Por Jesús Delgado Guerrero
En una esquina, el tristemente célebre “Ogro Filantrópico” (Octavio Paz) en su versión más pastoral pero con rudos sermones cargados de anatemas (esto por la vehemente condena moral cotidiana contra todo lo que se mueva), buscando aterciopelar su papel del “más frío de los monstruos fríos”, según la nietzscheana visión sobre el Estado, entendido aquí únicamente como gobierno.
En la otra esquina, el no menos funesto “Ogro Salvaje” en estado puro, depredador, oportunista y gandalla, chapoteando en “las heladas aguas del cálculo egoísta”, expresión que el bardo, diplomático y Premio Nobel consideró como un verso “alejandrino perfecto” al referirse a la incendiaria prosa marxista.
Antes de entrar a los pormenores del pleito y siguiendo la sugerencia del filosofo, sociólogo, teólogo y anarquista cristiano Jacques Ellul (Francia) respecto de que debe declararse desde dónde se dice, esta columna se confiesa, por enésima ocasión, abiertamente marxista, pero no en el sentido del celebrado creador de flamígeros versos alejandrinos, sino más bien en el grouchiano (por ese agudo y cachazudo personaje que fue el actor, humorista y escritor Groucho Marx -Julius Henry, para sus amigos y progenitores). El tema lo impone.
Aclarado lo anterior, es conveniente recordar entonces que esos “ogros” ya son viejos conocidos en nuestro país -y en otros muchos también- y se sabe, por experiencia propia o por textos en el caso de las nuevas generaciones, de todas las calamidades, plagas bíblicas y pandemias de que son capaces.
Todo eso envuelto en las mas fantasiosas teorías, teologías y elevadas expresiones, incluidos pomposos y ampulosos ornamentos literarios que al calor de los resultados, evidente y ciertamente dañinos, no han sido otra cosa que cuchufletas pasadas por “filosofías”, “ciencias”, verdaderas charlatanerías político-económicas.
En este sentido, uno no puede más que especular por qué Michu, el perro de Hélen, una de las protagonistas de la novela “El Mapa y el Territorio”, del poeta y escritor francés Michel Houellebecq, reaccionaba bostezando o con un ladrido breve cuando su dueña, profesora de economía por supuesto, citaba algo de Joseph Alois Schumpeter o John Maynard Keynes, celebridades donde las haya en el mundillo de la teoría económica.
¿Ladraba porque la “destrucción creativa” schumpeteriana ha servido más para el agandalle y el compadrazgo (“meritocracia”, le dicen) que para sus progresistas fines?, ¿o bostezaba porque el “estado de bienestar keynesiano” no ha derivado en otra cosa que en un permanente “estado de malestar”, amagado permanentemente por “espíritus animales” y otros especuladores, y liderado también, igual que su ogro gemelo, por ilusionistas y encantadores?
¿O ladraba y bostezaba porque en ambos casos abundan los cuentos de hadas de “logros a muy largo plazo, cuando ya todos estemos muertos”, según la esperanza zumbona del keynesianismo? Imposible saberlo.
Lo real es que “Gastaban (gastan) rumbosamente, con esplendidez, fieles a una economía de potlatch que había sobrevivido sin esfuerzo a los sucesivos regímenes políticos”, dice Houellebecq de sus personajes, mofándose así de las ostentosas teorías económicas humanistas, de desarrollo pleno y de progreso, vías para perfectas, más bien, para el perpetuo despilfarro y la suntuosidad, resumen breve de las dos teologías económicas aparentemente contrapuestas pero enlazadas por denominadores muy comunes; la corrupción y la impunidad.
No en balde, según el vate francés, después de la sección de economía de los noticieros se presenta una comedia sentimental, redondeando así “el compendio clásico” de la economía respecto de que una sacudida en los centros bursátiles y las finanzas públicas siempre amenaza con ser peor que las anteriores e, incluso, más terrible que las futuras pues ya se sabe que si algo significa a la “especialidad” y al “analista” es justo la dura competencia con chamanes, gurús, sacerdotes, profetas y otros supuestos adivinos.
El hecho es que, ya de lleno en la disputa, en ese forcejeo en el centro del cuadrilátero (llamado Cámara de Diputados), el descontón traicionero corrió a cargo del “Ogro Salvaje” (específicamente, los aliancistas (PRI-PAN-PRD) y no precisamente contra la patria ni contra el otro “Ogro” (Morena y aliados), sino contra millones de consumidores y miles de esforzados empresarios que van a seguir pagando más por energía eléctrica que los beneficiarios de la vigente ley eléctrica, especialmente firmas extranjeras coludidas con políticos domésticos y competidores desleales.
La reforma eléctrica impulsada por la autodenominado Cuarta Transformación para cambiar el estado de cosas clarificó aún más trincheras. Al final fue una trampa que, con todo y las cuchufletas de rigor por parte del “Ogro Salvaje” tratando de deslindarse, va a pesar en el ánimo social, como sucedió en el 2017 con el “gasolinazo” neoliberal.
Lo lamentable es que los hechos sugieren que nada se ha aprendido de la historia y sus trágicas pero ricas lecciones, y el país está entrampado en dos visiones que hace mucho agotaron sus posibilidades, sin procurar nuevas o buscar cierta dosis de equilibrio entre los extremos. (Quizás algún día).