hacendarias, apelando a la curtida piel de los contribuyentes: no hay de qué preocuparse ni de qué tener miedo (bueno, las mejores intenciones siempre mueren a corto plazo).