Por Jesús Delgado Guerrero
“Desgraciados los tiempos en los que hay que explicar lo obvio”, aseguran que dijo cierto médico metido a guerrillero, llamado Ernesto Guevara de la Serna y cuyo nombre y fama tuvo como compañía inseparable el remoquete del “Che”.
Y es que para escurrir bultos de pecados propios, los “científicos” de los cuentos de hadas neoliberales supuestamente han encontrado los resortes de ese drama conocido (tersamente) como migración, un oleaje en la frontera con Estados Unidos que ha alcanzado dimensiones infrahumanas.
Así, desde las antiparras del Ogro Salvaje la causa de esta crisis humanitaria es la economía de gobiernos populistas (¿de derecha?, ¿neoliberal como la nuestra?, ¿de izquierda?… no se dice, pero se hace uso del propagandista término sin más), así como los tufos dictatoriales que, ciertos y falsos, se mezclan en ese terminajo que, en efecto, pasa por Venezuela y abarca buena parte de Centroamérica con impresentable figuras políticas en la mayoría de los casos.
Enseguida, se propone el gastado recetario que imperó durante seis sexenios (1982-2018) como fórmula para presuntamente corregir todas las calamidades: dejar en calidad de “vigilante trasnochado” al gobierno, el cual tiene la obligación de aplicar el estado de derecho (neoliberal) y el tolete (fascista o comunista, da igual) para que se respete la propiedad privada y los agandalles previos, es decir, las privatizaciones de bienes públicos fraudulentas mediante compadrazgos, influyentismos y amiguismos, eso que en la teologal y cínica jerga de los beneficiarios se intenta camuflar como “meritocracia”.
Con esos ingredientes, dicen, habrá libertad y crecimiento económico y con ello, casi como por mandato celestial, la tan prometida prosperidad, nunca cumplida por cierto justo por esas fracasadas y devastadoras recetas, aferrados al dogma económico que, en cruel paradoja, aplicado a rajatabla desde 1982 y hasta 2018, fue el que intensificó el flujo migratorio a Estados Unidos.
Pero el libre comercio a lo salvaje es el cielo en la tierra, insisten, y es menos que una tontería dejar al gobierno participar en la economía, como en las industrias petroleras y de electricidad donde, obvio, hace falta la visión depredadora libertariana y sus “reformas estructurales” (con leyes previamente “sobornadas”), además de que es un abierto sacrilegio que tome parte en asuntos portuarios y de ferrocarriles, no se diga bancarios u otros.
Es verdad que, con ciertos matices que no toleran en el credo neoliberal, el gobierno de la autodenominada “Cuarta Transformación” ha metido más que la nariz en la economía, en una suerte de modelo mixto como el que predominó durante buena parte del siglo pasado (que incluyó también “rescates” a costa de los impuestos de contribuyentes -inclusive de “cabarets”, hoy simplemente “antros”- como el nefando e intocado Fobaproa, hoy IPAB) y que, igual que el neoliberalismo, terminó hecho garras.
Pero de ahí a que la autoridad haya removido los cimientos económicos para transformar el país y evitar, en la medida de lo posible, esa marea de desterrados, hay un abismo del tamaño mismo de los cientos de miles de migrantes que buscan una mejor vida, para ellos y sus familias.
Sería mezquino negar que se han hecho esfuerzos para mejorar los ingresos de los mexicanos, vía incrementos salariales y programas sociales y, peor, ignorar o cuestionar que cinco millones han salido de la pobreza, según las regateadas mediciones del Coneval.
Pero el suelo sigue muy disparejo. De entrada, no se ha desmontado todo el andamiaje que permite la concentración de los ingresos y que beneficia sólo a 30 familias (el tristemente célebre “1 por ciento”) mediante la elusión o evasión de impuestos. Cuando se habla de la necesidad de una reforma fiscal, se hace apuntando no a quienes aportan míseras contribuciones, sino al contribuyente en general que debe entregar, guste o no, el 51 por ciento de sus ingresos (vil asalto en despoblado), vía IVA e ISR.
Nuevamente hay que decirlo: con todo y los aumentos salariales (nada despreciables si se toman en cuenta los antecedentes neoliberales), las percepciones son de una vergonzante miseria si se compara con lo que se paga en Estados Unidos, atractivo suficiente para ir en pos del “ilusorio” American Dream, donde además hay una fuerte demanda de mano de obra de origen migrante.
Y aquí es donde lo obvio no sólo es producto de tiempos desgraciados sino de lo grotesco: en el Anuario de Migración y Remesas 2023, se hizo referencia a la brecha salarial promedio entre México y Estados Unidos, que continúa siendo muy amplia: 14 veces en nivel secundaria (261 dólares contra 3 mil 672 dólares mensuales corrientes) y 8.5 veces para estudios con licenciatura (562 dólares contra 4 mil 792 dólares mensuales corrientes).
“Se estima que una persona con estudios de bachillerato en México tiene un ingreso promedio de 328 dólares mensuales, mientras que un migrante mexicano en Estados Unidos con el mismo nivel educativo gana en promedio 3 mil 381 dólares mensuales; es decir, 10 veces más”, difundió recientemente el Observatorio de Migración y Remesas de la firma bancaria BBVA, antes Bancomer, libre de toda sospecha pues hay que recordar que es uno de los bancos que indebidamente fueron rescatados con recursos públicos tras el “diciembrazo Carlos Salinas-Ernesto Zedillo en 1994 y el fraudulento y eterno Fobaproa, hoy IPAB.
La situación es tan evidente y grosera como esto: van a Estados Unidos por las oportunidades de empleos que no tienen y por salarios mayores a los que les ofrecen en su país, no porque esa nación sea el “reino” de nada (los muy ricos tampoco pagan impuestos y deben lidiar también con narcos y la industria bélica, que produce más muertos que cualquier epidemia).
Pero todo eso no está en el análisis neoliberal porque justo se atenta contra gran parte de su esencia: reducir costos a cualquier costo (mano de obra y salarios y, de ser posible, sin prestaciones laborales).
De modo que no hay que darle muchas vueltas ni mostrar enfado contra el actual gobierno por el hecho de no seguir la devastadora ruta salvaje de la economía aunque, hay que remarcar, en materia fiscal ha sido tan conservador como sus supuestos adversarios, con todo y que eliminó facultades discrecionalmente insultantes para rebajar más el ya de por sí insultante cobro de impuestos al “1 por ciento” y otros que, sobra decir, han hecho de la elusión y la evasión de impuestos una gran industria.
¿Cómo combatir la desigualdad y con ello su producto principal, la pobreza, si el suelo sigue estando tan chipotudo como siempre? ¿Cómo evitar que miles se vayan si, como reza el clásico lampedusiano, todo ha cambiado para seguir igual? Preguntar por qué se van es tan insultante como sugerir que el neoliberalismo fracasado -que no muerto del todo- es la cura de los padecimientos.
Lo anterior, con un añadido que tendría que considerarse a la hora de los estudios sobre estos fenómenos: la violencia, qué tanto influye la actuación del crimen organizado y el común en estos desplazamientos masivos.
Hasta ahora las investigaciones han intentado aproximaciones sobre el reclutamiento de “cuadros” de los cárteles, incluso con cifras, muy discutibles si se quiere, pero poco se ha mencionado sobre la migración causada por violencia. Se sabe mucho de la movilidad de la población de manera interna debido a ello, pero de lo otro no se ha profundizado ni ofrecido un panorama con mayor precisión.