Por Jesús Delgado Guerrero
“Y los grandes yates se hundieron en el mar de la tributación progresiva”… solía decirse en una época que, quizás, tienen muy presente los estadounidenses: la que impulsó Franklin Delano Roosevelt durante su mandato como Presidente (1933-1945) y que se conoció como el “New Deal” (“nuevo trato”).
El citado enunciado fue una clara alusión a las medidas que se tomaron para, primero, corregir toda la devastación especuladora del crac financiero de 1929 de Wall Street y, segundo y no menos importante, modificar un modelo fiscal que procuró equilibrios sociales y lo logró.
Y es que según diversos textos de historia, en medio de las convulsiones del “Crac del 29”, personajes de apellidos conocidos como los Morgan, Fisher, Briggs, Sloan, etc., podían navegar en lujosas embarcaciones de casi 70 metros de eslora. De hecho, JP Morgan “acababa de construir su cuarto Corsario (de 140 metros), según cuenta el economista Gabriel Zucman (El Triunfo de la Injusticia, Cómo los ricos eluden impuestos y cómo hacerles pagar, Taurus, p.65), refiriendo que “en la actualidad, 23 metros se considera ya un gran yate”. Muchos de ellos fueron incluso “exhibidos” ante la opinión pública como cínicos evasores de impuestos, una receta que tuvo mucho éxito y puso orden fiscal.
Tras la debacle vino, pues, el “New Deal”, que sentó las bases por las cuales durante casi medio siglo no hubo un país en el mundo con un sistema fiscal tan progresivo como el de Estados Unidos, donde los mega-ricos llegaron a pagar hasta 90 por ciento de impuestos de sus ingresos (y ninguno de ellos dejó de obtener millonarias ganancias ni se quedó pobre, de acuerdo con la investigación de Zucman).
Viene a cuento esto porque, tal vez se trate sólo de una estrategia de cara a los comicios de junio próximo, pero se abre la posibilidad de que en nuestro país se comiencen a debatir y a corregir graves desequilibrios, un piso muy desigual, muy disparejo, que ha permitido una grosera acumulación de la riqueza, sólo por la acumulación en sí.
El eventual triunfo de la morenista Claudia Sheinbaum en la contienda presidencial podría iniciar el camino, si es que sus “100 pasos para la Transformación” no son sólo un catálogo de promesas y van más allá del diagnóstico certero que lo sustenta:
“Hasta ahora la 4T ha puesto el énfasis en la austeridad del aparato de gobierno y en el cobro de los impuestos no pagados por los grandes contribuyentes, pero esa política ya llegó a su límite y no se puede eludir el tema de una reforma fiscal”, dice el documento de Sheinbaum.
“Y es que un proyecto de gasto social y en infraestructura como el que anima a la 4ª T no es viable con un fisco relativamente pobre. Mientras el fisco de los países de la OCDE recaba en promedio el 34.1% de su PIB en México el porcentaje es de apenas 17%. Incluso si la comparación se efectúa sólo teniendo en cuenta el promedio de los países latinoamericanos México sigue mal parado pues la proporción promedio es de 21.7% ; sólo República Dominicana, Guatemala, Paraguay y Panamá muestran un fisco más débil que el mexicano”.
Y toca el punto: La pobreza relativa del fisco resalta frente a la concentración de la riqueza privada. En nuestro país los 14 poseedores de fortunas superiores a los mil millones de dólares concentran $8.18 de cada cien pesos de la riqueza privada nacional. Como bien lo han señalado los datos de OXFAM, no son las leyes del mercado las que han llevado a tal concentración de la riqueza sino “un sistema legal y tributario hecho a modo” lo que ha propiciado la extrema concentración de la riqueza y la perpetuación de la pobreza en países como el nuestro”.
“Para la 4T debe evaluarse una conclusión contundente de OXFAM avalada por sus estudios sobre el tema: la desigualdad social extrema, como la mexicana, es simplemente incompatible con la democracia”, remarca.
No es sólo, pues, obtener ingresos para alimentar clientelas ni despojar a nadie del producto de su esfuerzo, sino de podar la cancha para que, primero, todos puedan jugar con las mismas reglas y, segundo, que no se permita una concentración como la que existe actualmente mediante la modificación sustancial del sistema tributario, con impuestos progresivos donde los que más ganan, paguen más.
Los beneficiarios de la ancestral desigualdad han sido también beneficiarios del gobierno que dicen detestar, del actual y de otros, pero siguen aferrados a los cuentos de hadas, a esa teología económica del Ogro Salvaje que se ha venido derrengando y quedando sólo como una cantaleta desafinada, sin que los hechos la respalden.
No se sabe si al final la candidata morenista va a hacer realidad las propuestas en caso de ganar, pero es claro que es necesario debatir qué tipo de sistema tributario hace falta y modificar radicalmente lo actual.
Llegado el momento se verá a detalle el plan fiscal, si es radical y de izquierda pues, cierto, todo llega a su límite y sin duda vamos con muchos años y muchos millones de pobres de retraso.
(Segunda parte y fin)