Los Sonámbulos, Opinión

Los Sonámbulos/Sheinbaum: ideologías y cuestión de estilos/Jesús Delgado Guerrero

Sonámbulos

Por Jesús Delgado Guerrero

La simpleza opinócrata ha “encontrado” una pequeña ventana para exhibir, por enésima ocasión, su histeria espontánea: Andrés Manuel López Obrador se va a ir a su finca (sí, La Chingada) pero va a seguir gobernando porque, aseguran, Claudia Sheinbaum (la misma que ha zarandeado todos los análisis serios, furiosos o irresponsables antes, durante y después de los comicios) va a asumir a pie juntillas los proyectos del político tabasqueño. Le piden desligarse, so pena de ser considerada parte de un teatro guiñol, una marioneta.

Pues bien, nuevamente el vacío craneal o el estómago quiere hacerse pasar por análisis o “reflexiones”, justo sin parar mientes en eso que, si bien discutible, se denomina ideología, y tampoco en el “estilo”, ese sello personal que caracteriza a cada cual y que, cierto, importa, y mucho, en el ejercicio de gobierno.

Para ello es necesario apelar a la historia: Miguel de la Madrid, iniciador de la etapa neoliberal en México, (1982) no siguió gobernando mediante Carlos Salinas.

A su vez,  Salinas no lo hizo con Ernesto Zedillo Ponce de León, menos éste con Vicente Fox Quezada, ni tampoco éste con Felipe Calderón Hinojosa, ni éste con Enrique Peña Nieto.

El común denominador en todos estos personajes, incluidos los panistas Fox y Calderón, fue la doctrina neoliberal que aplicaron a rajatabla durante sus mandatos, con los fraudes, timos y agandalles que permitieron la concentración de la riqueza en el “1 por ciento” mediante la privatización de los bienes nacionales, vía ventas de tianguis (Telmex) o vergonzantes préstamos de compadrazgos (Imevisión, hoy TV Azteca) con dinero maloliente (¿todos queremos amigos que nos presten 50 millones de dólares… para no pagarlos y luego presumir que es producto de la “meritocracia”?), y un largo etcétera disfrazado de esfuerzo individual, innovación, visión y otros cuentos sostenidos con el erario público (hasta la compra de algunos bancos que después fueron rescatados con …¡dinero público!)

No voy a citar a Marx (a Karl, claro) en el sentido de que todos ellos figuraron como personajes centrales del poder público y que en realidad formaron parte del Consejo de Administración del poder económico (“gerentes” o “títeres”, para utilizar la jerga marxista y neoliberal de moda).

Pero de hecho, hay estampas que se quedaron en el archivo como prueba, sino de un “titiretazgo” del poder económico sobre el poder público, sí de un “gerentazgo” o “maridazgo” deplorable. Por ejemplo, el Fox candidato anunció acciones para revertir la criminal iniciativa de Ernesto Zedillo, aprobada por mayoría priista y panista, para hacer público la deuda privada que constituyó el fraude del Fobaproa (hoy IPAB). Y lo primero que hizo después de ganar las elecciones en el 2000 fue irse a vacacionar a la isla de uno de los beneficiarios (Roberto Hernández, ex casabolsero metido luego a banquero, dueño de Banamex). 

Y qué decir del “pobreteo” al que fue sometido el Calderón presidente por parte de uno de los integrantes del “1 por ciento” (Lorenzo Servitje) cuando la administración federal navegaba a la deriva y lo menos que se decía era que encabezada un “estado fallido” (economía tambaleante, la actuación del crimen organizado, desigualdad, pobreza, etc.). “Hay que ayudar al pobre señor Presidente” pues la economía podría empeorar. Y el apoyo consistió en sacar a la gente a votar en las elecciones del 2009 y darle al mandatario un Congreso con mayoría neoliberal, el cual no obtuvo en los apretados y polémicos comicios federales previos, para sacar adelante los cánones de este doctrina.

En efecto, no hubo sometimiento de un presidente respecto de su antecesor porque algo entendieron los priistas y los personajes de poder desde que Lázaro Calles envió al ostracismo al caudillo Francisco Plutarco Elías Campuzano (Calles): el titular del Poder Ejecutivo es sólo de una persona y para nadie más. Con o sin contrapesos, reales o ficticios.

El llamado (en su momento estelar), “Jefe Máximo de la Revolución”, también así lo entendió al final y por eso no orquestó un nuevo sainete, con la  hemorragia de rigor entre las familia revolucionaria.

Desde entonces los rituales del viejo régimen agregaron un elemento para evitar nuevas discordias: el ex presidente es eso: ex presidente. La regla de oro: silencio ex presidencial, aunque ésta se dobló varias veces durante el viejo régimen, como cuando las disputas entre Salinas y Zedillo en la década de los años 90 por el “diciembrazo”. O antes con José López Portillo y Luis Echeverría en la década de los años 70 (¿remember el desplegado anti-injerencista “¿Tú también, Luis?”, de Jolopo, quien terminó enviando al exilio (embajador) a las islas Fiji a su antecesor?

(Hoy todos los ex presidentes, o varios, hablan del titular del Ejecutivo en turno o de cómo le va al país, algo sin duda saludable porque es una forma también de someter al escrutinio público sus respectivos mandatos, la contrastación con lo que hicieron o dejaron de hacer, e incluso permite el recordatorio de impunes trastupijes o complicidades).

Los que hoy le piden a Sheinbaum que se desligue del proyecto “transformador” iniciado por Andrés López Obrador en el 2018, no lo hicieron cuando Carlos Salinas sucedió a Miguel de la Madrid. Menos cuando Fox Quesada le dio el adiós al último presidente priista del siglo XX, Ernesto Zedillo. ¿Para que hacerlo si a los “opinócratas”  y al “1 por ciento” los súper apapachaban? 

Desde el tecnócrata de cuello estirado, con doctorados en el extranjero, hasta el ranchero echado pa´ lante (titulado con sus planes de gobierno), pasando por figurines telenoveleros, los estilos, el sello de cada cual, el habla, las frases, el modo de desempeñarse en el cargo, etc., no le modificaron ni una coma al evangelio neoliberal.

Sheinbaum debe desligarse, sí, porque finalmente será la titular del Poder Ejecutivo, pero no como le exigen sus malquerientes, sino profundizando lo que AMLO no hizo o dejó de hacer pues aunque su caballito de batalla fue siempre contra los “neoliberales”, parte de su “economía moral” descansó justamente en el “libre mercado”, aunque sin el salvajismo que caracterizó a los seis ex presidentes que le antecedieron y procurando “enderezar” groseros desequilibrios, como la desigualdad extrema y la pobreza y pobreza extrema, éstas producto de aquella.

Esto último, la desigualdad, tendría que ser parte vital de la agenda de la próxima Presidenta de la República, impulsando la configuración de un piso más parejo en todos los sentidos (de oportunidades, fiscal, de competencia económica, no de monopolios ni de oligopolios, ni de cárteles). No hay pretexto para no empeñarse en eso. Y, claro, sin quitarle una coma al evangelio de la Cuarta Transformación: prosperidad compartida (nueva versión de “primero los pobres”).