Por Jesús Delgado Guerrero
Cada vez que sucede alguna tragedia que involucra a migrantes, especialmente en la frontera entre México y Estados Unidos, es común que las miradas se vuelvan contra la actuación de los gobiernos respectivos y la insuficiencia o falta de leyes y tratados para abordar el tema.
Si murieron al cruzar el río, es culpa de la tenebrosa Border Patrol (patrulla fronteriza) y sus canes, o de la falta de vigilancia de las autoridades mexicanas. Si perdieron a vida en el interior de un trailer, lo mismo. Si fallecieron como consecuencia de un incendio, peor.
Pero esa es sólo parte, la más visible una vez que se originan los infaustos acontecimientos.
El fondo, el efecto que las provoca está en otro lado y, ahí sí, nadie o pocos quieren mirar, quizás porque forman parte o simpatizan con el sistema que lo impulsa: la economía mal llamada de libre mercado o neoliberal, esa que promete el cielo en la tierra pero que nunca ha sido capaz de salvarse ella misma (se está viendo con un nuevo desbarajuste financiero en el cual, por enésima ocasión, se apela a la actuación de ese ente despreciable para el capitalismo salvaje, que es el gobierno).
Por muy obvia y hasta idiota que parezca, quienes buscan responsables en los gobiernos tendrían que preguntarse: ¿por qué migran?, ¿por qué se van todas estas personas sabiendo de los riesgos inherentes? Pero no lo hacen porque saben de antemano la respuesta, por más que quieren fingir o lanzar dardos para otro lado.
En estos casos, los migrantes no se van porque tengan como gobernantes a los peor encarados del universo, a los más omisos de la ley, ni a los más autoritarios o arbitrarios, antidemocráticos y demás.
Lo dijo hace unos días en su visita a nuestro país Hillary Clinton, ex secretaria de Estado durante el mandato Barack Obama como presidente de los Estados Unidos: el tan cacareado Tratado de Libre Comercio de América del Norte (el célebre Telecé), no generó mejores trabajos ni más oportunidades. (Hete aquí un discreto pero abierto reconocimiento de una parte fundamental del fenómeno migratorio).
Hay que recordar que al esposo y ex presidente de esa nación, Bill Clinton, le tocó echar a andar el citad tratado comercial, de modo que la también ex candidata presidencial demócrata sabe de lo que está hablando.
El hecho es que con el Telecé nuestro país abrió su mercado a una nación esencialmente proteccionista. Y lo hizo sin ninguna red protectora (cero política industrial, una bestial carrera hacia abajo -reducción o no cobro de impuestos locales-, etc.).
“No comprendo gran cosa sobre los derechos aduanales, pero sí sé una cosa: que cuando compramos bienes manufacturados en el exterior nosotros obtenemos los bienes y los extranjeros obtienen el dinero; pero cuando compramos esos bienes en nuestro país nosotros tenemos al mismo tiempo tanto los bienes como el dinero”, decía Abraham Lincoln, en línea con los postulados proteccionistas de Alexander Hamilton, unos de los “padres fundantes” de los Estados Unidos, un “Pepe Grillo” de George Washington, primer presidente estadounidense.
Así, en su momento para lo único que sirvió el tal Telecé, además de obligar a miles a migrar y buscar mejores oportunidades porque aquí el único rango que alcanzaron fue el de “mano de obra muy barata”, fue para que México obtuviera un préstamo urgente por más de 20 mil millones de dólares que ayudara a detener la hemorragia financiera tras el diciembrazo “Salinas-Zedillo” (1994) con los Tesobonos y proteger así los fondos de pensiones de trabajadores y maestros estadounidenses cuyos recursos estaban invertidos en nuestro país, asegurando la continuidad del TLCAN al proteger a empresas, empleos y cadenas productivas en México.
Entonces, si alguna responsabilidad tienen los gobiernos en estas tragedias de migrantes hay que ubicarla, sí, en eventuales lagunas legales, de ausencia de acuerdos diplomáticos y de malos tratados comerciales, pero fundamentalmente en un libertarianismo económico que ha generado la concentración de la riqueza y la miseria de millones, obligando a muchos de estos a abandonar a sus familias y a su país para buscar lo que aquí no tienen o lo que les imponen en condiciones de esclavitud moderna: bajos salarios, cero prestaciones sociales, jornadas cada vez mas largas, etc.
Aunque es muy grosera la evidencia, de esto poco se habla o se simula, o de plano se le echa la culpa al gobierno, excluyendo a quienes, en teoría, son los generadores riqueza y beneficiarios por ello de un sistema fiscal mucho más que amigable (del cual tampoco se habla).
En fin, mientras los problemas de fondo se sigan ignorando o simulando, en cualquier momento sucederá una nueva tragedia porque un vacío de autoridad ante la economía libertariana no puede más que fomentar mercados criminales, con sus tratantes de personas y coyotes, con una cruel paradoja: fronteras abiertas para el libre comercio (hasta de personas, en forma ilegal, claro) pero al mismo tiempo cerradas para la contratación de personas, con todas las de la ley, en trabajos bien remunerados.