***Con un abrazo solidario para Emilio y la familia Trinidad Zaldívar
Por Jesús Delgado Guerrero
Recibí la noticia el lunes pasado, durante la madrugada. A la tristeza se sumaron de inmediato recuerdos, momentos que sólo esa maravilla que es la memoria puede recrear, y que ahí quedan, como estampas imborrables, pese al inclemente paso del tiempo.
Son episodios que dejan marcas, provenientes de voluntades especiales, raros ejemplos de sencillez, honrada transparencia y cálido humanismo. En un medio plagado de divos, hay seres de ganado y gran prestigio que suelen ser los menos pavorreales.
Ese fue, de entrada, el periodista Ángel Trinidad Ferreira, fallecido el pasado domingo a los 90 años de edad. Casi siete décadas dedicadas a la profesión del periodismo, luego de abandonar sus estudios de ingeniería (“no me equivoqué”, decía con gran seguridad), no pueden ser resumidas en espacios breves.
Un trabajo así, muy cercano a las principales figuras del poder público durante muchos años (comenzando por presidentes de la República, pasando por secretarios, dirigentes y demás), rebasa cualquier capacidad de síntesis, empezando por la mía.
Pero es posible hacer un intento de compendio de otra manera y este es, para un servidor, el legado de un periodista que tuvo que tratar y hasta vérselas con pesos pesados de la autoridad y de la vida pública: no se puede ni se deben rechazar libros ni invitaciones a dialogar, pero sí se puede y se debe rechazar todo lo demás (y eso incluye concesiones para radiodifusoras, TV, negocios viento en popa y un largo etc. que incluye, por supuesto, casas, departamentos, autos y, claro, dinero por fardos).
Otros podían presumir, ostentosamente, colecciones de departamentos o residencias en zonas caras y exclusivas, tanto en el extranjero como en el país. Él no. Varios más podían incluso jactarse de haber recibido concesiones, negocios, flotillas de autos, nuevos o clásicos, etc. Don Ángel no.
Se pensaría que un periodista de su batería podría acumular fortunas con total desenfado, totalmente explicables por lo demás. Pero él no.
“El ejercicio del periodismo no da para tanto”, me llegó a decir. Por eso, cuando coincidimos en el diario La Afición, allá a principios de la década de los años 90 (él en lo suyo y el que esto redacta como reportero de boxeo y de deportes en general), a la vez que escribía su columna “Tiempo al Tiempo”, Don Ángel hacía lo mismo para El Universal con otra columna suya, “La Rueda del Poder”. En palabras simples, vivía conforme a su trabajo, en una honrada y transparente medianía, pues.
En espontánea digresión al calor de los recuerdos, debo decir que en esa época La Afición era una vitrina repleta de “monstruos”, con periodistas de mucho prestigio, especialistas de gran calibre, lo mismo en deportes que en información general y política, gente muy humana: Don Ángel Trinidad y otros “dones también”: Arturo Sánchez Aussenac (sub director, que fue también jefe de redaccion de Excélsior -famoso además como Nicolás Sánchez Pingarrón- al que expulsaron junto con Don Ángel en el tristemente célebre “golpe” a ese diario), en una lista en la que no pueden faltar figuras como Julio Ramírez, Jorge Bermejo, Víctor Cota, Tomás Morales, Alejandro León… y pare de contar.
A la afición de Don Ángel por el juego del dominó, su gusto y práctica por el Jai Alai, hay que sumar también un largo rosario de anécdotas, que no caben aquí (el “reporteo” del caso de una elefanta placeando su pesado y lento trasero por calles de la Ciudad de México, y las travesuras con su “paisano” el veracruzano Jesús Reyes Heroles para enfrentar al poder presidencial, son deliciosas y muy aleccionadoras sobre el olfato y agudeza en el ejercicio periodístico; sólo son dos, de muchas).
Exigente, observador con lupa, todo seriedad, culto, para fortuna del periodismo no atiborraba su quehacer de ciencia política ni de presuntuosos elevados “intelectualismos”. Era divertido: “Al PRI le fue como a Tyson en el Estado de México y Coahuila”, cabeceó Don Ángel para el cintillo de la sección de informacion general de La Afición (12-XI-1996), describiendo en una línea, sin formatos acartonados ni cajoneros, el inicio de la decadencia del partidazo y también la de un boxeador (Mike, noqueado días antes de los comicios locales), otroras “aplanadora electoral” y “asesino del ring”, respectivamente.
Más allá de ello, si los seres humanos trascienden por sus hechos, hay episodios memorables en el periodismo que impactaron de manera notable la vida pública del país y fueron protagonizados por personas sin las cuales sería imposible entenderlos plenamente. Vale la pena acaso una breve mención, pues son parte fundamental de la formación de esas voluntades.
Por ejemplo, el “Excélsior” que encabezó Julio Scherer (el periodismo de referencia en mucho tiempo, de acuerdo con el consenso casi general) no pudo haber sido si no es por la intervención de dos periodistas que, en plena asamblea para renovar directivos, evidenciaron una serie de corruptelas administrativas al interior del periódico.
De acuerdo con las crónicas, en 1968, a la muerte del director Manuel Becerra Acosta, se postularon para la sucesión Miguel Ordorica y Julio Scherer, éste en calidad de víctima pues todo estaba preparado para que perdiera la votación; empero, Ángel Trinidad Ferreira y Manuel López Azuara, integrantes del llamado Grupo de los 19, irrumpieron en la asamblea y mostraron documentos de la corrupción que golpeaba directamente a Ordorica. Así ganó Scherer, y lo que vino después es otra historia, referida en libros, cátedras universitarias y pláticas informales.
La participación de Don Ángel fue crucial para todo eso y lo que siguió (que es, insisto, parte de otro extenso relato).
Don Ángel también fue vital en el desarrollo profesional de muchos periodistas, orientando e incluso apoyando, tanto en términos profesionales como personales, muy humanos, a nóveles reporteros que, como fue el caso de quien esto redacta, se acercaron a él y encontraron no al divo inaccesible, de sonrisa de pose o fanfarrona (con guaruras, ujieres y hasta ayudantes, que ha habido casos, y todavía los hay), sino a una voluntad de a pie, franca, abierta y siempre dispuesta.
Así fue primero como columnista de gran prestigio, así fue luego como director de La Afición y, como no podía ser de otra manera, así fue también ya fuera ambos de esa empresa.
Valoro y agradezco todo ello, y confío en que algún día nos volveremos a encontrar (por supuesto en las mismas lides).