Por Vidal Ibarra Puig[1]
Es ya casi un consenso entre los economistas nacionales e internacionales, que próximamente habrá una recesión en los Estados Unidos, y que dicha recesión puede afectar a otros países, entre ellos México, país muy vinculado con ellos, sobre todo a través del TMEC. De hecho, alrededor del 80 por ciento de las exportaciones mexicanas van hacia el vecino del norte.
Así, si se frena la economía estadounidense, las exportaciones mexicanas disminuirán y, en consecuencia, todas las cadenas de producción ligadas a las exportaciones (lo que los economistas conocemos como la parte nacional de las cadenas globales de valor), se verán afectadas negativamente.
Ahora bien. Como sabemos, una recesión es definida como la caída de la producción durante dos espacios de tiempo consecutivos, y por lo general se utilizan los trimestres para estas mediciones. No es necesario que la economía crezca negativamente, sino solo que la producción disminuya su ritmo de crecimiento durante dos trimestres consecutivos.
Por su parte, tenemos que la inflación es un aumento continuo y generalizado de los precios, el cual es medido a través del Índice Nacional de Precios al Consumidor en el caso mexicano.
Pues tenemos que, según nos comunicó el INEGI el 9 de agosto, la inflación en México se ubicó en 8.15 por ciento en julio de 2022, lo que la coloca como la tasa más alta en los últimos 22 años, cuando en julio del año 2000 la tasa se ubicara en 9.12 por ciento.
En la gráfica observamos la variación porcentual mensual en julio de algunos años, y tenemos que la variación de este año ha sido la más alta en el periodo que nos muestra la figura.
Tenemos entonces un panorama complicado: una probable recesión con alta inflación. Es lo que los economistas llaman estanflación.
Y el problema es que salir de ella no es tan fácil. Veamos.
Como hemos comentado en varias ocasiones, la inflación en México comenzó desde el tercer trimestre de 2021, antes de la guerra en Ucrania. Esta guerra agudizó las tendencias inflacionistas y por eso estamos en esta situación en el momento presente.
Y la respuesta del banco central ante situaciones inflacionarias (respuesta que no compartimos totalmente) es aumentar las tasas de interés, para así retirar circulante (dinero) de la economía y disminuir las presiones inflacionarias ya que los consumidores prefieren ahorrar en vez de gastar. O sea, se enfría la economía.
Esta manera de controlar la inflación, que varios economistas consideran que forma parte de un enfoque neoliberal de la economía (pues supone que la inflación es, y siempre será, un problema ocasionado por el exceso de oferta monetaria, o sea de circulante), ha llevado a que el Banco de México incremente sus tasas de interés de referencia, como se aprecia en la siguiente gráfica.
Nótese que las tasas de interés estuvieron muy altas durante 2019, lo que a nuestro juicio contribuyó a que la actividad económica del país disminuyera, y finalmente tuviéramos una baja en el crecimiento del PIB de -0.1 por ciento en ese año, desde antes de la crisis del Covid-19.
Luego entonces, los altos niveles de inflación muy seguramente llevarán a otro incremento de las tasas de interés, para enfriar la economía. Pero un aumento en la tasa de interés encarece el crédito, por lo cual se frena la inversión y el gasto de los hogares que usan el crédito disminuye. Por lo que se dará un freno a la economía; freno que se verá agudizado si se da la recesión en los Estados Unidos.
Entonces, si el país cae en recesión con alta inflación, la situación será complicada pues la ortodoxia económica dirá que, ante la alta inflación, hay que aumentar la tasa de interés, lo cual agudizará la caída en la actividad económica y el desempleo, pues no hay inversión.
En el momento actual, se están acabando los recursos que hay para gastos sociales, pues las obras de infraestructura que está impulsando el actual gobierno están resultando mucho más caras de lo que nos dijeron. El AIFA pasó de costar 75,000 millones de pesos, a 116 mil millones de pesos (a marzo de 2022). La refinería de Dos Bocas, pasó de 8 mil millones de dólares, a 18,000 millones de dólares. El tren maya (que muy probablemente se hunda por el tipo de suelo en que quieren construirlo), que se presupuestó en aproximadamente 6,000 millones de dólares al principio de su construcción, ha visto incrementar su costo a casi 15,000 millones de dólares.
Y mientras tanto, no se construyen nuevos hospitales, nuevas escuelas, nuevas carreteras, ni se compran medicinas, especialmente para los niños con cáncer. Pero sí se distraen los fondos para ciencia y tecnología hacia estas obras, según la reconoció la misma directora general de Conacyt ante los diputados la semana pasada.
Estanflación en puerta; sobre costos en obras muy cuestionadas; falta de recursos incluso para estas obras; abandono de construcción de infraestructura y gastos hospitalarios muy reducidos para la población. El panorama es, para decirlo en una sola palabra, aterrador.
Ojalá nos equivoquemos.
Cuide su salud, cuide su dinero. Usen cubrebocas, por favor (yo sigo teniendo alumnos que se contagian actualmente de covid).
[1] Profesor en el Departamento de Economía, UAM Azcapotzalco, [email protected]