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Un caso de negligencia y despotismo en el IMSS-Edomex

IMSS-Ecatepec

Por Alejandra Gudiño Ramírez

Un caso mal atendido, de esos que hay todos los días en algún hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), una riesgosa operación que no estuvo bien hecha; alguien no hizo bien su trabajo, y un hombre de apenas 44 años de edad falleció apenas el 16 de diciembre pasado, después de un mes y medio de luchar como el mejor guerrero prehispánico para quedarse con su esposa, con sus dos hijos, con su mamá y con toda su familia. 

Su nombre Marco Antonio Herrera Ramírez, mi hermano, que por un padecimiento de dolor abdominal relacionado con su vesícula, ingresó el 23 de octubre pasado a urgencias del hospital regional 196 “Fidel Velázquez Sánchez” del IMSS.

Su esposa, mi cuñada Nohemí Zárate Cova, tuvo que enfrentarse a lo que hoy se vive cada día en un nosocomio de este instituto: trámites burocráticos, falta de personal, instalaciones viejas y desaseadas, falta de equipo especializado,  mismo que debe ser rentado para hacerle a los pacientes los estudios requeridos para dar un diagnóstico.

En el camino que inició mi hermano en este hospital no hubo un diagnóstico certero durante las dos semanas previas a su cirugía; los médicos que hablaron con mi cuñada nunca le dijeron que se trataba de un tumor en la cabeza del páncreas, a pesar de la insistencia de ella para conocer con detalle todo lo relacionado con el padecimiento de su esposo.

El cirujano y oncólogo que intervino a Marco Antonio y platicó con ella, José Moisés Martínez Martínez le habló de que la cirugía era riesgosa (Procedimiento de Whipple) pero la tranquilizó diciéndole que él había hecho ya otra, unas semanas antes, en la que el paciente se recuperó satisfactoriamente.

El día de la cirugía llegó. Fue el jueves 10 de noviembre, duró 9 horas y aparentemente todo había salido bien cuando trasladaron del quirófano a piso a mi hermano; pero el viernes la sorpresa para mi cuñada fue tremenda ya que al subir a verlo en el horario de visita autorizado se encontró con médicos del área de terapia intensiva que le dijeron que Marco estaba muy grave, que había sufrido un choque hipovolémico y que muchos de sus órganos estaban fallando, que no dejaba de sangrar y que sería necesario intubarlo.

El personal del área de cuidados intensivos advirtió a mi cuñada que si no lo bajaban a terapia para estabilizarlo corría el riesgo de morir.

Nohemí no comprendía lo que estaba pasando. Por más que pidió hablar con el médico José Moisés Martínez no pudo hacerlo, pues le dijeron que él ya se había retirado, pero que antes de hacerlo pidió el apoyo de terapia intensiva por la gravedad en la que se encontraba Marco Antonio.

Ya en terapia intensiva, la jefa del área le explicó a Nohemí que la gravedad de su esposo era tan seria que era necesario volver a operarlo para determinar por qué él no dejaba de sangrar, pero que en ese hospital, ubicado sobre la avenida Central en el municipio de Ecatepec, no podrían hacerlo porque no había sangre ni tampoco anestesiólogo.

Le dijo que era necesario trasladarlo al Centro Médico Nacional La Raza, o al hospital Centro Médico Nacional Siglo XXI.

Fue hasta el sábado 12 de noviembre cuando trasladaron a mi hermano al hospital de especialidades médicas “Antonio Fraga Mouret”, de La Raza. Primero estuvo, más de una semana, en el área de cirugía. Después lo canalizaron a la Unidad de Cuidados Intensivos, donde lograron estabilizarlo tras intubarlo, esto durante la última semana de noviembre, y el domingo 27, día de su cumpleaños, los médicos decidieron desintubarlo y regresó al  cuarto piso de cirugía. Tras varios días con un estado crítico de salud, el personal médico decidió que tendrían que volver a operarlo para saber por qué no dejaba de sangrar.

Esa segunda cirugía la realizaron el domingo 11 de diciembre y descubrieron que durante la primera operación que le practicaron en el  hospital 196 del IMSS de Ecatepec se había dejado una fisura en el intestino delgado; la sellaron, pero el estado de salud de mi hermano siguió siendo crítico.

El 16 de diciembre por la mañana, Marco Antonio sufrió un paro cardiorespiratorio del que pudieron reanimarlo, pero del segundo ya no fue posible y mi hermano falleció, después de un mes cuatro días de haber luchado por salir adelante de esa primera cirugía en la que algo no hicieron bien los médicos que lo intervinieron.

Mi familia y yo queremos agradecer infinitamente todos los esfuerzos que el personal de médicos, enfermeras y enfermeros del IMSS de la Raza hicieron para tratar de remediar el daño con el cual llegó mi hermano a este hospital. Pero, lamentablemente, su empeño no alcanzó para superar el mal inicial.

Hoy, a unos días de su muerte, nosotros, su familia, tenemos muchas preguntas sin responder: ¿por qué nunca dieron un diagnóstico en el hospital 196 de Aragón? ¿Por qué sí se dieron cuenta que era una intervención riesgosa por la condición en la que se encontraba mi hermano no determinaron, desde un principio, trasladarlo al hospital de Especialidades Médicas de La Raza, para que los médicos especialistas de ese lugar lo operaran con éxito?

¿Por qué el médico que lo operó, José Moisés Martínez Martínez, no fue quien le dijo a mi cuñada que su esposo estaba muy grave al haber sufrido un choque hipovólemico después de la cirugía que él hizo?

¿Por qué fue hasta después de que lo operaron cuando le dijeron a mi cuñada que mi hermano tenía un tumor canceroso en la cabeza del páncreas?

¿Por qué no fueron claros con ella cuando le hicieron firmar los papeles antes de la cirugía?

Algo sí tenemos claro, nada de lo que nos pudieran decir hoy nos devolverá con vida a mi hermano Marco Antonio, pero si queremos denunciar la negligencia y el despotismo con el que se conducen algunos médicos, como el doctor “Andrade”, jefe de cirugía general de ese hospital 196 del IMSS, que pertenece a la delegación regional Oriente del Estado de México.

También, denunciar la falta de información hacia los familiares de los pacientes y la falta de sensibilidad de algunos médicos al dialogar con los enfermos de ese hospital, así como la falta de equipo para hacer los estudios, de personal, como un anestesiólogo, y la de recursos tan elementales como sangre y plasma para atender una emergencia.

Muchas vidas podrían salvarse si los médicos abrazaran con pasión la noble misión a la que se comprometieron al realizar el juramento de Hipócrates, y si actuaran con responsabilidad al tomar decisiones como la de intervenir a pacientes que, como mi hermano, hoy podrían estar vivos si se les hubiera canalizado con prontitud al hospital y con los especialistas adecuados.